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LO PROMETIDO



Acudí junto a su lecho de enfermo cuando un amigo en común me dijo de su gravedad casi terminal, desde luego no iba a permitir que abandonara este mundo sin despedirnos. La nuestra era una amistad de más de cincuenta años, desde nuestra adolescencia. Hubo en ella, como en cualquier amistad, algunas desavenencias intrascendentes, pero nunca un encono inicuo, al menos de mi parte, quiero pensar, ¡me exijo pensar!, que tampoco de parte de él.

Lo encontré postrado en cama, imposibilitado de valerse por sí mismo, pero lúcido, en un ambiente con olor a enfermedad y a medicinas, casi en la penumbra, pero jovial en su bienvenida. Al estrecharnos las manos sentí la calidez de siempre y en su mirada el agradecimiento callado por mi visita. Percibí el brillo de una lagrima, pero casi de inmediato la trasformó en una amplia sonrisa, ¡carajo!, siempre fuimos “muy hombres”, o al menos entre nosotros lo aparentábamos en esa rivalidad amistosa por no ser el uno menos que el otro.

Vinieron luego las añoranzas tan comunes en ocasiones como esas. El recuento de las dolencias físicas y de las enfermedades de cada quien. De pronto puso gesto de seriedad y dijo: —Antes hablábamos la mayoría de las veces de mujeres, de bares y cantinas y de canciones, míranos ahora platicando de enfermedades y medicamentos. Y reímos a la par. En seguida el juego presuntuoso al hablar de los logros de los hijos y las gracias de los nietos. No hubo en nuestra entrevista blandenguerías ni eufemismos feminoides, ni frases huecas, como decirnos por ejemplo: “Amigo, me cambiaste la vida”, entre nosotros la amistad la concebíamos de otra forma, más viril y más prosaica seguramente, pero así fue siempre, por eso estaba ahí para despedirnos.

Hubo también bromas, como las hubo siempre cuando convivíamos, sobre todo si estábamos —como sucedió cientos de veces— frente a una botella de ron cubano y un trio de cantantes amenizando nuestra reunión. A cada recordar algo nuestras risas se mezclaron, ya no con la estridencia de otros tiempos, ahora eran risas cascadas por los años y por los excesos en los que vivimos. En una de esas bromas, no pude evitarlo y le pedí lo siguiente: —Amigo cuando llegues al infierno y si hay cantinas ahí, aparta la mejor mesa, una buena dotación de ron cubano, contrata un buen trio y si hay muchachas… ya sabes lo que debes hacer, yo pronto llegaré para hacerte compañía.

— ¡Prometido!, me dijo y enseguida agregó con un dejo de seriedad fingida: —Yo también te pediré algo: Me enteré por uno de tus hermanos que escribes en algunos sitios de internet. Entonces escribe algo sobre el desmadre que fue nuestra vida y compártelo con mi hijo, de algo le ha de servir. Yo también prometí divertido cumplir con mi parte. Luego, con una cerveza bien fría en mi mano y el suero circulándole por las venas de su brazo y sin música ni canciones nos echamos el último trago y nos despedimos como los entrañables amigos que siempre fuimos.

Como no ha sido ni será mi intención promover la superación personal a través de lo que escribo, esto que ustedes me han hecho el favor de leer hasta ahora, solo es una parte de mi promesa al amigo, la otra parte le ha sido entregada a su hijo, tal vez, como dijo su padre, en algo le ha de servir.

Hace unas semanas murió mi amigo, acudí a su velorio y a su sepelio para acompañarlo en el último tramo de su periplo terrenal. No quise verlo amortajado para no tener que recordarlo en tan deplorable situación. Tampoco deseo recordarlo como lo vi en nuestra charla final. Tal vez cuando el mundanal caos de mi vida lo permita, logre visualizarnos en una noche de plenilunio a la orilla del mar de nuestro Acapulco tan querido, en un ambiente bohemio con nuestra respectiva compañía femenina, escuchando nuestras canciones preferidas y degustando un buen ron.

¡Salud amigo, pronto te alcanzaré!

Texto agregado el 30-07-2016, y leído por 472 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
01-08-2016 Un texto cargado de humanidad en un mundo realista donde todos somos marionetas de nuestro destino. !Muy conmovedor! Saludos desde R.D NINI
01-08-2016 encarar la posibilidad de la propia muerte nos pone en otro plano, sin duda valiente, pero sobre todo de paz y de esperanza en el reencuentro con quien amamos. thinkerbell
31-07-2016 Tu narración me gustó por la sencillez con la que tratas este tema tan humano.No empleaste la sensiblería ni el tono lacrimoso,que le hubiera restado encanto.UN ABRAZO. gafer
31-07-2016 Ah! y el cumplir las promesas (como aquí narras) es de hombres (y mujeres) de bien y valía. Los amigos siempre lo valen. Me ha gustado mucho este texto, deja meditando. Saludos! PiaYacuna
31-07-2016 Pues esas son las verdaderas amistades, las que perduran a pesar de todo, las que guardan lo mejor y superan lo peor. Todos vamos por el mismo camino y qué mejor si los amigos amados nos esperan al final. PiaYacuna
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