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Drama urbano




Recién iniciado el año, apenas pocos días después de Día de Reyes, festejo infantil por excelencia. En un terreno baldío cercado por un endeble corralón de madera, deambulaban aquellos animales enflaquecidos que hambrientos escarbaban entre la tierra en busca de algo que comer. Fueron abandonados en aquel lugar por un grupo de fotógrafos callejeros quienes los habían utilizado como parte de los personajes y la utilería de la mencionada fecha.

El hambre y la sed no satisfechas casi terminaban con la vida de aquellos animalitos. Esa mañana, casi enloquecidos por la penuria en que vivían, como puestos de acuerdo arremetieron contra la endeble pared de madera que los mantenía prisioneros. La pared cedió viniéndose abajo, los animales por instinto iniciaron cada uno por su lado, la búsqueda de alimento.

El caballo, con un remedo lastimoso de trote, arrastrando una pata se dirigió hacia donde su olfato le indicaba, un mercado. El elefante, como animal domesticado que era, intentó barritar pero no le alcanzaron sus menguadas fuerzas. Entonces hizo lo que le habían enseñado hacer en el circo donde había estado, movimientos grotescos que por su tamaño causaban risas y asombro y una que otra “gracia”, con los que había conseguido antes, alimento y aplausos.

El camello, con su joroba a cuestas —dónde diablos la iba a dejar— se alejó con esa mirada entristecida que aunque enseñe los dientes, sus ojos denotan la nostalgia por la aridez del desierto. El camello siempre por la banqueta siguió con su búsqueda, la gente a su paso se apartaba, unos con lastima otros con asco. De pronto, desde la acera opuesta sintió la presencia de alguien de su especie. Se detuvo, buscó con la mirada y vivo interés, de quién se trataba.

Desde el ventanal de cristal de una cantina, situada enfrente, pasando la calle, donde bajo el pomposo anuncio de BAR IMPERIO, el famélico camellito sintió el llamado de los suyos, adquirió nuevos bríos que salieron quien sabe de dónde y se abalanzó banqueta abajo. Se oyó entonces el chirrido de neumáticos, junto al macabro estrépito de un impacto. Un pesado camión de pasajeros de la Ruta Azul, había impactado al animalejo aventándolo a varios metros, antes de caer sobre el pavimento, el rumiante ya estaba muerto.

Mientras que en la cantina, tras el ventanal, un hombre vestido todo de negro, contrahecho por su joroba congénita, con los puños apretados y ojos anegados en llanto, se estremecía de dolor y espanto. Había abandonado la mesa al oírse el ruido del encontronazo, donde departía, como cada día, con aquel psicólogo venido a menos, quien para practicar lo que aun recordaba de su profesión, acostumbraba dar terapia in situ, casi gratis, con un trago de licor estaba pagada la sesión, ya que a su consultorio no entraban ni las moscas. Era tan precaria la situación del psicólogo que se había visto en la necesidad de poner a trabajar a su artrítica abuela haciendo “pintas callejeras de proselitismo”. ¡Qué cabrón!

El hombre vestido de negro, regresó a ocupar su lugar junto al psicólogo, el jorobado arrastraba los pies, con la expresión facial más patética de lo acostumbrado, lo que había visto desde el ventanal era lección de vida para no olvidar. Tambaleándose, por la incontinencia, tenía mojada la bragueta del pantalón, con la baba escurriéndole por la comisura de los labios, los que apenas abrió para decirle al psicólogo algo: Está escrito en mi libro de vida, que un camello, con suerte o sin suerte, si es imprudente y deja la seguridad de la banqueta… corre riesgo de encontrar la muerte”




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Publico hoy este texto —luego serán otros más, hasta que ya no me sea divertido hacerlo— en mi legítimo derecho de réplica al texto (recomiendo leerlo), Opas de sagitario de la autoría del escritor contrahecho, mal hecho de su parte. ¡A quien se le ocurre! El alacrán no vuela, pero si lo provocan no se deja. Te pica y con el piquete te apendeja. Dice la gente de un pueblo de por acá. Como en retales, decirles a esos y esas que suspiran, piden, suplican, gimotean, exigen y hasta lloran por la presencia de los uneadores, hasta la exageración de mandar a la pobre abuela para hacer una denuncia grafitera en contra de ellos, y no solo eso, sino que además la manda fotografiar encaramada en su silla de ruedas, —miserable el nieto— para promocionarla de paso en nuevos trabajos de ese rubro. Decía, esos quejumbrosos de doble moral, criminalizan a los uneadores y ellos, malditos hipócritas, hacen lo mismo. Ahora sí, para terminar, por hoy, decirle a quienes me han dejado y dejarán una estrella solitaria sin argumentarla, que su actitud, no me enoja, pero sí me divierte, porque con su estrella me dejan ver y gozar, al enterarme por su brillo solitario, que la intención perversa de mi texto hizo diana en el ego henchido del destinatario. O bien que algún miembro de la manada a la cual pertenece el jorobado, se sintió o se sintieron ofendidos por la lástima que le tienen al contrahecho.Esto es asunto de dos, si están interesados en hacerlo de algunos más para que mi diversión siga... ¡Muestren la jeta!








Texto agregado el 20-02-2017, y leído por 408 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-02-2017 ¡Como está el patio! un cordial saludo. KQ58
20-02-2017 Ni una estrella se merece tu texto por mi parte, ten cuidado de no hacer un mal movimiento y te piques con tu propio veneno. Julia_flora
 
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