Por una mezcla de desistencia y monotonía, Horacio poco a poco se fue alejando de la cama de Norma, pero en la medida que dejaron de tocarse, se fueron convirtiendo en grandes confidentes. El haber basado su relación en la sinceridad, les permitió identificar sus afinidades y convertirse en cómplices y aunque nunca se explicitó que su atracción era puramente física, pronto descubrieron que superada esa pasión, podrían ser grandes amigos y de hecho así lo fueron hasta el día en que Horacio decidió irse del país y no volvió a saber nada más de ella.
Como siempre le ocurría después de sus tórridos romances, regresaba exhausto a los brazos de Elsa, quien lo conocía tan bien y lo amaba tanto que todas las veces estaba dispuesta a recoger sus pedazos y tratar de reconstruirlo y consolarlo, conciente de que solo sería hasta la próxima vez, sin saber que en aquella ocasión las circunstancias habían sido diferentes.