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La edificación que es como una tapada limeña se erige a media cuadra del nogal que se encuentra frente a su hogar. La damita tiene cabellos que son como cortinas de las ventanas de su rostro. Son como resortes que se estiran y contraen al ritmo de nuestros fogosos movimientos. Me agrada mucho visitar a la damita, en ella encuentro calma, me encuentro a mí mismo cuando toma mi mano y me besa sin pudor ni remordimientos mundanos. Sentada, pensativa, podría observar su faena o su galbana durante mis largas estancias en su hogar. La damita y yo nos conocimos casualmente, casi por accidente. Ya nos habíamos visto entre la gente, entre vasos y colillas de cigarro.

De repente llego una novedad, nos vimos abrumados, incrédulos. Huimos de esta verdad, escapamos de ella como ocultándonos, como escondiéndola de nosotros mismos. Creímos poder manejar nuestro error, luego nada fue igual, o si lo fue, ya no lo parece más.
Yo siempre la visito, ella siempre me espera, y cada vez tiene algo interesante que decirme, cosas que nunca antes he oído, historias que no me han contado.
¿Y qué soy yo si no recuerdos que ella guarda con recelo? La damita se encarga de cuidar sus memorias, de atesorar las historias del día a día que le toca vivir.

A veces paseamos, nos gusta dar largas caminatas sin rumbo alguno, disfrutando de una amena plática y de los detalles de cada paso dado, de cada tramo recorrido, del viento, del sol, de todo eso que no volverá jamás. Luego nos encendemos como las luces de la ciudad al caer la noche, automáticamente, sin dar señal o pista alguna que esto sucederá, sin dar señal o pista alguna de cuándo terminará. Entonces llueve, y entonces recordamos la verdad que nos asalta rauda, casi como una luz fulminante que nos abre los ojos. Yo la tomo. Procuro tener cuidado porque siento que podría romperla, que podría quebrarse en mis brazos, aunque nunca la he visto llorar ni quejarse. Después del acto intrascendente de danzas y roces nos encontramos mezclados, una masa revuelta de carne, una composición de sentimientos, de pensamientos y manías nuestras. Una vez ya esparcidos en la cama o sillón de cualquiera que fuese la habitación donde desahogamos nuestras ansias del otro, la sed de la otra boca, nos dedicamos a la tarea de rememorar. Recordando podemos vivir cada momento vivido, y así, como por arte de magia, podemos volver a vivirlo. Nos encanta volver a vivir los días, recuerdos donde ella no tiene un rostro, donde es una voz, una pluma, un pincel, un verso, donde es y siempre será la damita de cabello enrulado.

Texto agregado el 11-08-2016, y leído por 134 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-08-2016 Muy bueno***** ome
11-08-2016 Muy bonito y bien escrito. FERMAT
 
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