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El vestido de ositos

En esta noche de otoño vienen recuerdos de los guantes de espuma de jabón hasta los codos, blanquísimos, con muchas burbujas, mirándolos en el espejo del baño, también esta otro donde deslizo los pasadores negros, de los zapatos de colegio, uno debajo del otro, luego hago el lazo tirando de ambos lados antes de salir.

Por su puesto como no recordar a mamá contando historias de su pueblo antes de dormir, aquellos cuentos eran extraordinariamente fascinantes, logrados de su más vivida imaginación. La escuchábamos en la cama ya arropadas con luz tenue y en silencio con atención a cada detalle.

Se filtran escenas de cuando fungía de salvadora, cuando la protegía de las hormigas, de los chanchitos, arañas, tijeretas, mariquitas, lombrices de tierra y otros bichos del jardín porque de solo verlos cruzar a unos metros destrababan ensordecedores alaridos como chillidos que paraban nuestros juegos. Sin ser menos importantes se vuelcan en mi mente las ropas a las muñecas. Miro al gran espejo la sala sobre la chimenea y veo sus grandes ojos marrones, su cabello castaño, oigo su voz llamándome Mimí.

En esos años nuestras pertenencias eran pocas, y mi madre manejaba prodigiosamente la máquina de coser Singer a pedal, ahí cosió los vestidos de color celeste cielo con estampados de osos rojos, eran los mejores vestidos que tuvimos, eran para los días de fiesta o simplemente para estar bien, se convirtió el vestido de ositos en nuestro preferido. Gran parte del tiempo queríamos lucirlo, mamá nos complacía.

Nos vestía igual, cada cosa era comprada para dos, los bolsos, las medias, los zapatos, los ganchos, las vinchas, las blusas, las faldas, eran idénticas, pero nos regaló muñecas y cocinas diferentes o de otro color, en eso cada quien tenía los suyos propios pero tanto en la ropa como peinados mamá siempre procuraba que fuéramos iguales.

Algunas veces entrecierro los ojos y logro verla en el espejo del baño, la oigo preparando puré de camote con leche o haciendo sus mezclas de Coca Cola con leche, en estos días encontré mi muñeca rubia en uno de los cajones de Lara. Por momentos llega otra escena: son niños jugando junto a las zanjas muy cerca de casa, ella está llamándome: Vamos Mimí, ven, las maderas se tambalean y siento frió, estoy tosiendo dentro de la zanja, la arena se hace pesada, cae encima, grito, quiero salir, entonces despierto empapada en sudor. Luego alcanzo a verla por la ventana, está al lado del molle en la entrada, con el vestido de ositos, encima trae su chompa amarilla, el Tigre está moviendo la cola, se para en dos patas delante de ella, cierro los ojos luego miro otra vez, las ramas del molle están secas y no hay nadie en la entrada. Toco mi mentón, siento una cicatriz imperceptible, mamá no me ha contado de eso.

Al mirarme en el espejo de la habitación, la veo a ella, grita: Mimí sal! Corre!, me tapo los oídos con las manos, cierro los ojos con fuerza, todo se vuelve oscuro, aparece el Tigre lamiendo mi cara. Mamá tiene los brazos levantados, grita, todas las caras gritan sáquenla! se ha caído y Luchito corre junto con ella, no puedo respirar. Llega Lara sujeta mi cabeza con sus manos, dice: Ya paso, pide mirarla a los ojos, me calma. Después me abraza fuerte, me da un beso en la frente, con voz entre cortada oigo que Mimí y yo caímos en la zanja pero ella no pudo salir.

Texto agregado el 20-06-2017, y leído por 173 visitantes. (0 votos)


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