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El cardenal Boccioni alzó los brazos hacia el altar. A su espalda, unas monjas nonagenarias se recogían sobre sus manos entrelazadas. Un murmullo fue extendiéndose por aquella pequeña capilla situada en un rincón del Vaticano. De repente el tono de un celular quebró el silencio. Algunas monjas se miraron entre ellas contrariadas, otras en cambio, permanecieron indiferentes sin haber escuchado nada.

El cardenal dejó que continuara sonando y, sin prestarle mayor atención, se volvió hacia las feligresas con el cáliz y la hostia en alto. De nuevo volvió a sonar el celular, provocando esta vez incluso toses de disgusto entre las asistentes. El cardenal, molesto por haberse olvidado silenciar su teléfono, depositó todo sobre la mesa e irritado porque una tercera llamada entraba en ese momento rebuscó en su sotana para sacar un pequeño aparatito negro.

-Me encuentro oficiando. ¿Podría llamar más tarde? – y cuando iba a colgar escuchó al otro lado.

-Ha sucedido.

El cardenal devolvió el celular a la oreja.

- Perdone, ¿con quién hablo?

-¿Es usted el Cardenal Boccioni? ¿El guardián de la Santa Resurrección?

Alguna monja estaba haciendo ya esfuerzos por levantarse del banco. Si hubiera tenido un par de lustros menos le hubiera dado ya un capón al responsable de aquel despropósito. El cardenal, sin embargo, se desentendió de sus feligresas mientras se dirigía hacia la sacristía.

-Sí, soy yo. ¿Y quién es usted?

-Soy el párroco de la Iglesia del Santo Perpetuo de Bogotá, Colombia. – Dijo en un italiano de acento confuso- Sencillamente he llamado al sitio que me indicaron tal y como recoge el procedimiento.

Una monja trataba en ese instante de retener por la sotana al cardenal que se desasía de ella y le cerraba la puerta de la sacristía en sus narices.

-Dígame. Ya soy todo suyo.

-Hoy se ha presentado aquí un hombre que es la viva imagen de nuestro Señor Jesucristo. Sé que es una locura, pero…

-¿Le ha hecho las pruebas? – Interrumpió visiblemente nervioso.

-Sí. Las llagas, las heridas, el idioma, todo corresponde… Pensará que estoy chiflado pero estoy convencido que se trata de nuestro Señor. Ha resucitado, está entre...

-Está bien. Lo pondré en conocimiento de nuestro Santo Padre. Mientras tanto, que aguarde en el interior de la iglesia. Comprenderá que un acontecimiento de esta magnitud tiene que ser tratado con discreción. No queremos ningún escándalo. Quédese a su lado protegiéndolo y aguarde instrucciones.

El cardenal Boccioni no bien había colgado la llamada, salió como una exhalación atravesando al grupo de monjas que se agolpaba junto a la puerta y corriendo todo lo rápido que la sotana le permitía, recorrió los largos pasillos del Vaticano hasta alcanzar el despacho Papal. Dos Suizos le cerraron el paso.

-¡Quítense de en medio papagayos! – Bramó el buen cardenal.- ¡Es algo de máxima urgencia!

El secretario del Papa al escuchar el alboroto se asomó inmediatamente.

-Déjenle pasar.

Un hombre de blanco tocado por un bonete del mismo color le preguntó tan pronto accedía al despacho:

-¿Qué ha sucedido Boccioni que requiera tanta urgencia?

-Me han llamado desde una parroquia colombiana. Ha resucitado.

El Papa se dio la vuelta lentamente mostrando un rostro consternado.

-Es la primera vez que me sucede. ¿Cómo actuaban mis predecesores?

El cardenal Boccioni se aproximó a él con la mirada fija en los del Santo Padre.

-Actuaron con determinación. Sabe a lo que nos exponemos.

El Papa pareció titubear por unos instantes.

-¿Pero el único método es el de siempre? Me parece inhumano. Nunca me he atrevido a acercarme a esa sala.

Boccioni le puso esta vez la mano en el hombro tratando de infundir valor.

-Comprende de sobra que no puede morir. Es el único método.

-Está bien, está bien. Que lo hagan.

Boccioni inmediatamente marcó un número en el celular y dijo:

-Sí. Comiencen el procedimiento.

Cientos de metros más abajo, en un sistema de mazmorras que databa de los césares, cerrado por infinidad de candados y puertas de antigüedad inmemorial, unos guardias ciegos acogidos por la caridad cristiana comenzaron a preparar la llegada de este nuevo preso. En el interior de la más profunda de las salas, una multitud de sombras se hacinaba algunas de ellas desde hacía ya casi dos milenios allí recluidas.

Participante Reto Literatura Fantástica

Texto agregado el 13-12-2014, y leído por 245 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
23-09-2015 ¡Muy bueno! OrlandoTeran
20-12-2014 Me quedo como esos ciegos de las mazmorras: deslumbrado ante el derroche de tu imaginación y la experticia en el decir. Si me permites la alusión personal, te intuyo como una persona muy versada, muy versátil y muy culta. ¿Dónde se compra de eso? ZEPOL
14-12-2014 C elnegrohinojo
14-12-2014 Sí. Un final totalmente inesperado, como me gustan. Muy apo! elnegrohinojo
13-12-2014 Es muy bueno. Me impactó el final. glori
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