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Soy un hombre que tengo un sueño ¿o no? Refiero una historia o finjo contar una narración y agrego a los acontecimientos reales y verdaderos, rasgos y pinceladas procedentes de mi propia inventiva. No sé, ni yo mismo me explico que sucedió. Sin embargo la vida sigue igual, mi trabajo en Abbott de México, —laboratorio farmacéutico en donde laboro desde hace 14 años y empecé recién graduado de químico farmacobiólogo—, no ha cambiado.

Recuerdo que me desperté al lado de mi esposa, vi su cabello rubio y su pecosa cara, sin embargo la imagen que se me presentó fue la de usted. Claro que usted no podía saber nada de este momento de desajuste, de esta tonta sorpresa. Como flashback cinematográfico acudieron a mi memoria escenas de cuando usted y yo éramos adolescentes. Pero mis días aburridos siempre se ayudan con un retorno a mi juventud opaca, cuando yo era un enclenque muchacho lleno de espinillas y usted ya era una mujer en plenitud con un cuerpo de diosa que le gustaba lucirlo con un diminuto bikini en la playa. Y él, el tal Germán, dueño del tiempo de usted.
No obstante el tiempo pasó y ya no sentía su recuerdo amenazante hasta que nos encontramos el otro día en el parque. No obstante yo ya no la buscaba. Usted supo en seguida a qué atenerse, se apresuró a pronunciar mi nombre con cierta calidez que me emocionó. Yo como siempre hice el tonto delante de usted, no sabía que decir.
Y nuestras citas desde entonces, como recién enamorados, en cafés, y los besos y abrazos interminables en la oscuridad y protección de algún zaguán. Su negativa a refugiarnos en un hotel para hacerla mía y su respuesta, siempre la misma: “no, mientras viva mi esposo”. Cuando le pregunte si era Germán, usted me respondió con un simple no.
Cuando pienso en usted no puedo tutearla y frente a frente me cuesta trabajo hacerlo. Tal es el dominio que tiene sobre de mí. Por eso no pude rechazar la idea que me insinuó que su marido podría morir de un ataque al corazón ya que cuenta con 40 años y es obeso, además tiene un soplo cardiaco y cuando se agita tiene disnea. Pensé de inmediato en mi profesión y ayudar a su marido a bien morir con un producto incoloro y con sabor dulce, que elaboramos en nuestro laboratorio, claro para otros fines, pero que mal empleado puede provocar un ataque cardiaco.
Admiré la sorpresa en sus ojos, cuando se horrorizó de la idea por lo que me queda la duda de quién fue la idea. Esa noche al hacer el amor con mi esposa difícilmente pude evitar nombrarla a usted.

Hoy me siento fastidiado por ser domingo. Antes de tratarla a usted me sentía feliz los domingos. Me gustaba sentirme respetable al llevar a mi mujer y a mis dos hijas a misa. Platicar con el padre Héctor, mi amigo desde la infancia, y confesarme con él una o dos veces al mes. Aunque más que confesiones eran verdaderas platicas entre dos camaradas. Tengo un choque con mi conciencia, yo que he sido educado en la verdadera religión católica, en la cual creo firmemente, tal como me ensañaron los padres jesuitas en el colegio Oriente de Puebla, mi bella ciudad.
Me siento mal por tener que fingir delante de los míos y evitar al padre Héctor. Qué le diría, qué deseo a la mujer de mi próximo, que cometo adulterio sino de obra si de pensamiento, que me haría feliz la desaparición de un cristiano al que yo ayudaría a dejar este mundo y emplear para eso mis conocimientos de química, contraviniendo la ética de mi profesión. No, definitivamente no soy para eso, pero su recuerdo, su contacto ocasional me atormenten en mis noches de insomnio. Cuando mi esposa me preguntó “qué te pasa”, le dije una mentira que eran cosas del trabajo.

Ya es un hecho, prepare la “medicina” para su marido, mi rival. La alegría de poseerla ha atenuado mis remordimientos. Cosa rara, tengo una especie de anestesia moral, veo con alegría y amor a mi esposa e hijas. Ya que me he decidido todo me parece natural y muy normal. A usted le explicaré con detenimiento el modo de emplear la sustancia que nos abrirá las puertas de la felicidad. Debe ser muy cariñosa con su marido, que no sospeche nada, en el café de olla que le gusta beber por las tardes, en lugar de azúcar mascabada empleara lo que le di. Tiene el mismo sabor.
Aún tengo en mis labios el sabor de los suyos cuando muy contenta se despidió de mí para labrar el camino de nuestras ansias. Y en mis oídos sus palabras: “gracias mi amor, dejaremos pasar un tiempo razonable y después nadie nos impedirá gozar de nuestros cuerpos —y quedé muy agradecido cuando añadió—: por tu familia no te preocupes, no soy celosa”.

Tengo un desasosiego terrible, hay un dicho que no por común deja de ser cierto: “El hombre propone y Dios dispone”. Usted probablemente iba distraída pensando en el encargo y en la manera de realizarlo, cuando se pasó el semáforo en rojo. Fue un terrible accidente y usted para mi desgracia ya no es de este mundo. Me queda su agridulce recuerdo.
Durante varios días he andado inquieto y con pesadumbre, pero la vida continua, y la razón poco a poco está entrando en mi aturdido cerebro. Considero que todo baja del cielo y ahora volveré a mi vida habitual.
El dolor de haberla perdido está en mi alma y me siento avergonzado por mi conducta y no tuve valor de enfrentarme con el padre Héctor con la verdad. Soy católico y necesito la confesión. Tuve una buena idea: me trasladé a la ciudad de Cholula y me confesé con un padre desconocido, a él le dije toda la verdad. Cara de sorpresa que puso el buen sacerdote al escucharme. A lo mejor dejé pendiente un pecadillo. Al preguntarme el religioso: “estás arrepentido”, yo le contesté: “sí”, aunque en el fondo…
Todo lo que me pasó ya me parecen simples pinceladas de la realidad. Ya comencé con mi rutina habitual de confesión con el padre Héctor. Es un alivio. ¿No les parece?

Texto agregado el 01-03-2015, y leído por 145 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-03-2015 Tus pinceladas muy creativas ya que es obvio que tienes una gran imaginación. La ironía del mensaje tratada con cierto humor, pero no deja de ser aleccionador. ¿La última pregunta? ¡Quien esté libre cien por ciento de hipocresía que lance la primera piedra! ¿Viste que no cayó ni una? Genial tu escrito, lo disfruté, me quedé pensando y sonreí. Un full abrazo, querido filósofo ambulante. SOFIAMA
01-03-2015 Es curioso, este magnífico cuento tuvo un voto negativo. Me imagino que la razón es que describes la doble moral de muchos católicos que piensan que la confesión es como lavarse la camisa. Se confiesa y a volver a pecar. Muy bien escrito e interesante con un final controvertido para muchos. Tú sigue escribiendo y los que de verdad apreciamos la literatura te felicitamos. heraclitus
 
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