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-¿Cuáles son sus deseos?- nos preguntó el genio mostrando una sonrisa servicial. No media menos de 20 centímetros. Tenía el pelo largo, llevaba unos pantalones holgados y una playera que decía: “Yo amo Turquía”, que fue donde compramos la lámpara.

- Yo empiezo- dijo Ana efusivamente.

- Y bien señorita ¿Qué deseo puedo cumplirle?

- Quiero ese vestido azul plateado del diseñador François Chomet. Quería comprarlo yo misma pero ya habían comprado el último.

- Concedido- respondió el genio esbozando una sonrisa.

Un vestido cayó del techo a las manos de Ana. Era el que había pedido. Ana abrazó el vestido con todas sus fuerzas y los dos sentimos el aroma.

- Huele a perfume- dijo.
Acercó el vestido a la nariz y lo olió con más detenimiento.

- Es cierto- dijo- ¿De dónde lo sacaste?- preguntó dirigiéndose al genio.

- De una empresaria textil llamada Helen Ramírez.

- ¿Qué?- los dos gritamos en unisonó.

- El vestido que tú querías lo había comprado ella y como tú querías ese vestido se lo tuve que quitar.

- ¿y ella lo estaba usando?- preguntó desesperadamente.

- ¿Por qué no lo ves por ti misma?

El genio abrió una especie de portal donde podíamos ver a Helen luciendo ese vestido, le quedaba muy bien. Ella estaba bailando junto con un tipo alto y calvo. Al parecer están en un país extranjero porque ya era de noche. Y cuando ya estaba dando la vuelta el vestido desapareció dejándola solo con su ropa interior roja. Ella soltó un grito tan fuerte que hizo volar a los pajaros y rompió los tímpanos de los demás invitados. Se tapó como pudo sin dejar de gritar.

El portal desapareció.

Ana tenía una expresión de “¿Qué he hecho?” sin dejar de soltar el vestido.

- ¿Cuál es su siguiente deseo?- preguntó el genio esbozando una sonrisa.

- Me toca- Dije acercándome al genio. Ana puso su mano sobre mi hombro.

- ¿Estas seguro de que vas a pedir un deseo?- me preguntó de lo más preocupada.

- Por supuesto- respondí confiado.

- Ten cuidado. No vayas a cometer una estupidez.

- ¿Cómo tú lo hiciste?

- Vete al demonio

El genio empezaba a impacientarse mientras yo buscaba una respuesta para Ana.

- El siguiente deseo es para hoy.

Los dos nos volteamos. Yo le pedí perdón y formulé mi deseo.

- Deseo un auto rojo último modelo- luego lo pensé- que sea nuevo- levanté los brazos para resaltar mi deseo- que sea enorme.

- Concedido.

El auto apareció… encima de nosotros. Teníamos suerte de aun estar vivos. El peso del auto nos aplastaba los huesos de la espalda.

- ¡Maldita sea Roy! Te dije que tuviera cuidado. Que no cometieras ninguna estupidez- dijo Ana intentando moverse del auto.
- ¿Tú crees que yo quería esto?- pregunté furioso- ¿Qué pasó?- le pregunté al genio.

- Como tenías levantado los brazos pensé que lo querías encima de ti.

No sé si Ana pensaba lo mismo que yo pero yo quería estamparlo contra la pared.

- ¿Quién va a pedir el tercer deseo?

Ninguno de los dos dijimos nada. Solo nos retorcíamos intentando salir del pesado auto.

- Si no piden su tercer deseo me tendré que quedar con ustedes hasta que lo hagan.

Los dos nos quedamos mirándonos fijamente. Era obvio que ninguno de los dos queríamos a este desgraciado viviendo con nosotros pero tampoco queríamos que nos volviera a engañar. Adamas no podíamos hacer nada estando atrapados debajo del auto.

Observamos de reojo al genio que se estaba limando las uñas con una lima que hizo aparecer con su magia mientras golpeaba el suelo con sus pequeños pies. Levantó la cabeza posando sus ojos sobre los nuestros.

- ¿Van a pedir algo? Estoy esperando- dijo mientras señalaba su reloj, que lo hizo aparecer mágicamente.

Los dos movimos la cabeza de un lado hacia otro. No sabíamos que hacer.

- Entonces me quedaré hasta que hayan tomado una decisión ¿Puedo ver su tele?

Ana levantó un poco el cuello haciendo una mueca de dolor y le dijo al hombrecillo.

- Tengo un deseo.

- Bien señorita ¿Qué puedo hacer por usted?

- Deseo que salgamos de este maldito auto.

- Concedido.

- Bien pensado- le dije- Quería abrazarla y preguntarme a mí mismo ¿Por qué no se me ocurrió antes?

El auto no había desaparecido. Seguía ahí pero nosotros podíamos salir arrastrándonos con facilidad.

El genio nos había encogido.

Nos pusimos de pie y vimos la sala de nuestra casa mucho más grande. El genio se acercó a nosotros, puso sus huesudas manos sobres nuestros hombros y dijo:

- Bueno tengo que irme. Ha sido un placer estar con ustedes- el genio parecía un padre alto hablando con sus hijos de dos años desde nuestra perspectiva.

- Espera. No puedes dejarnos…- antes de que pudiera terminar mi frase el genio había desaparecido.

Ana me miró a los ojos, estaba tan asustada como, tenía la boca y respiraba demasiado rápido. Terminó diciendo:

- ¿Ahora qué?

Texto agregado el 23-12-2015, y leído por 77 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-12-2015 Un genio con un ingenio desopilante, un verdadero peligro estando suelto y concediendo deseos.... hgiordan
23-12-2015 Me gustó, un genio cabroncete. Y se los comió el gato ??? O montaron en un pato en el que volaron.... grilo
 
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