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Dice el Antiguo Testamento que cada cierto tiempo a Dios le gusta fumigar la tierra y acabar en un santiamén con toda forma de vida en el planeta. Los motivos, dicen, son siempre inescrutables, aunque bien podría tratarse de un simple ataque de aburrimiento. Es cierto, también, que Dios no ha mostrado a lo largo de la historia preferencias en el método de exterminio, le sirve igual un diluvio, unos jinetes apocalípticos o la siempre efectista lluvia de fuego y azufre. No importa la técnica, siempre, eso sí, que la superficie terrestre quede más limpia de vida que una patena. Después del espectáculo pirotécnico de agua y fuego, Dios observa la Tierra como ese niño travieso mira su pecera vacía con un pececillo rojo espachurrado entre sus dedos. Nuestro niño, si sólo es travieso, suele intentar después un masaje cardiorespiratorio en su maltrecho pez hasta que la impotencia le llena los ojos de lágrimas, pero si los hombres no lloran, los Dioses, menos. No se llora.
Empieza entonces la dura tarea de la reconstrucción. Si ser omnipotente en otras ocasiones, la verdad, no sirve de mucho, es justo reconocer que para repoblar planetas la omnipotencia viene de perlas. El problema no es el trabajo por tanto, que si por eso fuera Dios te dejaba la tierra niquelada en un plis plas. El problema es la memoria. Dios nunca recuerda como eran las plantas ni los animales antes de su pequeño calentón destructivo. Desgraciadamente los dioses no traen omnimemoria de serie. Así en las primeras reconstrucciones Dios se pasaba horas y horas buscando pistas entre los escombros y las cenizas hasta encontrar algunos fósiles de plantas y huesos de animales. Con tan poca información conseguía repoblar la tierra, pero con menos biodiversidad que un circo de pueblo. La tierra en esa época parecía un parque temático de tercera división. Con cada apocalipsis y su posterior repoblación chapucera la tierra era cada vez un lugar más triste.
Por suerte, un día Dios encontró una cueva donde unos hombres habían pintado en las paredes figuras de animales. Y con esos dibujos empezó a construir los nuevos habitantes. Dependiendo de la habilidad de los artistas, las proporciones eran más o menos ajustadas al modelo real. Y así nacieron las primeras jirafas y los primeros elefantes. Por desconocimiento de la perspectiva, hay peces con los dos ojos en el mismo lado de cara y porque al artista se le acaban los pigmentos vuelan hoy los guacamayos multicolores… Y a Dios le pareció bien.
Ahora cuando Dios reconstruye el mundo busca todos los dibujos y pinturas que hay sobre la faz de la tierra. Así crea los girasoles tan amarillos, las mariposas imposibles y ciervos con ojos de dibujos animados. Hace siempre algunos murciélagos e hipopótamos. Y de cada dibujo que encuentra, por más humilde que sea, siempre da vida a un par de ejemplares como en el arca de Noé. Así Dios copia el arte. Y los artistas ingenuos piensan que cada día dibujan mejor.
Hoy he intentado dibujar unos claveles. De mi mano torpe ha salido una planta de tallo azul con dos flores que sólo son un garabato rojo y otro rosa. Ahora para ser famoso sólo me queda esperar al fin del mundo.

Texto agregado el 13-07-2016, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-07-2016 Adorable ;) nilope
 
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