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En un lugar cualquiera de Argentina.
Hora 23,10 hs de un 22 de diciembre del año en curso...
El hombre llega a su casa cansado de trabajar en el frigorífico, y se desploma sobre una silla.
Toma el control remoto de la tele, la enciende y se levanta caminando hacia la heladera en busca de “algo para masticar”.
Al abrir la puerta del artefacto se da cuenta de que se quemó la lamparita en su interior lo que le da un aspecto casi cómico a la situación. Busca una linterna, pero al intentar encenderla se da cuenta que no tiene pilas.
Suspira hondo, hace crujir sus dedos y comienza a tantear dentro a ver que encuentra. Primero mete las manos dentro de un bowl con sopa, que no recordaba que estuviera allí. Luego el botellón de agua, que se le resbala entre los dedos rompiéndose y mojando el piso y parte de sus únicos zapatos y pantalones.
Mira hacia el techo intentando que su mirada sea como la de Superman, para llegar hasta el cielo y poder preguntarle al Supremo, ¿Qué más? Pero muy pronto se da cuenta de que no es el super héroe y solo le queda la pregunta sin respuesta en su mente.
Vuelve a respirar más profundamente que antes y con mucho cuidado junta los vidrios y seca el desastre que sin querer había producido.
Llena la pava pensando, voy a tomar unos mates con un pedazo de pan y me acuesto. Mañana será otro día.
Quiere encender la cocina, y el gas se niega a aparecer...
Cierto, se olvidó de pagar la última factura y seguro se lo cortaron. (Los de la compañía de gas unos insensibles, él eligió comer en lugar de pagar el gas, pero no lo entendieron)
Toma una silla y sale al patio y se sienta teniendo por compañía a su perro Timoteo y la luna que fríamente lo envolvía con su luz blanquecina atenuada por un cielo nublado.
Largo rato estuvo, hasta que el agotamiento lo venció.
Casi arrastrándose llegó hasta su cama, en un cuartucho de paredes descascaradas por la falta de mantenimiento y encendió el velador, que casi de lástima, dejó que un hilo de luz rasgara un poco la densa obscuridad que daba frío, a pesar de los 28° que hacía afuera, era el frío de la impotencia y la soledad. Se sienta con cuidado en el camastro, que seguro conoció tiempos mejores, y escuchó el quejido de la vieja estructura de madera que apenas sostenía, lo que quedaba de colchón, que estaba tan aplastado , que si lo revisaban a la mañana, seguro tendría marcados los elásticos de la cama en su cuerpo.
El sueño lo devoró y mientras su cuerpo convulsionaba por las pesadillas, fue pasando la noche.
Lo despertó el canto de un ruiseñor y un rayo de sol que le daba justo en el rostro. Se sacó la ropa y se pegó una ducha fría, que rápidamente lo puso en órbita.
Luego se vistió con su ropa de trabajo y lavó la que se había sacado, la tendió y recordando el calentador eléctrico, calentó agua y mateó, comiendo el viejo pan que había quedado de unos días atrás. El aire fresco lo reanimó, su perro, tan flaco como él, echado a sus pies, masticaba su parte del desayuno, mientras lo miraba con ese cariño que brota de muy adentro. Daba la sensación de que comprendía lo que pasaba por su interior.
Luego, salió a la calle pensando, ¿que le podría regalar a su hijo en estas fiestas inminentes?
No tenía casi nada de plata, lo justo para comer un poco una vez por día, el trabajo iba de mal en peor y le daban vales por pequeñas cantidades, aduciendo que era asi o los despedían porque había bajado mucho la venta, y los márgenes eran tan reducidos que estaban haciendo el mayor esfuerzo para conservarles la fuente laboral.
Ya era 23 de diciembre. Caminó sin rumbo fijo, parándose en cada vidriera donde veía juguetes, pero al observar los precios, seguía caminando pensando en la gran injusticia en el mundo, “unos tanto y otros nada”, pero pronto desapareció esa sensación y se dijo que cada uno era artífice de su propio destino, quizá él había fracasado, si hubiera seguido estudiando, si no hubiera renunciado a ese trabajo tan bueno que tenía, si hubiera ahorrado...etc
Tarde para lamentos. Y siguió andando. En su deambular pasó por la capillita del lugar y sin darse cuenta se encontró dentro de ella, estaba vacía, su respiración agitada y el latir de su corazón parecían multiplicados en intensidad, tal vez por la acústica del lugar, tal vez por el silencio.
Se sentó y su mirada buscó el Cristo que estaba en la cruz, juraría que tenía los ojos abiertos y lo miraba con amor y misericordia, y por primera vez desde su divorcio, sintió paz, y dentro de su pecho se desató el nudo que lo ahogaba y comenzó a llorar muy suavemente durante mucho tiempo. Luego, secó sus lágrimas y se levantó, dando gracias, y juraría que la imagen de Jesús, le sonreía, como diciéndole, adelante, vos podés, dentro tuyo está la fuerza del amor, no llores más, lucha y lo lograrás.
Una ténue sonrisa se dibujó en la comisura de de sus labios. Algo había cambiado en su interior.
Camino a su casa escucha su nombre, Pedro, Pedro, gira la cabeza y ve a Carlos, un viejo amigo de la infancia. Luego de un largo y fraternal abrazo, éste le dice.
-Llegué hace un rato de Francia, y vine a hacerme cargo de las bodegas de papá en Mendoza, el viejo trabajó mucho y quiere dedicarse a viajar por el mundo. Entonces pensé que necesitaría alguien de confianza como vos para que me ayude, porque eras muy bueno con los números y quiero que vengas a trabajar conmigo.
Buena paga, buenos horizontes, casa y un montón de posibilidades.
Pedro no pudo hablar, solo lo abrazó de nuevo y balbució un si, acepto.
-Carlos siguió, te dejo unos pesos para que puedas renovar tus pilchas, te pongas al día con tus deudas y a partir del 7 de enero, nos vamos para la bodega. Disfrutá estas fiestas, que nos espera mucho trabajo.
Se despidieron y Pedro miró el montón de plata que le había dado su amigo. El sol brillaba con una intensidad como hacía mucho él no veía, el cielo de un azul intenso, daba la sensación de un mar inmenso que lo estaba cubriendo y una nube viajera, dejó caer unas frescas gotas de agua sobre su cabeza, como si un ser invisible lo bendijera.
Y se sintió fuerte, optimista, mandaría el telegrama de renuncia ya, podría comprarle el regalo a su hijo, ese trencito a pilas que tanto deseaba, y...
De pronto se encontró otra vez en la puerta de la capillita y entró, para dar gracias por lo recibido.
Buscó afanosamente con la mirada el Cristo, pero no lo vió, tan solo había una marca en su lugar que daba testimonio de que alguna vez había estado colgada una cruz.
Escuchó un buen día hijo, Dios te bendiga, era el viejo cura Gregorio, que lo saludaba.
-Buen día padre, Dios lo bendiga a usted. Y la pregunta quemó sus labios al hacerla, ¿y el Cristo que estaba hace una hora allí?
-¿El Cristo? Pedro, hace 20 días se lo llevaron para restaurarlo, después de que se cayó cuando lo estaban limpiando. Creo que mañana lo tendremos para la misa de Nochebuena.
Cayó de rodillas dando gracias y entre las lágrimas que brotaban de sus ojos agradecidos, él jura que al mirar hacia el lugar, vio al Cristo que le volvía a sonreír.

Texto agregado el 13-12-2016, y leído por 179 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
26-06-2018 Uyyyyyy,la emoción me embarga. No me cabe dudas... Dios nunca nos deja,menos a esos seres buenos que no conocen las quejas. Me invade una sensación de mucha paz y amor. Gracias por compartir amigo. Un besito Victoria 6236013
30-04-2017 Muy hermoso y significativo desde el punto de vista humano y de la fe. EXCELSO. Full y fraternal abrazo, Mario amigo. SOFIAMA
12-01-2017 me quedo suspirando.. bellísimo relato.. me encantó y el final es muy emotivo. Un abrazo, sheisan
 
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