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LA SUCESORA

El día en que murió Doña Ermelinda, las campanas de la iglesia no tocaron a muerto, para el cura del pueblo era una bruja hija del demonio, para los de este lado de la vía que podían pagar un médico, una curandera charlatana, que se aprovechaba de la ignorancia de “esos negros”, para estos, una santa. Su fama se había extendido, de boca en boca, por toda la zona. Las sanaciones, diagnósticos, y milagros que se le atribuían, justificaban los altares que esa gente humilde y supersticiosa levantaba en su honor. Nadie podía decir con certeza su edad, ni cómo ni cuándo había llegado al pueblo y se había instalado en ese rancho, de adobe y paja, camino al cementerio, tampoco nadie se lo preguntaba. Para sus devotos , “era tan eterna como el agua y el aire”, dijo Jorge Luis en su poema. Por eso esa mañana en que alguien hizo correr la noticia de su muerte, solamente para confirmar la falsedad de la misma, la gente se encaminó a su casa, al grito de, ¡“Ermelinda no murió, Ermelinda no murió!...Ho, Ho, Ho, Ermelinda no murió…Pero la santa había muerto, y hacía bastante tiempo, porque estaba dura como la mala noticia. Boca arriba sobre su cama, con una sonrisa congelada en sus labios, y en sus manos cruzadas sobre el pecho, un papel con un texto. “Ha llegado la hora de partir, me iré a visitar mis muertos, me acostaré para esperar mi último sueño, con la conciencia plena de haber cumplido mi misión en este mundo, estaré con ustedes desde el otro. Esta noche, a media noche, en el tren de los santos difuntos, vendrá mi sucesora y en el de las almas partirá la mía, vayan a recibirla y despedirme. Prendan fuego a mi rancho con mi cuerpo adentro, los vientos del tiempo se llevarán las cenizas”…
Después de un día de dolor, recogimiento y oraciones los vecinos reunidos cumplieron el último deseo de Ermelinda, y caminando de espaldas, viendo como el fuego cumplía su misión, se marcharon a sus casas prometiendo encontrarse en la hora y lugar convocado.
El tren de los santos difuntos, era una leyenda que contaba que en el primer minuto del 1 de noviembre, un tren negro silencioso, que nadie veía porque se confundía con las sombras, llegaba a la estación, de él bajaban las almas de los difuntos para volver al cementerio y encontrarse con sus deudos el día de los muertos. El de las almas, que pasaba a media noche del mismo día, los llevaba de regreso, junto a los nuevos muertos y a las que en pena van errando.
El andén de la estación fue poblándose de vecinos, en su mayoría devotos , pero también una buena cantidad de curiosos que observaban desde lejos para no confundirse con “esos”. La noche era oscura “como boca é lobo”, solamente la braza de algún cigarrillo, la cinco elementos del milico de ronda y la luz que salía de la oficina del jefe de la estación se atrevían a vulnerarla. En ella, el jefe, el delegado municipal, el comisario y otros ilustres del pueblo, vestidos para la ocasión, conversaban sobre los hechos, atentos a sus relojes y a cualquier sonido que anunciara que la predicción se había cumplido. Segundos antes de la medianoche, el jefe comisionó al cambista para que a la hora señalada, ni un segundo antes ni después, diera las doce campanadas. La leyenda aseguraba que este tren, a diferencia de los de carga y pasajeros, siempre llegaba a horario. Al sonar de las campanas, los fieles se persignaron y un murmullo de rezos santifícó el lugar. Como no se sabía de dónde y hacia donde iba el tren, la gente movía la cabeza de un lado a otro como lechuza en un poste, hasta que alguien pegó un grito señalando a la derecha, allí done terminaba el andén algo blanco se recortaba de las sombras, la linterna del milico hizo foco en ese algo. La figura de una mujer vestida con un vaporoso vestido blanco, que la brisa de la noche ondulaba, caminaba hacia ellos. Los notables del pueblo hicieron un cordón para evitar que el fervor popular transformado en histeria pudiera incomodarla y la sacaron de la estación con destino desconocido. Los concurrentes se fueron dispersando entre comentarios, “es una virgen “, decían quienes habían visto la belleza de su rostro, “es una potra”, quienes a contraluz de la linterna habían visto su cuerpo a través de su traslucido vestido.
La mañana despertó al pueblo con ansias de saber. La propaladora se ocupó de satisfacerlos. Tras una breve reseña de los hechos, pusieron al aire una entrevista, que me encomendaron, en mi carácter de escritor, poeta e intelectual más importante, y único, del pueblo. Hasta ese momento, yo era un observador objetivo de los hechos, sin motivos ni interés por profundizar en ellos. Pero a partir de la tarea que acepté de oficio, terminé involucrándome. Ella dijo ser Stefanía Xipolitakis, nacida en Delfos (Grecia) un lugar de consulta a los dioses, el templo sagrado al pie del monte Parnaso, consagrado a las musas y al dios Apolo, quien la convirtió en su pitonisa preferida , quien, ante la vacante que se abría con la muerte eminente de Ermenelinda, decidió que Stefanía ocupara su lugar. Ahí fue que acotó, que en realidad no venía a reemplazarla, porque más allá del respeto que le merecía, su misión tenía pocos puntos de contactos “con esa curandera populista”. Ella no venía a curar enfermos, para eso están los médicos, ni a vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, ni de beber al sediento, para eso están los planes sociales, “mi misión es curar los males del espíritu, en vez de mens sana in corporis sano, yo digo, cuerpo sano en mente sana. Los conflictos emocionales son los que afectan nuestra salud. Todos nuestros bienes materiales tienen que estar al servicio de lograr la paz en nuestra vida. Mediante el tarot, el horóscopo, la grafología, la quiromancia, y la parasicología les revelaré su pasado, presente y futuro. Con elixires mágicos, les daré el amor, la felicidad, la eterna juventud, y ahuyentaré los espíritus malignos que pretendan dañarlos.”
Esto fue en resumen, lo más importante de la entrevista. A los seguidores de Ermelinda los invadió el desencanto, pero la “gente como uno”, le dio la bienvenida.
Esa noche fueron pocos a despedir el alma de “la santa”, el descreimiento y la derrota los embargaba. Nadie dio las doce campanadas, solo unas pocas lágrimas sobre la carbonilla del andén fueron testimonio del amor, y pronto se secaron.
En el pueblo no se hablaba de otra cosa, la presencia de Stefanía, “la hermana”, así pidió ser llamada, había conmocionado a sus moradores. Carteles y volantes indicaban lugar, días y horario de atención.
Yo también lo estaba, pero no por los motivos expuestos. Mis conocimientos y adhesión a la filosofía materialista dialéctica me habían vacunado contra el virus de las falsas creencia, yo lo estaba por su belleza, personalidad y seducción. Los ratones más fantasiosos me comían la croqueta, tomé conciencia que ya no podía ser objetivo, a esa mujer tenía que poseerla o destruirla. Ustedes ya habrán presumido su éxito profesional, y no se equivocaron, en poco tiempo se convirtió en la persona más importante de la región, campos, empresas, el poder político, económico y social, estaban en sus codiciosas garras, todo menos yo, a mí me usaba, ignoraba y despreciaba. Su vida sentimental era un misterio, no se le conocía relación con hombre alguno, esto me hizo pensar que no era de Delfos, sino de Lesbos, y comencé a investigar su vida. Era casi seguro que su nombre, apellido y origen fueran falsos como sus poderes, ahí ya se me pìnchaba el globo, y ni hablar de mi falta de conocimientos para meterme a detective, no tenía la menor posibilidad de éxito. Menos mal que un amigo, viendo mi calamitoso estado, me tiró una punta, “¿Por qué no hablás con Documentos América?...Me desasnó en el tema y me consiguió una entrevista con Facundo Pastor. Lo primero que me preguntaron fue qué me llevaba a iniciar esa investigación. Mi respuesta fue rápida y concreta, era un ciudadano indignado ante la estafa colectiva, moral y económica, de un pueblo ignorante y confiado. En realidad, a mí, me importaba poco y nada que Stefanía se quedara con el dinero de esos pueblerinos tilingos, la verdad era el despecho por su desprecio, pero ni yo mismo quería reconocerlo. Les conté de mis sospechas de que la muerte de Ermelinda fuera un crimen planeado por y ejecutado por esta mujer. Cuando dije su nombre completo se cagaron de risa. Como notaron mi confusión, me explicaron que ese nombre coincidía con el de una de dos hermanas mellizas, famosas faranduleras mediáticas , pero que no les daba la cabeza para interpretar ese personaje.
La reunión fue breve, me fui con la promesa de un “lo llamaremos”, y unos días después esta se cumplió. Me recibieron calurosamente, habían chequeado mi información y consideraban que había motivos suficientes para la investigación y acusarla de estafas reiteradas con falsificación de identidad, pero lo más importante dijeron, es que habían descubierto que Ermelinda no sqabía leer ni escribir, por lo que, de acuerdo a mis sospechas, había serias posibilidades de que hubiera sido asesinada, y acusarla del crimen. Me dijeron que hiciera correr el rumor de que habían visto a la santa vagando por la zona del cementerio, que el caso quedaba en sus manos y que esperara novedades. Me fui lleno de optimismo y felicidad a poner en marcha el plan. A los pocos días ya todo el pueblo hablaba de la aparición de Ermelinda. El próximo paso, me dijeron es anunciar por la propaladora día y hora de su entrevistada en los estudios. Ese día una multitud se reunió en la plaza para escucharla. Sus seguidores con pancartas y al grito de “Ermelinda no murió , Ermelinda no murió…Ho, ho, ho, Ermelinda un murió !...esperaban ansiosos y felices, los otros rumiaban su odio. En la sala, el equipo de Documentos América, con sus cámaras, Facundo Pastor y una mujer caracterizada como “la santa”, me indicaron salir al aire. Una cortina de apertura de trompetas, mi voz altisonante y los gritos de la muchedumbre de fusionaron en un momento histórico. Intempestivamente, entró a la sala Stefanía que al grito de, “ ¡vos no sos Hermelinda, sos una impostora, Ermelinda murió !...”, se abalanzó sobre la actriz, esta retrocediendo, dijo “tenés razón, yo soy una impostora…”se sacó la máscara de goma y agregó…”yo… yo soy Ermelinda. Vos creíste que era fácil engañarme…en cuanto te vi adiviné tus intenciones, sentí el olor de tu veneno, tomé el antídoto y te dejé hacer, el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo…”. Ciega de furia la pitonisa se retorcía entre los brazos de los milicos que se la llevaban, mientras las cámaras la seguían en un travelling y la voz de Facundo la amonestaba, “¿ no le da vergüenza querer matar a una viejita ?...
Fue condenada por estafa e intento de asesinato, se le confiscaron todos los bienes mal habidos y nunca más supe de ella.
Para mí, fue un victoria a lo Pirro, la popularidad y el prestigio no pudieran evitar que cayera en un pozo depresivo. El amigo que me había sugerido la investigación, me dijo, “por qué no vas a tocar el manto sagrado?...” contra mis convicciones lo hice, y comencé una nueva vida junto a Cristo, me hice pastor evangelista, puse un templo donde era el cine del pueblo y traigo aceitunas sagradas del Monte de los Olivos. ¡Aleluya hermanos!...
neco perata


Texto agregado el 14-11-2014, y leído por 195 visitantes. (0 votos)


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