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Miraba los adoquines mientras yo le contaba mi pequeña aventura en el lago. Le dije que me había lanzado espectacularmente a una profundidad engañosa, y que en vez de sumergirme en la suave liquidez del agua, como un pelícano o como un delfín, me había hundido en el fondo lodoso como un cangrejo. Un error de cálculo, apuntó. Si, y de percepción, contesté.
Intuyo que Marco olvidó rápido mi historia, lo vi distraído hasta que chocó con esa mujer. Fue un golpe fuerte, intempestivo y absurdo, de esos que a veces se dan por pura torpeza. Se embistieron casi con la mitad del cuerpo, y la mujer incluso lo abrazó para contener la inercia del impacto. Creí que eran grandes amigos y ella lo interceptaba para saludarlo, lo que en verdad resultó un desatino. Marco la miró con absoluta extrañeza, y de inmediato se separó de ella para continuar nuestro camino ¡Idiota!, comentó entre dientes ¡Pero qué imbécil! dije yo para reafirmar que la culpa había sido de ella, no de Marco, que ahora se limitaba a suspirar.
De vez en cuando lo miraba de reojo y veía algo de tristeza en su rostro.

Dos tipos conversaban en la entrada del edificio, me miraron y en sus bocas insulsas divisé un rictus irónico que no me gustó. Marco y yo entramos por un angosto pasillo semioscuro, y luego de andar unos metros nos cerró el paso un muro gris que tuvimos que salvar girando hacia la izquierda. Estos pasillos son una especie de laberinto kafkiano, dije para romper el hielo y la monotonía de nuestras pasos. No recibí respuesta ¿Sabes?, agregué, Luis tiene una increíble habilidad para contagiar su buen humor. Marco parecía estar en otro mundo. Empezó a caminar más rápido y en un instante se me adelantó y lo perdí de vista. Pensé que se había apurado por algo importante, y que seguramente me esperaría un poco más allá, como siempre. Pero cuando llegué al lugar del hipotético encuentro, no estaba. Pregunté a un sujeto con overol que barría como autómata, y me dijo que no había visto a nadie. ¡Pero cómo, si acaba de estar conmigo y pasó por aquí! grité, pero el tipo se encogió de hombros y siguió con lo suyo. Avancé un poco y miré en todas direcciones sin divisar a Marco. Retrocedí media aturdida. Salí y me topé con los dos sujetos insulsos de afuera. Les pregunté por mi amigo, se rieron descaradamente y me dijeron que yo había entrado sola ¡¿Qué?! ¡no puede ser, si venía con él, con Marco! exclamé. No, venías sola, insistieron. Desanduve pasos, aferrándome a esa máxima infantil de repetir la causa para revivir la consecuencia. Como cuando perdías un objeto y querías encontrarlo tirando otro en el mismo punto del extravío. Al llegar al lugar donde Marco había tropezado con esa estúpida, me encontré con una aglomeración. Se me heló la sangre y apuré el tranco, un mal presentimiento me apretaba la garganta. Por entre los pies de la multitud corría un hilo de sangre. Me abrí paso a empujones y vi a Marco en el suelo, la ropa ensangrentada, su cara toda palidez y sus hermosos ojos sin vida.

Era un hombre introvertido, sosegado. Le gustaba mi compañía porque entre nosotros los silencios no eran incómodos. Tu, amiga angelical, me decía, te apareces y me acompañas cuando más lo necesito. Luis al principio se ponía celoso, lo entiendo, no es fácil aceptar algo así. Pero con el tiempo comprendió que mi relación con Marco era irrompible, porque nos amábamos desde antes y para siempre, como amigos, claro está. Acostumbrábamos abrazarnos, y una tarde en el parque acercamos tanto nuestros rostros que casi nos besamos. Sólo fue un juego y nunca más lo volvimos a hacer ¿Debimos seguir nuestros impulsos? Él decía que no. Si nos convertíamos en amantes probablemente duraríamos sólo un par de meses y terminaríamos mal. No sé, quizá tenía razón.
Marco era una persona convencional, un hombre bastante corriente, con sus arrebatos y sus razones, con sus lógicas unívocas y sus ideas poco prácticas. Tampoco era un adonis, pero tenía unos ojos encantadores y un tono canela que me gustaba mucho. Nos queríamos en nuestra simpleza.
No éramos de esos amigos que se cuentan todo, lo considerábamos aburrido. Sabíamos que había cosas que quedaban a oscuras, pero en lo que nos decíamos había ese seductor mensaje entrelíneas que ambos descifrábamos bien. Nuestra conversación era más bien incisiva, y eso le encantaba. Le conocí un par de sus amores. Recuerdo una que se creía mujer maravilla y tenía respuestas para todo, y otra que andaba en busca de un mecenas que la mantuviera. El último tiempo estuvo solo. Para recargar pilas, decía, y para buscar mejor ¿Qué quieres de las mujeres? No sé, buen sexo y una conversación divertida, con eso basta para empezar. No sabía mentir.

Ese día, en la mañana, lo llamé para que me acompañara a comprar un regalo para Luis. Paseamos un buen rato por las tiendas, hasta que me mostró un lindo reloj que yo había desatendido. Después me pidió que fuéramos a ver a un primo que estaba enfermo. En el camino pasó lo del accidente. Aunque, me cuesta decirlo cuando pienso en Marco, en verdad no fue un accidente. Fue un asesinato. Un incomprensible asesinato. Han investigado y escarbado en sus cosas, pero no han encontrado motivos ni pruebas suficientes. A la mujer no le vi bien la cara, y mis descripciones fueron inútiles. Los testigos han dado versiones contradictorias, incluso algunos dijeron que andaba solo, cosa que por supuesto negué. Cuando les dije a los policías que después de ir de compras fuimos a ver a su amigo, y en los pasillos de edificio Marco desapareció, se miraron y me dijeron que estaba en problemas. Me contaron una versión de los hechos que no comprendo. Dijeron que estaba obsesionada con un personaje de telenovela. Que Marco no era real. Que eso de ser amigos era una fantasía creada por mí. Que había interceptado en la calle y había apuñalado al actor Luis Oyarzún, intérprete de Marco. Ha sido todo tan extraño y confuso. Y lo que más que angustia es que después de ese fuerte abrazo, Marco me tomó de la mano y caminamos, como siempre. Cada noche lo invoco para responder esta pregunta que me carcome el alma. Ya no quiere hablar de eso. Dice que siempre seré su amiga, y que me visitará cuando pueda. A veces lo veo en mis sueños, cabizbajo, triste, mirándome como la última vez, sin que de sus labios salga palabra alguna. Lo sigo amando tanto. Amigo ¿tú todavía me amas a pesar de mi estupidez?

Texto agregado el 09-07-2015, y leído por 342 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
13-12-2016 Estupenda historia que con mucha gracia es entretejida. Hay un quehacer muy sicológico que se plasma.. Me gustó. También el ejemplo de locus de control que hay en tu bio.. un abrazo, sheisan
02-04-2016 Si mi padre lo leyera, me recordaría esa frase que tanto odio de "la amistad entre hombres y mujeres no existe", jajajajaja. O al menos, eso fue lo primero que me vino a la cabeza mientras lo leía. Esperaba un giro, pero no me esperaba este la verdad. Y me encantan los giros que no espero ;) . La narración en primera persona tan "natural" te deja k.o. al final, cuando entiendes lo que ha pasado. Ikalinen
20-02-2016 (1) Se entreveran en el relato el rol de cada personaje con el de los otros, como luego se trenzan las ideas en la mente del lector. Hasta el final, quien te lee lleva a cuestas el intríngulis sin poder dilucidarlo. Me quedo elucubrando la tesis de que la de la voz protagónica de tu relato padece una especie de psicosis bastante desarrollada que se manifiesta “creando” intrincadas y verosímiles historias de amigos imaginarios. sagitarion
20-02-2016 (2) Es un relato que a primera lectura nos parece sencillo, pero a medida que se avanza en él nos exige mucha atención sin provocar tedio ni fastidio y al final nos deja cavilando sobre el asunto, he ahí el plus alcanzado por el autor. sagitarion
12-02-2016 ***** tuki
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