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Resistencia a la autoridad - homenaje a Helios Ferro q.e.p.d.



Plumas de metal parecen caer desde el altillo. Son acordes de guitarra eléctrica. Desparejos. Una voz como de niño canta las vocales hasta la exageración. El hombre que vive en la pieza justo de ese cuarto, sobre el segundo patio del inquilinato, siente que algo se crispa en su interior y brama en silencio la peor de las maldiciones. Varias noches a la semana, el pibe que alquila el bulín de arriba se prende a la guitarra. Con fervor y ninguna virtud se empecina en el hilván caótico de notas musicales con búsquedas y desencantos. El hombre – un tipo hosco- solitario- baja trago a trago , la botella de ginebra. Putea. Pero se la aguanta.

Los domingos el muchacho regresa cerca del mediodía. Viene como expulsado del infierno. La guitarra debajo del brazo. El hombre espera unos minutos. Luego abre el ropero y retira un estuche negro, cuadrado, raido; es el bandoneón, maltrecho sobreviviente de días distintos. Entonces saca la silla afuera, pone una franela sobre los muslos, cierra los ojos y acaricia las teclas. Una lluvia pesada de pájaros sentimentales surge del fuelle e inundan el patio. Son tangos, Música sola, espesa. Nunca dulce. Jamás romántica.

Para los habitantes del fonavi, el hombre inicia otra vuelta de tuera en su venganza lenta. En realidad, poca bola y menos simpatía le ofrecen tanto al viudo- sucio, bebedor, mal llevado- como a ese muchacho raro: un objeto extraño de aros, melena larga y cara de estar siempre en otra aparte. La expectativa y regodeo del inquililinato esta centrada en el momento en que el conflicto estalle en violencia de una vez.

Se equivocan, cuando todos piensan que esta desvelado por la agresión de esa música gruesa, antigua, el pibe esta parando la oreja detrás de la ventana. Siente que un algo fraterno- menaje duende misterio- le revolotea por dentro y se desespera por aprehenderlo... Ese s domingo el muchacho vuelve como siempre. Perdido, el hombre lo escucha cruzar la escalera, subir la y cerrar la puerta. Abre el placard. Toma el estuche lo deposita sobre la mesa y extrae con delicadeza el instrumento. En ese instante oye un alboroto en el patio de adelante. Voces imperativas. Apresurado cerrar de puertas y ventanas. Ve a dos pitufos pasar corriendo por e la escalera, y violentar la puerta. Los pitufos son policías de la era de la globalización. Se mezclan gritos, ruidos de vidrios rotos y muebles destrozados. Golpes, Insultos, quejidos

Tras un momento de silencio parecen los uniformados de celeste aferrando brutalmente al joven. El arma de uno de ellos apoyada en la cabeza del aterrado muchacho. En medio de la escalera, casi inadvertido, está el hombre con la silla en una mano y en la otra el bandoneón. De improviso, cuando los uniformados y el chico llegan al pie de la escalera, larga el fuelle y volea un sillazo inesperado. Uno de los policías va a parar aturdido de cabeza con la las macetas de malvones. El hombre se abalanza sobre el otro sorprendido agente. Dos disparan retumban en el endeble y precario edificio y hacen temblar vidrios y glicinas. Un charco de sangre se va formando en torno al cuerpo tendido del hombre del bandoneón.

EL pibe rajo por los los techos….

Texto agregado el 21-07-2016, y leído por 150 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
03-01-2024 Interesante escrito eres muy talentosa muchas felicidades. 5***** John-adams
23-05-2017 Gran homenaje. Resistencia a la Dictadura. Saludo FerdiCartago
23-08-2016 Ouch! Qué tremendo. rhcastro
 
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