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Cuando Bim Clores empezó a recapitular sobre su vida, se dio cuenta de que en realidad había hecho bastante poca cosa. Un par de discos de platino, el nobel de fumar porros y tres individuos caucásicos- un varón y dos hembras- de descendencia. Nada en comparación con la vecindad; qué duda cabe. Bim Clores, sin embargo, había visto operarse un cambio trascendente, ya que había conocido- algo inusual- las dos caras de la existencia: la amarga y la menos amarga. Fue obtener el nobel del porro y llenarse de oportunidades su hasta entonces discurrir vital cetrino. El nobel del porro lo daba la Academia Sueca. El bar llamado Academia Sueca de su barrio, para ser rigurosos y no dejar cosas a medias. Los discos de platino, en cambio, fueron ya- también en el barrio- pero en el karaoke "el bel canto". Los individuos, a medias con su Luisa. Pero a lo que iba, fue obtener el nobel- a los discos de platino imitando a Sabina les daba menos importancia- y hacerse un lugar en el barrio. Con decir que enderezó una relación con su mujer en franca decadencia, basta. A partir de ahí y como efecto desencadenante vino el momento culmen de su paso por el mundo: el día en que el concejal de servicios sociales de su ciudad inauguró el centro social de su barrio y le estrechó la mano. Su existencia, a partir de entonces, cobró sentido. Entablaron conversación y le preguntó sobre su distinción cannábica- pues desde el premio, Clores llevaba una hoja de mariguana en plata en la solapa. Se sintió miembro de la sociedad, epítome del comercio y de la industria, contribuyente honrado y probo a todo tipo de arcas públicas. Ya digo, cobró sentido su discurrir por el siglo. En el concesionario dejaron de ponerle trabas a todas sus iniciativas. Es ahí- como quedó explicitado en anteriores entregas- cuando desarrolló un olfato fino en las ventas. Su Luisa empezó a sentirse orgullosa de él nuevamente. Con decir que retomó la vieja costumbre, abandonada, de plancharle las camisas, queda patente la transformación. Bim Clores podía ser un sujeto anónimo, intrascendente e irrelevante pero lo que nadie podía quitarle, era haber conocido- algo bastante raro, créanme- las dos caras de la vida.

Texto agregado el 18-08-2017, y leído por 67 visitantes. (0 votos)


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