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El anciano solitario, como tantos otros ancianos solitarios que pululan por esta vida, abrió sus ojos legañosos y a través de los sucios cristales del ventanuco de su dormitorio contempló una mañana turbia. Por lo tanto y como aún era temprano, se dio media vuelta y colocando sus brazos cruzados sobre el pecho, prosiguió con sus grises sueños en los cuales aún era un jovenzuelo y vivía en la casa de su madre con sus hermanos que también eran todos unos chicuelos. Sus padres hacía muchos años que eran polvo de huesos, de sus hermanas se sabía que una había fallecido y la otra era una viejecita encorvada que ahora vegetaba en un modesto asilo para ancianos. Por otra parte, el rastro de sus dos hijos se había esfumado en su memoria hacía ya una montonera de años. El viejo vivía en una pequeña casita que arrendaba por una cantidad que excedía las tres cuartas partes de su mísera pensión. El resto lo conservaba en un tarro vacío de café y allí metía cada día sus manos flacas para extraer unas cuantas monedas con las que compraba dos panes, uno para la mañana y otro para la tarde.

Aquel día resolvió ir a ver a su hermana, el único lazo que lo ataba al pasado. Lagrimeando, un tanto por la conjuntivitis y otro tanto por una difusa pena que se le había alojado en su pecho desde hacía varios días, peinó sus pocas calchas, enjugó sus mejillas paliduchas con el agua fría de la llave y se encaletó su aceitoso paletó azul marino, el mismo con el que había contraído matrimonio una montonera de años atrás, el mismo que se había colocado para asistir a la graduación de sus hijos, luego, cuando ellos se casaron y más tarde cuando sepultó a su querida esposa.

Se miró al espejo y en un rapto de coquetería, se alisó los cuatro pelos que raleaban en su frente pecosa. A mediodía, luego de haber desayunado su marraqueta enjugada en el te casi helado, salió a la calle moquillento y arrastrando sus pies. Unos chicos le saludaron y el les hizo un afable gesto con su mano. Debía tomar una micro que lo llevaría al asilo que se encontraba en una comuna distante y para acceder a ella debía caminar varias cuadras.

Sentado en una salita acogedora aguardó que le atendieran. Una dama de aspecto fornido le condujo más tarde a la habitación en donde se encontraba su hermana. Se acercó para besar sus blancos cabellos pero ella lo miró con expresión de espanto y agitó sus manos para rechazarlo. El sonrió comprensivo y se sentó en una silla de mimbre que trajo la enfermera.

-Dorothy ¿Qué ya no me recuerdas muchacha?-preguntó el anciano con su voz cascada.
Ella murmuró algo incomprensible y dio vuelta el rostro hacia la ventana.
-Claro. Tú lo dijiste hace años. ¿No te acuerdas de eso? Riendo con esa risa cantarina que tenías, me juraste que el día que yo te visitara en el asilo de ancianos te ibas a hacer la desentendida y yo me tendría que ir con la cola entre las piernas. Pero ahora no me puedes hacer eso, chiquilla. Recuerda que estamos solitos y debemos acompañarnos el uno al otro. Yo te llevaría a mi casa pero ¿de que viviríamos? Con lo que me pagan de pensión, ni siquiera alcanzaría para que nos medio muriéramos de hambre. Y tú aquí estás bien, te atienden como reina y nada te falta. ¿Echas de menos aquella época en que hacíamos la cimarra y nos íbamos a comer pasteles al parque Forestal? ¿O cuando nos escapábamos de la casa para salir a caminar y a mirar la naturaleza? ¡Vamos! No llores. Sécate esas lágrimas que no te vienen para nada. Tú eras la más fuerte de los dos y ahora ¿que pasa? Te pones a berrear como una magdalena. No, así no, así no quiero verte.
Y el viejo se pasaba largas horas monologando con la mujer, se reía, se animaba y cuando ya comenzaba a atardecer, se despedía de ella y le prometía regresar a la semana siguiente.
Pero esa semana siguiente no estaba contemplada para él en el futuro. Una mañana cuando el anciano se dirigía a comprar su ración de pan, no escuchó el camión que se acercaba veloz, cruzó la calle y fue arrollado por la mole. Sobrevivió algunos pocos minutos al impacto y los que le rodeaban, le escucharon decir que por favor cuidasen de su hermana. Después entregó su cansado espíritu a las esferas desconocidas del más allá.
………………………………………………………………………………………..

-Hace varias semanas que no aparece por acá el ancianito aquel.
-Si. Que extraño. Hace muchos años que siempre viene a ver a su supuesta hermana. El pobre no está en su sano juicio. Ya ves que invariablemente le hemos cambiado a las damas y siempre las reconoce, les habla y las mima.
-Pobre viejo. Hay que mantenerle la ilusión. Total, no le hace daño a nadie.
-No. Al contrario. Es tan alegre y tan dicharachero. Acaso pronto lo tengamos acá como cliente.
-Sólo Dios sabe eso…






Texto agregado el 03-09-2004, y leído por 339 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
12-09-2004 muy bueno Doctora Doctora
05-09-2004 Tierno y sensible Una historia que parece retrato de la vida real. Un abrazo, y mis *sssss Shou
03-09-2004 Perdona no te comente que es bellisimo y una interrogación, maravillosa, quizas siestaba su hermana, en las ancianas. gatelgto
03-09-2004 Me enternecen los ancianos y los niños estan tan cerca unos y otros quizas son angeles los dos. gatelgto
03-09-2004 definitivamente la vida nos gusta más cuando vamos para arriba. Tu relato me dio mucha pena, la vez es un tema sensible anemona
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