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NIEBLAS DEL RIACHUELO

Cuando las sombras largas del atardecer se recostaban sobre las empetroladas aguas del riachuelo. Apoyado en el malecón de la ribera, el viejo Funes, las contemplaba como esperando un milagro.. Cuando la oscuridad de la noche las convertía en el espejo de luces furtivas, un par de niños venían a buscarlo. Día tras día, durante años, fue una escena repetida. En el barrio se hablaba de una historia, convertida en leyenda con el tiempo, de dos hermanos, Carmelo y Favio, que huyendo de la guerra, como tantos, llegaron a La Boca; y una sola mujer, de la que nadie conoció su nombre. “Era un ave de paso” justifican. Hablan también de una barcaza carbonera, en que ambos trabajaban, de un fondín en Pedro de Mendoza y Garibaldi y de un conventillo en Vuelta de Rocha.
Un sábado a la tarde, al final de la jornada, los hermanos junto a otros compañeros de trabajo se cruzaron al fondín de Don Peppino, el lugar obligado de los hombres del puerto: Tomar una copa y comer un sanguche de salame y queso, hablando de pavadas, era para esos muchachones, el mejor regalo después de un dura semana de trabajo, hombreando bolsas de carbón y leña. Tan solo se lavaron las manos y la cara, sus ropas y sus cuerpos cubiertos de sudor y carbonilla, podían esperar hasta más tarde, allí iban a refrescarse el alma, a burlarse de la miseria, resignados a sufrirla. No faltaba algún tano cocoliche recitando versos anarquistas, ni el borracho que cantaba llorando, La Violeta, recordando a la mamma in l´Italia …Todo era igual a otros días, un programa repetido semana tras semana. Pero esa noche al salir cambiaría todo. Carmelo , Favio, o uno de ellos, no importa cuál, dejaron paso a una pareja que llegaba. Un hombre entrado en años, peinado a la gomina, o a la grasa, vistiendo un raído traje negro, con un destartalado estuche de guitarra en una mano, acompañado de una mujer morena, de unos labios sangrando deseo, el brillo de sus ojos y su pelo como carbón de piedra. Al entrar el hombre se tocó el ala del sombrero, y la mujer saludo con la sonrisa, las miradas resbalaban por su cuerpo y el silencio repartía coscorrones.
Don Peppino, se acercó a saludarlos y los llevó a una mesa. El mozo respondió el interrogante:
.- Vengan a eso de las diez, la mina canta y el chabón toca la viola…
Se pegaron un baño a la ligera, se secaron el pelo al calor del brasero, se afeitaron, perfumados con agua de colonia, se pusieron las pilchas domingueras, los botines lustrosos, el lengue blanco, el chambergo, y salieron para el lado del boliche, con el apuro que ameritaban las ganas de volver a ver a esa mujer. Le voy a poner un nombre, o mejor un alias, que hable de ella, la llamaré Candela.
Las pocas mesas del fondín estaban ocupadas por los clientes, que los sábados por la noche, por pocos pesos, disfrutaban de un plato generoso de buseca, polenta con gallina o con chorizo, o una pizza de tomate con anchoas, al uso genovés de la patrona que era oriunda de Varese, regadas con un espeso vino tinto de la casa, o un
“Chianti Galo Nero”, o un Nebbiolo del Piamonte, con aromas de alquitrán y de tabaco, que tomaban los patrones de los barcos. Desde una mesa los llamaron unos amigos que habían llegado más temprano. Les hicieron un lugar y se sumaron al aquelarre del boliche de la “Note di Festa”. Tanto Carmelo como Fabio campaneaban para el lado del mostrador por donde solían entrar los musiqueros, escuchando distraídos las cargadas que aludían a sus pintas.
Un rasgueo de guitarra llamó a silencio, como un eco lejano se fue sumando, la voz de la mujer que entró cantando un tango y entonces ya no hablaron ni los vasos. Ojos y oídos tan solo para ella…” Fondín de Pedro Mendoza, vos sos el alma del puerto, en cada mesa las copas, guardan la historia de una pasión…” Los aplausos y los golpes en las mesas atronaron el ambiente, la fortuita sirena de una barca se sumó a la bienvenida, los artistas agradecieron reverentes a “la amable concurrencia” y empezaron a dedicar su repertorio de tangos, valses y milongas. Los ojos de Favio y Candela se cruzaron en un arco voltaico, entonces ella le dedicó un tema que hablaba de un amor apasionado y él no pudo sostenerle la mirada. El hombre agradecía “los cueritos de liebre”, que los homenajeados depositaban gustosos en el sombrero que el mozo pasaba por las mesas. Favio ahora buscaba su mirada pero Candela repartía el fuego para todos y planeándola en la audiencia. Cuando le dedíco un tema a su hermano, sintió que tenía competencia, salió a fumar un cigarrillo y a ventilar los malos pensamientos en la brisa que paseaba en la ribera. “Es el vino” se dijo, volvió a la mesa, dejo un un toco de plata sobre ella, y tomando su sombrero saludo a Carmelo y sus amigos. “No me siento bien”… Les dijo por disculpa. “Mejor es que me vaya pa´las casas” Salió a la noche, y se fue caminando al conventillo, silbando un tango en do menor…
Se despertó promediando la mañana, la resaca le partía la cabeza, tomo café, prendió un cigarrillo…en la cama de Carmelo había dos cuerpos, uno tenía el cabello negro. Besó suavemente la frente de su hermano, salió a la calle y al cerrar la puerta se pasó la mano por los ojos., perdiéndose en la niebla del riachuelo.
No volvieron a verlo, a él ni a ella que era un ave de paso. Convertido en leyenda, hay un viejo, contemplando las aguas del riachuelo, esperando que vuelvan
neco 18 / 11 / 16

Texto agregado el 18-11-2016, y leído por 105 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-04-2018 Qué buen cuento!!! godiva
 
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