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Camilo siempre pensó que lo suyo era la tierra, cultivar mediante inteligencia y paciencia su vida construida a mano desnuda y valor, con madera, tierra, sangre y conversaciones en torno al fuego.
Un día rajó su última camisa de trabajo esquivando un azadón mal colgado, “sin camisa no puedo trabajar vieja, me voy al puerto a comprarme ropa y estar completo nuevamente” le dijo a su mujer.
Llegó tras años de ausencia al puerto, ese puerto donde no valen de mucho ni la paciencia ni el poder leer la naturaleza ni mucho menos saber oler las temporadas con antelación. Los ritos de los peces nunca fueron su fuerte, solo se sabía las canciones de los caballos, de los Abedules y la canción de la miel, más la pesca siempre le intrigó. Vivió allí una temporada, allá en casa sus hijos cuidarían del campo y su mujer lo esperaría sabiendo de su honestidad.
Sin trabajo, comenzó como asistente en un barco y terminó buceando para encontrar tesoros escondidos, halló cofres, peces, moluscos, viejos recuerdos, monedas y espejos que miraban para otras tierras de seres azules y verdes que vendió sin mayor cuidado para pagar su cuartucho compartido de puerto, nada era suyo pero estaba contento la verdad. Pensaba que el mar en su inmensidad nunca podría ser suyo, pero poco le importaba. La barba le había crecido, la piel salado y la mirada agudizado, el mar lo había transformado en ese marino que nunca soñó ser.
Una noche, entre sueños, olió sus abedules y caballos mientras escuchaba la canción de las abejas que lo reprochaban, al despertar se dio cuenta que era hora de volver, sin pensarlo mucho y lleno de dolor renunció al amor que tenía por el mar, los tesoros y aventuras sin seguro, escribió una última canción que cantó con los viejos salados. Todavía en el puerto hay niños que cantan “el mar no se puede cultivar” sin saber el origen.
hoy en día lo puedes ir a ver a su ranchita, su mujer y niños saben que Camilo ya no es suyo, tampoco es de si mismo dicen las abejas, las mismas que bien saben que si te alejas mucho del panal todo cambia, hay otras flores, viajes y ausencia de panales, donde solo te queda empezar otro panal o vivir por siempre a la merced del viento, bajo una hojita o entre las hendiduras de los arboles ¿Qué abeja quisiera volver si aprendiera los misterios de lo inasible, lo inaprendible, lo indómito, lo sin panal, lo sin forma, la miel de piel de flor?
Camilo ya es viejo, se lo cree loco porque le habla a las abejas, si lo encuentras borracho te cuenta gustoso y lleno de ademanes que le habla a las pequeñas de un mar de margaritas mas allá de lo que sus alitas pueden volar, a tres soles de distancia. Muerte segura dicen las abejas, vida viva responde Camilo lleno de nostalgia.

Texto agregado el 04-05-2015, y leído por 138 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-05-2015 Disfrutado.Te saludo emece
05-05-2015 Hermoso relato . autumn_cedar
05-05-2015 de agradable lectura seroma
05-05-2015 El mar no se puede cultivar, pero tu imaginación llena mares. Delicioso cuento con sabor a miel. Saludos! TuNorte
 
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