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EL DESIERTO BLANCO
4 cuentos sobre arte conceptual

I. Iggnor el Buda

Se dice que luego de una estancia de cinco años en la India de sus ancestros, el británico Ignnor Vidrashta alcanzó la iluminación sólo asequible a unos Budas de quienes tomó el ejemplo de permanecer en el mundo para compartir su revelación sobre la verdad intrínseca de los hechos.

A pesar de su rostro sereno pulcro como la porcelana y la mirada donde parecen reposar las auras de los lagos, Ignnor Vidrashta muestra una estampa ajena al arquetipo occidental sobre los Budas: posee el cuerpo de un futbolista del Manchester, el cabello apaciguado con decenas de trenzas, y sobre todo la indumentaria que recuerda a un lord tomando el té.

Luego de su indiscutible iluminación, el llamado “Buda New Age” no reparó en las críticas de los diarios de media Europa y entregó a las editoriales su desconcertante trabajo: “Desfacer la Realidad”, donde exhibe como meros diletantes a los sacerdotes del Low Movement en el cenit de la inspiración.

Según Ignnor Vidrashta, las personas pueden tironear los velos de las cosas en cualquier momento de la cotidianidad, pues basta con el deseo de suspender los juicios anquilosados sobre lo que se cree verdadero para comenzar “el ascenso desde el pantano del ego hasta la quietud del desprendimiento”.

Meses después de la conmoción de la Ópera Prima del antiguo artífice de litografías anodinas, la compañía “Ego Zarathustra” sacó al mercado una línea de herramientas inspiradas en los postulados de la nueva estrella mediática. Se trató de “Los Enseres de los Monjes”, conformados por piezas útiles nada más para los practicantes del Zen: desarmadores que sólo se hincan en los tornillos al percibir “el reposo de las auras” en sus mangos inteligentes; pinzas reacias a jalones bruscos; martillos que se dislocan si golpean “en ángulos enclíticos” las cabezas dóciles de los clavos; y sobre todo “las seguetas cantoras” que vibran con impulsos nanométricos en melodías de los Bee Gees al recibir malos empujones desde el embate.

Sobra decir que el primer tiraje de estas piezas “dignas de un mundo apasional” fue arrasado por la aristocracia capitalista de los continentes, y que hasta se prevé la inminente subasta en eBay de un equipo “Los Enseres de los Monjes” avalado por la rúbrica de Ignnor Vidrashta, ya nombrado “El Sublime”.


II. El Prisionero de Yoshiro

La imagen de Yoshiro Kawabata recorrió las pantallas de todos los ordenadores de la red cuando la casa de subastas Zoopictures vendió en un millón de dólares su biocuadro “El Prisionero”.

Yoshiro Kawabata se convirtió así en el primer científico artista en ser reconocido por las cofradías de coleccionistas del mundo.

La obra de Yoshiro rompió las restricciones formales y conceptuales de trabajos rústicos como el retrato cambiante con pantalla de cristal líquido de Michael Craig-Martin, quien representó las líneas faciales de la arquitecta premio Pritzker Zaha Hadid.

Se dice que la genialidad del bioquímico Yoshiro consistió en darles el gen de la virtual inmortalidad a varios escarabajos, para luego encerrarlos en biocuadros de 80x80x2 centímetros, untados al interior con el alimento necesario para que los bichos gozaran de sus 200 años de vida sin contratiempos.

El paso artístico consistiría en mandar las imágenes reales de los insectos en alta definición hacia la cara del cuadro, donde aparecería el escarabajo con el tamaño del puño de un boxeador somalí.

Algunos puristas han criticado la falta de raigambre artística de Yoshiro Kawabata; en tanto otros conocedores lo defienden alegando que al menos él si tiene contacto físico real con sus obras, y no como autores tipo Damien Hirst, cuyas piezas como Los Lunares de Colores son elaboradas por vasallos que tal vez se inmiscuyeron con la calavera “Por el amor de Dios” de 8,601 diamantes.

Respecto a la galería Zoopictures, se cuenta que incursionó en la fama al vender el primer pinacate con armadura de oro y dos diamantes por ojos; ejemplar que evocó a las latas de merde d’artiste de Piero Manzoni por eso de los “residuos orgánicos” encerrados.

Igual se dice que Zoopictures fue la primera en exhibir miembros humanos mucho antes de la exposición de los cadáveres plásticos de Gunther von Hagens, el inventor de la plastinación con la que consiguió suplir en 1990 los fluidos y grasas de un muerto por torrentes blandos de plástico.

Y otra cosa: se afirma en varios círculos de intelectuales que el dinero recaudado por Yoshiro Kawabata se utilizará en sus investigaciones para descubrir “el implemento genético” que permita a los humanos gozar de las centurias hasta hoy sólo destinadas a los artrópodos recluidos en los intrigantes biocuadros.

Los biocuadros de Yoshiro ya han suscitado las protestas de las sociedades protectoras de animales. Y es común imaginarlo como un artista revulsivo a un grado de la insania. Pero su estampa real no evoca a un científico malévolo.

La venta de “El Prisionero” propició la circulación de varias fotos en la red, donde los espontáneos admiradores de Yoshiro vieron a un hombre con el porte de un samurái andrógino de cabello largo que avanzaba meditabundo en mitad de una vereda de pasto violentado por las piedras, bajo el auspicio de varios árboles que definían el camino mediante francos abrazos de ramas y follajes.


III. El Arte de Glauté

Desde hacía pocos meses era común ver en los programas culturales a un hombre-tanque con gafas dípteras y el cabello rapado en las zonas que no protegiera un tazón de cerámica, lo cual le daba el aspecto de un Hongo reencarnado.

Se trataba del enigmático Boris Glauté, un artista de vanguardia con la voz de un ángel acatarrado y el rostro rojo de un diablillo feliz.

Boris Glauté se había convertido en el primer representante puro del Ars Substratum al presentar su instalación “Infinito”, que sólo consistía en un cuarto a oscuras inundado con su voz reposada cargada de poderes semánticos.

Se sabe que no faltaron detractores que juzgaron “una triste mariguanada” al despliegue de Glauté; pero igual nacieron voces reivindicativas de quienes lo catalogaron como el primer Artista Mental de fuste.

La obra “Infinito” que tanta inquina desató, consistía en la presentación de un objeto de pensamiento puro, sólo montado en el armazón volátil de las palabras. Tal pieza apenas murmurada era una simple línea recta concebida como el ejemplo fidedigno de un trozo de infinitud.

Glauté daría un discurso al interior del recinto en penumbras lleno con los espectadores en silencio religioso. Aclararía que no existe en el mundo una línea dotada de absoluta incorruptibilidad, pues de prolongarse hasta la franja del horizonte sólo iniciaría un trayecto que la llevaría al punto de arranque al circundar el planeta. Igual podría decirse de una supuesta línea lanzada al espacio con las potencias de la imaginación, pues a lo largo de miles de años luz regresaría al punto de partida luego de circundar la galaxia como un hilo de Ariadna Cósmico.

Sin embargo “La Línea” invocada por Glauté como un mantra era un trozo pleno de Aquella que atravesaba el cosmos como lo haría una aguja lanera con un trozo de queso manchego, prolongándose por ambos extremos hasta “El Enigma de lo que No Es”.

Para la mayoría de los críticos que no dudaban en denostar “los obtusos postulados de Euclides”, el genio de Glauté consistía en su osadía para endilgarle a su dichosa Línea el carácter de Infinitud con el puro poder de su pensamiento postulador.

Pero había algo más que Glauté sólo tocaba al final de su discurso en aquella cámara tétrica donde la gente lo escuchaba atónita: el auténtico Objeto Artístico Mental que había compartido reposaba al interior de su intelecto con la potestad de las Ideas Impolutas del “Topos Uranous” de Platón, siendo tan sólo una pálida copia aquel “objeto” expuesto en la Instalación “Infinito” a través del extracto glacial de su voz, que se habría de repetir una y otra vez ante las hileras interminables de espectadores ávidos por atestiguar el giro copernicano que tomaba el arte.


IV. Psixstratus

Los atuendos de la artista plástica Notre María habían propiciado un fenómeno mediático, ya que no era extraño encontrarse en la calle a las adolescentes entalladas en vestidos de viuda negra o pantalones conformados por meros jirones de mezclilla.

Notre María no defraudó a sus huestes de admiradores en la presentación de sus obras completas “Psixstratus”: llegó luciendo su cuerpo de sirena bien desayunada con un vestido que remitía a Gustav Klimt, pues mostraba cientos de relieves de escarabajos en todas sus mutaciones en mitad de un magma de hilos dorados. Además su cabeza rapada se cubría con un klaft egipcio, y los zapatos de piel de jerbos del Sahara se ornaban con tejidos que evocaban leyendas ancestrales desde las suelas hasta las lengüetas.

La artista dueña del garbo de la Callas cortó el listón del museo bautizado con su nombre, y las decenas de periodistas tras ella aplaudieron en éxtasis mientras se adentraban tras la comitiva de funcionarios y guaruras rumbo a las instalaciones ahora permanentes de Notre María.

Los fotógrafos ingresaron para registrar en sus lentes la obra del arquitecto Mustapha Ibrahim, conformada por troncos de cortezas carbonizadas en plenilunio, techo de esparto sobre un entramado de vigas degradables, y paredes recubiertas por un tapiz de hojarasca comprimida con aglutinantes naturales.

Sin embargo nadie estaba preparado para lo que deparaban los nichos que fueron explicados por Notre María, cuya voz de resonancias lúbricas hizo que más de uno perdiera el aliento.

De modo que la artista se desplazó por diversos módulos con objetos a pasto: zapatos viejos colgados de un cable tensado por dos brazos de alambre; cajas de cartón que resguardaban veladoras encendidas; mondadientes dispersos sobre una capa de arena del Caribe; y sobre todo media docena de huevos duros despojados de unas cáscaras que los rodeaban cual murallas endebles.

Fue en esta última obra donde Notre María se detuvo más tiempo, para explicar la naturaleza compleja de las que llamó “piezas con Vericuetos Intrínsecos del Superego Cósmico”, afirmando que al interior de las yemas “entesadas por el calor de unos leños castrattos” se resguardaban los fragmentos embrionarios del Ánima y el Ánimus ya vislumbrados por Jung, de manera que correspondía a los espectadores adecuar su capacidad intuitiva a la tonalidad de las vibras emitidas, impregnándose en el flujo del Inconsciente Colectivo.

Notre María guardó silencio y las cámaras registraron su figura arquetípica junto a los ejemplares que ya nadie pudo ver más como viles huevos duros.

Texto agregado el 25-01-2015, y leído por 259 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
04-03-2015 2. El mundo se precipita a resumirse en un sincretismo que hace temer que, muy pronto, de lo objetivo quedará muy poco y la espiritualidad recobrará el lugar que la herrumbre terrenal postuló en la tradición. El desierto blanco, impecable título. Al poeta Juan Luis Martínez le hubiese gustado. juan_pablo
04-03-2015 Hacia el final de su vida, Salvador Dalí, en una entrevista, grita Eureka y se alza sobre el surrealismo para proclamar su hiperrealismo metafísico; como si hubiesen infinitos enfoques para interpretar la realidad. juan_pablo
26-01-2015 4. Diras que soy misogino, pero la obra de la Notre fue la que menos me gusto... conceptualmente hablando... ji ji ji MILES DE AULLIDOS yar
26-01-2015 3. Me cayo bien Glauté, yo enviaria la dichosa línea a mi interior mientras escucho "Let´s spen the nigth togheter" de los Rolling Stones yar
26-01-2015 2. Tu afición por los insectos reflejada en el gran Yoshiro... el nuevo Andy Warhol. yar
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