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ATRAPADA EN EL TIEMPO


Todo ocurrió aquel día al llegar Ariardo a su casa. Hombre muy docto que se hizo rico con el negocio de compra y venta viajando por el exterior. Su fortuna sobrepasaba los siete dígitos; pero que ocurre, no sabía leer ni escribir, porque no fue nunca a la escuela. Para desgracia se casó con una mujer instruida, más joven que él y muy hermosa que sólo tenía un defecto, la morbosa pasión de coleccionar maniquíes, hobby satisfecho por su esposo, quien la consentía y al regreso de sus viajes la sorprendía con uno de esos muñecos que, ella agradecía colgándose de su cuello, besándolo apasionadamente. El idilio era roto cuando el hombre escuchaba pasos, voces y quejidos lastimosos desde el salón contiguo, donde la mujer guardaba celosamente las figurillas de hombre, llegando con el tiempo a convertirse en una galería de arte como para ser exhibida en su momento.

El hombre, inquieto se separaba de su mujer, siempre sin llegar al coito. Asustado abría la puerta del cuarto, encontrando todo en orden y en el mayor de los silencios. Después de inspeccionar detenidamente cada uno de los muñecos, volvía junto a la mujer, sin ganas, con su pensamiento inhibido, sin fuerza para seguir acariciando el cuerpo excitado de su mujer, llegando al extremo de la impotencia.

Al día siguiente el hombre partía así como había llegado, despidiéndose con halagos de ella, quien de inmediato se encerraba en el salón donde guardaba los maniquíes, pidiéndole a la servidumbre no ser molestada. De esta manera dedicaba casi todo su tiempo al cuidado de los muñecos, saliendo sólo de la habitación en busca de alimentos, los que consumía en el cuarto.

Era una mujer singular y solitaria, cuya mayor virtud había sido serle fiel al esposo con quien se había casado, manteniéndose pura e intacta en el matrimonio al dedicarse por entero al cuidado de aquellos hombres sin vida, que de una forma extraña llenaba su vida, manteniendo una estrecha relación con ellos, convirtiéndose en el tiempo en una obsesión y en una necesidad imperante, al extremo, que al dejarlos sólo, la tristeza se apoderaba de ella, teniendo que encerrarse con ellos de nuevo.

Refugiada allí pasaba el tiempo, con aquellos muñecos, espíritus mudos, indiferentes, de pupilas quietas, fijas y de vidas guardadas y silenciosas. Piel fría como el mármol, nacarada y lampiña. Cuerpos rígidos, delicadamente tapados con finas telas almidonadas y planchadas. Cabezas erguidas con labios insinuadores de sonrisas falsas, conquistadoras de esperanzas frustradas. Brazos fuertes, con sus manos extendidas queriendo asesinar la muerte que aprisiona sus almas en el lapso que les tocó por herencia. Piernas largas, carentes de movilidad, estacionarias, paralizadas por el tiempo en que quedaron atrapados con sus voces dormidas retozando inquietas en sus gargantas retorcidas.

La mujer divagaba con la mirada perdida en la lejanía, enlazando los pensamientos circuncisos de los muñecos con su intelecto, entablando una comunicación con ellos, dejando filtrar la idea por medio de telepatía en sus memorias de yeso. No era magia, ni tampoco superchería barata, era la vida reencarnada reviviendo la esencia del ser y sus memorias inanimadas, rompiendo los esquemas de la muerte transformada en comunicación de pensamiento enclaustrado, excomulgando el aliento de su cuerpo para dar movilidad a aquellos seres que cobraban vidas, igual que una legión de robots recibiendo un mandato. Era una diosa levitando desnuda, sostenida por signos mudos del lenguaje, penetrando igual que rayos eléctricos en sus memorias atrofiadas, para despertarlos de sus largos sueños en que quedaron dormidos para siempre, convertidos en exhibicionistas por escultores que momificaron y embalsamaron para siempre sus cuerpos.

Sumergida en la meditación extrema, navegaba en los confines de la imaginación con su mente en otro mundo donde se pierde la razón. Quebrantaba leyes, dogmas y normas, verdades inalterables que ejercen sobre el sujeto ideas perturbadoras en el comportamiento. Creaba conceptos que daba vida a las fantasías que mantenía viva su pasión.

Agotada por el esfuerzo mental realizado, salía al corredor de la casa sin fuerza, echándose de inmediato en la cama, sintiendo en su interior satisfacción al sentir que avanzaba en la difícil tarea que se había propuesto, pasando el resto del día durmiendo para el día siguiente continuar el trabajo de movilizar y darle vidas a aquellos engendros de su imaginación, retomando el hilo de los signos mentales donde los había dejado.

Llegó a ser malmirada por la gente que le servía, incluyendo los vecinos más cercanos, considerándola una mujer introvertida, huraña, de poca comunicación, engreída y poco afable que solo vivía para su mundo interior y brindarle un poco de cariño al esposo cuando regresaba de sus viajes. Tratada por él como un mueble más de la casa, dejando el camino libre para lidiar con aquellos muñecos que, ilusionada satisfacían su capricho, absorbiendo todo su tiempo.

Con el tiempo la mujer llegó a dominar a perfección aquel juego de memoria. Los movilizaba, los ponía a caminar, gesticular palabras, frases y oraciones, intercambiar ideas, sentir vacío al no percibirla, llamarla al dejarlos sólo y, hasta sentir celo cuando hacía el amor con el marido, desarrollándose en ellos un instinto perverso al poder desviar su atención cuando quería copular, frustrando toda iniciativa en el hombre al tratar de complacer sexualmente a su esposa.

El uso constante del mecanismo mental para comunicarse y lograr transformar estos seres producto del efecto quimérico pasional de la mujer, creó en ella el malsano interés por el desarrollo y el dominio de llegar a la forma simultanea, maniquíes- seres vivos, seres vivos- maniquíes, llegando alcanzar con eficiencia la introyección, al punto, que en sus prácticas, sintió la necesidad acuciosa de transformarse de la misma manera, logrando con éxito la conversión, quedando de éste modo atrapada en el intento, al no poder activar desde allí el mecanismo mental para poder regresar a la vida, perteneciéndole desde entonces.


JOSE NICANOR DE LA ROSA.



Texto agregado el 03-11-2014, y leído por 399 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-11-2014 Un cuento muy interesante y excelentemente escrito. Me gustó. Pero que pena lo que le pasó a esta pareja! Un abrazo. romie
11-11-2014 Ayudaba mejor el esposo en un tratamiento, que comprando mas maniquíes, que a larga se quedó sin esposa... felicidades linda historia. krisna22z
07-11-2014 No cabe la mas minima duda que esta señora sufre de un mal psicológico y tendría que ser llevada a una clínica psiquiátrica para ver si soluciona su problema. Ella necesita ayuda urgente de lo contrario volverá loco al marido. Me gusta como cuentas la historia,en realidad uno se siente un poco enrabiada y al mismo tiempo con pena de que le suceda esto a un ser.***** Un abrazo Victoria 6236013
04-11-2014 Shockeante! Esos trastornos piquiátricos impactan y dejan a una tremendamente azorado. Sin embargo, la gran enseñanza aquí es la misma que la que se aplica a la vida real: un psicópata terminará siendo devorado por sus propios pensamientos. Muy bien logrado, felicidades! Arenyndriel
03-11-2014 Un texto de realismo mágico con final cerrado, muy completo y bien desarrolado...¡Felicitaciones! hgiordan
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