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Dos cabreros con los rasgos delineados por el acné descubrieron las tablas manuscritas del alquimista Luviaco el Apóstata al guarecerse de una tormenta en una cueva con murciélagos junto a una villa de San Simpronio.

Todo ocurrió cuando uno de los muchachos se zarandeó incómodo ante las deyecciones de los animales que colgaban como acróbatas ominosos de los huecos entre las estalactitas, por lo que se arrastró hasta un recoveco donde halló un canasto con las tablas asaeteadas por una escritura entre rúnica y cuneiforme.

El destino del legado de Luviaco sería un bazar donde lo mismo se remataban borregos quejumbrosos que panales atiborrados de abejas malas.

Sólo al paso del tiempo las tablas llegarían a las manos del anciano criptógrafo Ennio Staroff, quien dedicó los últimos años de su vida a desentrañar lo que resultaron trescientos versículos donde Luviaco refería sus peripecias como encantador de ratones.

Se dice que Ennio Staroff no tardó mucho en comunicar a sus colegas la historia absurda que repasaron sus ojos acoplados a unas gafas capaces de dilatar las pupilas de un topo.

Según la versión más autorizada de lo que se llamó “Los Desatinos del Alquimista Apóstata”, Luviaco acabó con generaciones enteras de ratones de varios poblados mucho antes de que surgiera la versión autorizada del Flautista de Hamelin.

Sin embargo Luviaco nunca dispuso de flautas ni de una cadencia saltarina para seducir a los roedores, sino de meros hilos de poder surgidos como telarañas inconmensurables de sus manos crispadas y capaces de efectuar los movimientos rutinarios de un druida en trance.

Así fue como Ennio Staroff se llevó las palmas a las sienes venerables al leer sobre el momento en que Luviaco hacía que los ratones se arrojaran al boquete ígneo de un volcán como hiciera siglos antes Empédocles el Daimon.

Pero lo más indignante sería la descripción rimada del alquimista apóstata respecto a las cucarachas, termitas y langostas a las que ya invocaba para que asolaran los pueblos que no tardarían en clamar al cielo por la ejecución “desinteresada” de sus buenos oficios, lo que poco después le daría el estatus de “potestad terráquea” tan caro al apetito indoblegable de su ego.

Texto agregado el 29-05-2015, y leído por 188 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
24-09-2015 Este señor se adelantó a las farmacéuticas, las cuales crearon enfermedades de la nada y luego aportaron sus remedios sacados de un laboratorio. El texto es muy bueno, claro está. Me recuerda un poco la cadencia de Borges. Pero me faltan algunas comas, un detalle sin importancia. LorenzoGarrido
06-06-2015 Extraordinario cuento. Una versión más acabada del domador de ratones. Comocasi siempre surgido de un manuscrito. Imagino las tablas en esos mercados del medio Oriente tan vivos. Un abrazo. umbrio
29-05-2015 Interesante version.Un Abrazo. gafer
29-05-2015 Interesante version. gafer
29-05-2015 Qué interesante y qué bien te movés siempre en esos escenarios y épocas! Me atrevo a decir que has vivido varias encarnaciones por esos parajes. Un abrazo. MujerDiosa
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