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Hola, soy un psicólogo médico de mucho prestigio y abundante clientela. No es por presumir sino que lo digo como un hecho, en la facultad me recibí con mención honorífica. Mi éxito se debe más que nada a mis tratamientos homeopáticos, pues por determinación de Salubridad sólo los psiquiatras pueden recetar medicinas alopáticas (por cierto la mayoría de ellos se auto recetan y son aficionados a las bebidas espirituosas). Mi clientela está formada por seres humanos que antes se catalogaban como neurasténicos. Siempre pensé que comprendía el alma humana, hasta que una situación me ha movido el tapete. Les contaré:

Pepe, es mi amigo, simpático, licenciado en filosofía y letras, guapo, podrido en dinero que heredó, razón por la que no trabaja; además de una absoluta falta de escrúpulos, para él la palabra conciencia no tiene sentido. Se dedica con entusiasmo y singular alegría a acostarse con cuanta mujer puede. Agarra parejo: doncellas, casadas, sobre todo a estás últimas pues dice: “Son menos latosas y se cuidan”.

El caso es que se enamoró como un becerro de Elvira, joven secretaria, muy religiosa y apegada a la iglesia. Encontró en ella (en Elvira no en la iglesia) la horma de sus zapatos. Se dejaba besar y sentía las morbideces de su cuerpo que lo alborotaban. Pero, nada de nada, hasta que se separó de él para casarse con Esteban, un primo de Pepe rico como él, con la enorme ventaja que era igual de creyente que ella.

Con el tiempo Esteban pasó a ser cliente mío (por recomendación de Pepe, mi cínico amigo). Sin embargo, mi paciente era muy circunspecto, no se abría de capa, las pocas cosas que me dijo era que su mujer no quería hijos, pero nada más respecto a ella. Se había separado de la iglesia, incluso se volvió masón. La verdad es que me visitaba sólo para surtirse de píldoras para dormir y para los nervios, cuando se terminaban regresaba.

Me sorprendió ver la esquela de Esteban en el periódico, había cometido suicidio según me dijo Pepe. Acudí a sus exequias con una sensación de vergüenza por mi fracaso como psicólogo y curiosidad para saber que había pasado. Ahí conocí a la esposa, Elvira, ella no era fea ni bonita, su juventud la ayudaba. Muy propia, vestida de riguroso luto, pero con una sonrisa en los labios y platicaba con tranquilidad con sus amigas, a veces se escuchaban risas. Di el pésame y me fui, la viuda me ignoró por completo.

En una mesa de café le cuestioné a Pepe: “¿La mujer tuvo que ver con el hecho de quitarse la vida?” Mi amigo se quedó pensativo y me contestó en un arranque de sinceridad: “No sé, sabes, yo siempre creí que usaba a las mujeres, pero últimamente me pregunto si no ha sido al revés. Para serte franco no comprendo a las mujeres”. A pesar de mi ciencia, me dije: “Yo tampoco…”

Texto agregado el 09-03-2016, y leído por 87 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-03-2016 La mujer, el eterno femenino. heraclitus
10-03-2016 No hay manera de entenderlas caro amigo, hay que amarlas solamente. Cinco aullidos circunspectos yar
10-03-2016 A la mujer, amigo, no hay que comprenderla sino amarla. Eso es lo primero que hay que comprender. Lo segundo, la mujer es como la noche, te rodea, te envuelve, su embrujo te ciega y eso lo consigue sin siquiera tocarte. Tercero, si las mujeres no existieran, el dinero no tendría ningún sentido. -ZEPOL
 
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