Con mi teléfono móvil tomo fotografías de los retazos de la ciudad que me ve partir; busco mantener con vida las sensaciones de mis recuerdos al llevarlos en la mochila de viajes. Poder encontrar en los diaporamas esa reconciliación que tanto requiero, expiándo de raíz mis pecados con la urbe de concreto.
Con cada instantánea intento rasgar la vestidura del seco y frío asfalto, extrayendo desde sus pálidas venas el perdón de su gente.
Me hubiese gustado llevar conmigo impresiones de las calles por donde tanto tiempo anduve, pero tenía tanto miedo de querer y poder encontrarte.
Desearía regalarte una despedida extraída de las encorvadas grietas de los áridos pasajes, panoramas que cubrieran cada sílaba de amor que nos profesáramos. Pero solo queda un triste recuerdo fantasma que levita perezosamente entre las veredas por donde transitábamos tomados de la mano.
Mis ojos llenos de recuerdos se nublan de lágrimas en el agrio adiós cuando el autobús comienza su lento peregrinaje. Recuerdos que se van desvaneciendo a medida que deboramos los primeros kilometros. Tenías razón cuando dijiste que este sería el más duradero y mejor viaje de mi vida... Y lo fue mi dulce amor; realmente lo fue. Te estaré agradecido eternamente; prometo buscarte en la siguiente vida. Jamás te olvidaré... ¡Adiós!