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Inicio / Cuenteros Locales / tsk / Aventuras de Bim Clores: últimos escritos.

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Después del escaso éxito de su última novela( !Vaya tetacas!), Eliseo- Eliseo en senectud, estamos hablando- se dispuso a cerrar el capítulo de su vida con un libro de memorias que hiciera compendio de su discurrir real por el mundo, sin poder obviar, lógicamente, algunas notas apócrifas que siempre se deslizan en este tipo de obras.
De acuerdo con ello, la vida de Eliseo fue ganando enteros conforme avanzaba sobre el papel. Tanto es así que cuando se dispuso a corregir definitivamente el original se dio cuenta, básicamente, de que lo que habían sido molinos se habían convertido en gigantes inexplicablemente. La peluquera- su esposa- se había transformado en una mujer de bandera con cabellos largos y sedosos, alargada y esbelta figura donde no faltaban los aditamentos de la perfección. Y todo así. Pero no por ello perdió Eliseo el sentido de la realidad. Para sí mismo su vida había sido una vida de detergente: largos meses de invierno con escapadas veraniegas a la costa no sin sacrificios económicos; una juventud de estudiante truncada por la muerte de su padre; unos hijos zascandiles y atorrantes a los que no sin dificultades había logrado enderezar a última hora y de manera inesperada. Con todo, Bim, en el momento de hacer balance tampoco se ponía tan mala nota: había sido detergente, pero un detergente eficaz, con una buena relación calidad- precio. Una especie de fayri de andar por casa. Así fue cómo Bim Clores echó el cierre, dispuesto a emprender el último apéndice de esta odisea vital que había sido su existencia sin alharacas, pero tampoco pecando de modestia. En adelante, era consciente, pasaría a ser una fotografía en la pared; que un poco más tarde sería arrojada sin remisión al fuego de una chimenea. Pero, como Bim Clores era previsor, se adelantó a todos los herederos. La peluquera hacía unos años que le había precedido en el meandro existencial definitivo. Arrojó al fuego todos sus recuerdos, sus ropajes, sus escritos; y, por supuesto, sus fotografías. En adelante, ni siquiera sería una foto desdibujada sobre alguna pared acumulando polvo en la casa de algún deudo. Pensó, así, que cuando regresara a Ítaca tan ligero de equipaje sería mejor recibido por su Penélope- que no sabía bordar- pero, qué carajo, hay que decirlo: fue y sería- seguro- una estupenda peluquera.

Texto agregado el 04-09-2017, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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