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Cuando La Pobreza Entra Por La Puerta, el Amor Salta Por La Ventana


Marisa se casó muy enamorada, tanto que ya no se acordaba…
¿Quién era ese, que estaba tumbado todo el santo día?
¿Quién era?
¿Cómo había llegado a esta situación?
Su madre siempre le dijo que ella, tenía “la sartén por el mango” que no tolerara más de lo necesario a su esposo. Siempre le repitió: que a ella, aquello le dio muy buen resultado, llegando a las bodas de oro.
Desde aquél fatídico día en que su pareja le anunció el temible despido, (después de tantos años en la misma empresa). La vida de la pareja fue como un deslizarse por un frenético tobogán, que acabalaría en un irremediable desastre.
La rutina, la vida en común que en un principio del matrimonio: esos pelillos en el lavabo, esos pequeños ronquidos, que incluso hacían sonreír, esas disputas de enamorados; de que sí a la playa o a la montaña. Esa forma de orinar que tanta gracia le hacía a Marisa, que siempre le repetía con un cariño anticuado; que bajara la tapa del retrete.
Todo aquello, incluso armonizaba el convivir de la pareja. Era un tradicional cohabitar. Su madre siempre le aconsejaba, prudencia y mucho cariño hacía su esposo.
De la noche a la mañana se convirtió en una tortura, agrandada por la necesidad de que ella, ahora trabajaba y él, no.

Aquella noche como todas dejó volar su imaginación en un universo de fantasía, lo único que su educación le permitía disfrutar. Su mundo de día era frustrante, la noche representaba ese punto de libertad al que ella, se entregaba.
—Marisa… —aquella voz sensual le susurraba su nombre con un erotismo propio del más fogoso de los enamorados— ¿Cómo está mi pequeña esta noche? ¿Dispuesta?
—Lo estoy —Contestó con un leve suspiro.
—Entonces, vámonos…
La tomó de la mano saliendo los dos del dormitorio, en donde los ronquidos de su pareja se acompasaban con el “Tic, tac” del despertador, al que le quedaban todavía unas cuantas horas para martirizar a Marisa.
Un mundo de corazones de lo más vivos colores inundaban el cielo, en el que las estrellas ponían ese toque delicado de luminosidad adecuada a su imaginación, que Marisa pretendía encajar su mundo dentro de su ensueño.
A lo lejos, dentro de ese universo de ilusión se acercaba una gran cama con su magnífico dosel de hierro forjado, como el gustaba a ella. Con sus sabanas de suave seda y un buen surtido de elegantes cojines acompañados de ositos de peluche, dándole al conjunto una pincelada de lo más infantil.
Mientras su Adonis le hacía el amor, con esa ternura que a ella le parecía lo correcto. La cama viajaba por ese mundo, lo mismo que una estrella que cruza el firmamento. Los corazones de colores sonreían a la pareja. Los planetas danzaban al compás de los jadeos y embestidas del amante. A cada resuello de Marisa. Una luz intermitente semejante a la de un faro anunciando a los barcos de la proximidad de la costa, daba a entender el goce de la pareja a todo el cosmos…


—¡¡Mira Marisa!! —Su amante embobado le señalaba un artefacto aproximándose— parece otra cama, destellando luces como la nuestra.
Marisa, algo extrañada miró en la misma dirección. No era una cama, ni nada semejante. Una gran bota con la suela abierta donde los clavos que antaño sujetaban la misma, daban el aspecto de una gran boca con los dientes amenazadores. Al llegar a su altura un ser de aspecto triste salió de entre los clavos. Su dedo amenazador señalaba a Marisa, que acurrucándose y aferrándose a su compañero sollozaba con tal desamparo que todo el firmamento poco a poco fue desapareciendo. Su mundo se desmoronaba, el ser cual bicho que corroe la mente no paraba de repetir:
—¡¡Adultera!! ¡¡Ramera!! ¡¡Viciosa!! ¡¡Mala esposa!!

Sumida en sudores, su sueño derivó en una tremenda pesadilla. En esos momentos un ruido la acabó de despertar. El reloj todavía mudo, la confundió. Los sonidos siguieron martirizando sus oídos. Su marido seguía con su rítmico ronquido, como si con él no fuera la cosa. Al final, despotricando su mala suerte acudió a la fuente de ese molesto sonido. Era la puerta de entrada a la vivienda, alguien con prisas tocaba a la misma. Marisa ya tenía preparada un sinfín de reproches al inoportuno que no se le ocurrió mejor momento que alterar su sagrado descanso. En cuanto abrió la puerta, su cara adquirió la faz de una persona más muerta que viva. Ahí plantado su marido o lo que quedaba de él, se le presentó cual zombi escapado de una película de terror. Con la mano tendida imploraba que el diera algo para comer. De su boca, solo alcanzaba a balbucear palabras incoherentes de suplica.
Aterrorizada, de un portazo cerró. Volvió a la cama para cerciorarse, pero su compañero seguía dormitando. ¿Imposible? ¿Cómo podía ser? De la puerta de entrada seguían los acompasados toques. La piltrafa insistía, aporreando la puerta. Su esposo continuaba roncando, su culpabilidad proseguía en ese imaginario universo, su amante permanecía en esa cama vacía. Ella, se estaba volviendo loca. La ventana cual vía de escape, la llamaba a gritos…
Cuando la piltrafa consiguió derribar la puerta. Marisa, dio el decisivo salto mortal, traspasó el doble cristal de la ventana, que siempre le dijeron que era de alta seguridad… irónicamente cuando en su caída libre esos pensamientos afloraron a su dañada mente, una sonrisa acudió a su maltrecha faz
¿Así que no se romperían? ¡Menudo timo, y caros además!

El "Aleluya" del Mesías de Haendel suena de forma insistente… unas palabras la devuelven a la realidad.
—Juan, ¿quieres recibir a Marisa como esposa, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, quiero —el novio contesta con ferviente resolución, enamorado y resuelto para siempre.
—Marisa, ¿quieres recibir a Juan como esposo, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

Los monaguillos escondidos en su lugar secreto de la sacristía, dando buena cuenta del vino sagrado, comentan:
—¡¡Hay que ver cómo corría la novia!! —entre risas y burlas, imitaban a la desposada y a los turbados invitados.
Prosiguiendo con sus chanzas— recordáis cuando salió tan deprisa que se pilló la cola del vestido quedándose medio desnuda —se divertían de lo lindo, sus adolecentes caras llenas de granos y proyecto de barbas, se ponían colorados de tanto reírse— y el novio, que parecía que estaba estreñido, no se le ocurrió más que salir detrás de ella implorando que volviera —el trío de secuaces rompió a carcajadas, entre el sopor del vino y el recuerdo de lo acontecido, aquello derivó en una auténtico atracón de risas…

Fin

J.M. Martínez Pedrós.

Código de registro: 1508114859082




















Texto agregado el 11-08-2015, y leído por 87 visitantes. (2 votos)


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