Dos pares de zapatos

Cayó de bruces contra el bordillo de la acera. Su nariz desangrada respiró del polvo del asfalto y tosió la parte de la vida que aun le quedaba.
Balbuceó el auxilio entre ahogos y retortijones, pero nadie acudió en su ayuda. El dolor del pecho disipó la urgencia de sus quehaceres y se concentró en respirar profundo para no perder la costumbre.
Una mujer, bolsa en mano, se detuvo frente a él. La puntera de su zapato color marrón le asestó un golpe en el costado.

-¡Maldito borracho!- profirió aquella con enojo- ¡Te está bien empleado, por borracho!
-¡El...el corazón! -exclamó él haciendo un esfuerzo-. ¡Ayú...deme!
-¡Así ardas en el infierno por borracho y mentiroso!- exclamó ella para alejarse calle abajo.

Se bebió sus recuerdos con un sorbo de saliva que atoró su garganta y levantó la mano temblorosa para agarrar el aire que se le había escapado del pecho.
Escrutó su espacio para rendirse, pero cuando atisbó que a su alrededor se había formado un círculo humano, una mota de esperanza le devolvió los planes cancelados y las mañanas derogadas.
Suplicó de nuevo, pero nadie socorrió su gravedad.

-Está como una cuba- apuntó un hombre de aspecto desaseado.
-Ya se le pasará- dictaminó otro sin sacar las manos de los bolsillos.
-Es una lástima, pero él se lo ha buscado. Es lo que tiene beber de vicio-señaló una mujer joven a la que se adecentaba el cabello.

Los tres personajes se alejaron abandonando su agonía. Poco después, dos pares de zapatos transportaban su cadáver camino del depósito.