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Me gusta contar historias; sobre todo cuando hay algo interesante que decir. Y si no lo hay, inventarlo, para que lo contado cause emoción y llegue hasta los sentimientos de quien lee. A veces, contar un hecho o imaginar una historia puede ser de lo más sencillo, las ideas corren como el agua y el bolígrafo o el teclado del ordenador, parecen impelidos por una fuerza misteriosa que los arrastra formando palabra tras palabra sin apenas parar. Lo malo es que no siempre sucede así. En ocasiones (las más), escribir una palabra, una frase, una simple oración, nos hace casi llorar lágrimas, porque nacen a cuenta gotas, sin querer salir o dejarse ver; es entonces cuando se siente uno desesperado, frustrado, triste, con ganas inmensas de mandar todo al diablo y acometer otro asunto. Pero es allí precisamente donde se necesita perseverar, no darse por vencido, no dejar que las palabras se conviertan en nuestras amas y señoras, y nos hagan desistir del firme propósito de contar una historia.
Una anécdota bien contada puede constituir una gran historia; pero a veces no somos tan afortunados y podemos echarla a perder si no sabemos superar nuestras limitaciones: la redacción, el vocabulario, el estilo, etc; si nos sobreponemos a ello, escribir un texto: poema, ensayo, cuento, novela, puede convertirse en una experiencia inolvidable. Por ejemplo, yo estoy escribiendo las presentes líneas porque, precisamente, mi cabeza anda tan dispersa que no logro hilvanar muchas ideas, ni tampoco inventar algunas situaciones dignas de convertirse en un gran texto. En este momento estoy tan vacío como una cáscara de nuez (esos baloncitos redondos u ovalados cuya pulpa tiene un sabor espléndido, ideal para degustar sobre unos chiles en nogada o un flan suave bañado con rompope). Por cierto, ayer he visto una peli que trata sobre los problemas que sufre un adolescente, porque va a entrar a la escuela preparatoria y no tiene demasiados amigos. En la secundaria no le ha ido muy bien y no espera que en la prepa le vaya mejor, sino todo lo contrario. Así que no tiene amigos, ni novia, nadie lo ha besado en los labios, ni ha tenido sexo con ninguna chica. Ya tiene dieciséis, una edad de lo más difícil para un adolescente; si a eso le aunamos que ha estado enfermo porque tiene visiones de una tía muerta a la que ha querido mucho y que esto le ha ocasionado visitar el hospital por cierto tiempo, todo esto se convierte en una verdadera maraña que el joven no sabe ni cómo desentrañar.
Creo que me desvío; no quiero hablar sobre peli alguna, sino sobre el acto de contar y escribir una buena historia. Que resulta de lo más complicado cuando hay que inventarla casi en el aire, decidiendo los detalles que habrá de llevar y como engarzarlos de la mejor manera. El papel en blanco es un asesino, un matador de ilusiones para el que quiere escribir. A mí me da un miedo terrible, y la mayoría de las veces sucumbo ante su silenciosa blancura, que parece cegarme la visión y las ideas. Me asombra la facilidad que Anton Chejóv tenía para escribir sus cuentos, los construía sobre cualquier cosa, sobre la anécdota más pueril, sabiendo sacarle lo esencial y mejor, haciendo de cada cuento una pequeña obra de arte. Lo mismo admiro a Charles Dickens, que podía construir novelones de cientos de páginas y subyugar con ellos a sus lectores (a mí también). Y además, por entregas, manteniendo la expectación de la gente durante días enteros, hasta la aparición de la siguiente parte.
Que manía esta de irme por otros lados. Decía que si no se tiene un tema, de preferencia bien definido, planeado en sus detalles, lo más seguro es que no logremos una historia que tenga el suficiente interés para ser leída. Es muy probable que salga un bodrio aburrido y monótono que canse casi de inmediato a quien lo lea. Por eso hace ya algún tiempo que no escribo nada, ni siquiera cómo me siento porque la mujer que amo no parece ya sentir por mí, la misma atracción física de antes. Apenas me abraza o hace una caricia, apenas me besa en los labios, y ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que hicimos el amor. Y lo peor es que a ella parece no importarle que me muera por acariciar su piel café con leche o disfrutar el sabor a caramelo que tienen sus labios rojos; jugar con la lengua de su boca o compartir la trémula emoción que me embarga al desnudarla despacito, sin prisa alguna. A lo mejor le gusta alguien más. Quizá ya no le gusto o no me quiere o no le satisfago para nada.
Bueno, a lo mío. Ya lo dije: hace mucho que no escribo porque no tengo nada que contar, ni palabras para decir que hace unos días, he visto morir en la calle a un pobre perro, debatiéndose entre estertores, espumarajos y convulsiones; seguramente envenenado por gente desalmada y de mal corazón. Y con esto, me acuerdo de “El pinto”, ese cuento igual de triste y doloroso de Ángel de Campo “Micrós”. ¿Cómo alguien puede ser tan cruel para matar así a un animalito? O lo que es peor: torturar, mutilar o asesinar a personas.
Me quedo mudo; falto de ideas; triste de desamor; hastiado de la crueldad; angustiado por la suerte en una peli, de un adolescente virgen; resignado finalmente, por no tener nada que contar.

Texto agregado el 06-04-2016, y leído por 204 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-04-2016 Pienso querido que cuando se pone corazón e n lo que se escribe,nunca va a salir un .al texto. Tu sinceridad,es tal que en partes me veo reflejada en tus letras. Tienes encanto en tu de ir por eso te salió bello amigo****, Besos Victoria. 6236013
07-04-2016 Concuerdo con el comentario de Yar. En cuanto a ti, no diría que no tienes nada de contar, hilvanar este tejido que presentas con tus sabias letras, no es de personas vacías. Todo lo contrario, creo que escribiste un ensayo reflexivo sobre el arte de escribir y sus conflictos. Además, es obvio, querido Mario, que tienes una cultura poco común; y eso es el resultado de alguien muy leído. Me encantó. Un abrazo full y eterno. SOFIAMA
06-04-2016 Muy buen texto amigo. Digamos que parece un ensayo acerca del ejercicio de escribir. Lo haces con pulcritud y engarzando los pensamientos de ese momento. Veras Dudo que Chejov o Dickens lograran sus obras a la primera. Lei que Jack London escribia cuartillas y cuartillas diario para poder sacar algo en limpio. Garcia Marquez se desesperaba, pues siempre le parecia que faltaba algo a sus escritos. No hay atajos escibir es un oficio, se aprende... Escribiendo. Cinco aullidos en letras yar
06-04-2016 Maparooooo yo te quiero!!!!. Estoy al otro lado del Atlantico pero eres tan tierno, tan sincero tu relato... yo te quiero en la distancia. Si ella no te ama... quierete a ti mismo. Vales mucho eres sincero y tierno. Un beso que el viento lleva. Cruz KQ58
 
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