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Tristeza não tem carozo

Resulta que el otro día estaba yo en una oficina y me encontré a una empleada (24 años, dos hijos) que escuchaba a Silvio Rodríguez. —¡Silvio Rodríguez! —medio que le grité sorprendido— ¿Quién escucha al zurdito deprimente ese hoy en día? —le dije además. Y su respuesta fue que claro, que había terminado el mandato de Cristina y que por eso ella estaba triste, y que como estaba triste ponía música (triste) para pasar el rato (triste) en la oficina. A todo esto, lo primero que me viene a la mente en semejantes casos es que si uno está triste, lo que quiere es mejorar la cosa y entonces hay que poner un poco de onda: llama a los amigos o a alguien que le proporcione sexo oral o, en fin, recurre a algo situado en cierto abanico de posibilidades en el que, claro está, no aparece la opción de escuchar canciones que den ganas de balearse los huevos.
En lo que acabo de decir se asoma una suerte de dialéctica, o de juego dialéctico. Digamos que la dialéctica es en resumidas cuentas la conciliación de los opuestos. Me remito a una famosa frase del Duque de Wellington, que aparece en la película «Waterloo». Está el chabón a caballo en el campo de la batalla terminada, en medio, pues, de la desolación, de un escenario lógicamente horroroso, y dice: «Frente a una batalla perdida lo más triste es una batalla ganada». La cita se supone verdadera y, pese a la traducción, se entiende. Aquí se notan los contrarios: el escenario y la batalla son una y la misma cosa, mientras que la batalla ha producido un vencedor (Wellington) y un vencido (Napoleón). No hay que ser muy lúcido para intuir que, según el pensamiento del duque, el panorama es más triste para el perdedor aun cuando el escenario produzca escalofríos a todos. El hecho de que Cristina (o, mejor dicho, su partido) fuera derrotada en las elecciones fue festejado por mucha gente, conque no es de por sí algo que podamos tildar de triste que la señora haya dejado de gobernar. De un campo repleto de cadáveres desmembrados, caballos muertos y piezas de artillería descalabrada y el fuego quemando parte de eso podríamos decir que es más “de por sí” triste que lo anterior. Habría entonces panoramas o cosas o sucesos que en sí mismos llevan (producen) más tristeza que otros, al menos para mayor cantidad de gente. El paisaje horroroso de Wellington y de Napoleón es a su vez comparable con algún cataclismo natural, pongamos el paso de un huracán o de un tsunami, terremotos, etcétera; pero lo otro es producción humana: he ahí la contradicción: somos capaces de producir escenarios horrorosos, y nos cabe, como si consideráramos íntimamente que son necesarios, y esto porque somos conscientes de que que la tristeza es inevitable para nosotros de un modo u otro, porque la tristeza está ahí siempre ante nosotros como la mismísima muerte. A todo esto, Wellington y Napoleón son los campos de batalla de su época, son (y son sobre todo para nosotros ahora) esa profunda tristeza de muertos en el campo. En este terreno somos como el drogadicto que en cualquier esquina encuentra algo para drogarse, mientras que el que no consume no se entera ni de pedo de que al lado de su casa ofrecen drogas, putas y pasaportes por una módica suma de dinero: si usted quiere encontrar algo triste, vaya a caminar un par de cuadras. Por todo esto vienen los clichés como el de la gorda deprimida que se compra un kilo de helado y mientras acaricia el gato mira una película generalmente gringa repleta de (claro) clichés y se pone a lagrimear como un puto cocodrilo. Y esto es lo que pasó en el primer párrafo de esta mierda.
Si usted va a estudiar música, se encontrará con un viejo hijo de puta que, de un modo u otro, le dirá que el acorde menor es un acorde más bien triste, mientras que el mayor no lo es. Entonces usted escuchará una tríada menor (pongamos do - mi bemol - sol) y, puesto a comparar, pensará que la tríada mayor (do - mi - sol) es más dizque alegre. Esto es como decir que ciertos poetas del orto parecen creer que la tristeza es algo así como una veinteañera rebuena que llora, algo así como una cosa delicada y apetecible a la que uno puede sacar de su lugar de tristeza fácilmente (como sucede con los niños, que para que dejen de llorar se les ofrece alguna baratija) y luego, ya que está, se enamora, se casa o alguna pelotudez por el estilo. Con toda esta cantaleta voy a que somos productores de dos clases de tristezas, a las que me referiré como la artificial y la natural. La primera es lo que describí en el primer párrafo; la segunda, pues lo del segundo, no hay que ser muy luciérnaga, eh. Y puse que somos productores porque la tristeza no existe más allá de uno, no está en el objeto como si fuera un color o una abolladura aunque uno así lo explique. Tampoco voy a escribir una lista de las tristezas de las que somos damnificados naturalmente y por el mero hecho de vivir, y menos que menos me aventuraría a intentar una definición de la tristeza.
Por otra parte, alguno podrá venir a patalear y a decir que esto que puse es una marihuanada porque la alegría se da igual que la tristeza y que nada dije de eso. No. Mire, si se le ocurrió esa zanguangada, mejor vaya a leer los diarios. La alegría es diferente o al menos a lo que voy acá. Alegría habría sido que Wellington, cual Cristiano Ronaldo en el relax postpartido, dijera “oh qué alegría, hemos vencido a estos culorrotos ¡albricias!” entre guirnaldas y todo eso. Además la alegría no es algo como que uno vaya a cuestionarse demasiado (si lo hace, es tristeza, vea, recién probé), ni de lo que vayan a surgir sus más sesudos pensamientos trascendentales, onda que usted ha cumplido 60 años y no vaya a pensar “qué alegría todas las mujeres que no me cogí gracias a que estuve 30 años con mi esposa y mis 7 hijos” o “qué bueno que esta cirrosis me matará en tres meses así no veo la final del mundial, que me pone tan nervioso” o “qué alegría eso de que ya tengo 18 años, dejé la paja hace un mes y debo trabajar para disfrutar del bebé que viene”. Y mejor no decir nada de esos poetas y de esos cantantes románticos que lo pasan lloriqueando, como si algún vago de mierda hubiera dicho en su época “jua jua jua el tango es un pensamiento alegre que se puede bailar”.
Yo no creo que la tristeza y la alegría sean dos caras de una moneda como no lo son, digamos, la vida y la muerte: el verbo vivir implica duración como “buscar”; “morir” no tiene duración, como “encontrar”. La alegría no tiene una dialéctica; no hay convivencia de contrarios ni nada que asimilar cuando estamos alegres. La alegría no implica mirar el pasado o volver sobre los hechos aun cuando sea resultado de un esfuerzo prolongado o de un simple parto. Creo, más bien, que la tristeza representa lo inevitable en varios aspectos: por un lado, el irremediable final de las cosas: con esto nacemos, mejor dicho: a poco de nacer caemos en la cuenta de que nos va a tocar varias veces, y que al último vamos nosotros. Habría que preguntar al poeta que canta “Tristeza não tem fim, felicidade sim" en qué estaría pensando. Yo no sé; esos poetas brasileros con esas pelotudeces del pétalo de la flor, la lágrima de amor y los pobres me deprimen más que Silvio Rodríguez. Pero esa frasecita en el cuento que estoy contando acá me viene bien para esto: la tristeza no tiene fin porque nuestras acciones, en tanto que tales, siempre, como el campo de la batalla del puto de Wellington, encierran un acto de tristeza por la sencilla razón de que sobre estas acciones vendrán a juzgarnos nuestros propios pensamientos (y ni hablar de que nos juzguen terceros). Usted en algún momento va a ponerse triste y a pensar huevonadas, y esto se va a repetir mucho, básicamente porque vive y ya sabe adónde va la vida. No es muy difícil. Lo difícil es ponerse de acuerdo con uno mismo en medio de tanta mala dialéctica. Después los poetas y los periodistas y los políticos y los etcéteras van a seguir produciendo tristezas rococó y facilongas para la gilada, pero eso es otra cosa.

Texto agregado el 22-12-2015, y leído por 243 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
16-01-2016 que mericonada, imposibe terminar de leer tuki
23-12-2015 si uno está triste, lo que quiere es mejorar la cosa y entonces hay que poner un poco de onda filiberto
22-12-2015 Creo que hay sujetos que tienen propensión a la tristeza, y como el duquesito ese siempre le ven el lado triste a todo, incluso al triunfo, porque son dizque empáticos y piensan en que cada átomo que respiran se lo están negando a un niño africano. Eso es muy triste. En general para mí no hay nada más triste que un niño pobre, en fin, ya se me están cayendo los mocos. kroston
22-12-2015 En mi modesta e indocumentada opinión, los estados de ánimo, sea cual sea su tipo, son solo reacciones químicas que se producen cuando hay un estímulo exterior. Si no fuera así, no existirían medicinas, drogas u "ungüentos" capaces de curar los estados de ánimo que se supone, son negativos. Lqa tristeza lo es. Está bien tu ensayo.+++++ crazymouse
22-12-2015 Se supone que el ensayo se centra en el estado de ánimo. Se supone... girouette-
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