El observador casual no entenderá cómo es posible que el transeúnte confíe en que aquel bastón le advertirá de los obstáculos en su camino. Se adivina cierta intención en su manejo, pero parece que es la de arremeter contra el suelo que es puesto a su alcance, más que la de identificar algún cuerpo en trayectoria de colisión inminente.

El observador un poco más dedicado advertirá ciertos comportamientos sin explicación aparente. Como cuando titubea al pasar frente a una puerta o una ventana abierta en los edificios adyacentes a su ruta, o como cuando desacelera la marcha y llega incluso a hacer alto total para esperar a que los vehículos especialmente ruidosos pasen y se alejen, o más aún, cuando parece adivinar que ha llegado a una bocacalle incluso antes de que su bastón haya tenido oportunidad de reportarlo.

Se detiene confundido ante un crucero donde el tráfico es incesante y el ruido abrumador. Acepta la ayuda de otro peatón que le ofrece su hombro.

Aliviado de la carga mental que supone la navegación, tiene oportunidad de reflexionar brevemente acerca del extinto delfín del río Yangtze, cegado de nuevo por el ensordecedor rumor de los advenedizos depredadores modernos y sus naves motorizadas.