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La alternativa dimensional al excipiente colectivo estaba entre un término y otro, básicamente, alternativo, pero la consideración lograda iba a vistas lógicas sin otra visión del juego. Aquel número tenía un apartado bidimensional por la ciencia exegética que traslucía desencuentros.
Las soflamas bucólicas iban en un brete sociopolítico que tenía una apariencia vulgar. Sin embargo, tomaban un cariz diferente si se interpretaban de una manera recia, varonil, sin ambages de ningún tipo. Pero todo tenía un límite. Tampoco podíamos caer en una soflama intempestiva que no ponía más que baldones en la convivencia y que bajo el pretexto de la comunicación iba llenando el camino de injurias. De injurias y su secuela de cadáveres que hacían tanto mal a la vista. Uno de ahí no pasaba.
A la historia universal de la infamia, que dijera Borges, había que ponerle coto. No se podía impedir la libertad de movimientos ni siquiera andar colocando demandas a mayor lucro de los encargados de solventar diferencias. Era menester otra cosa, introducir un cambio, dado lo infructífero de todos los intentos habidos en este sentido, que no derivaban más que en gastos ingentes y en resultados parcos. La resistencia pasiva la había utilizado Gandi en otras latitudes, con resultados alentadores pero no había sido original. Y la alternativa aparentemente era la violencia. No existía un término medio. El nazareno había sido un precursor del término medio, pero le fueron cogiendo ojeriza hasta que convino a todo el mundo que se hiciera usufructuario del par de clavos y el crucero. Luego, esta vía también había sido transitada. El par de hostias estaba siendo un remedio a la vez contundente y calorífico. Te arreaban un buen par y en invierno podía ser hasta reconfortante. Pero también era un camino transitado, demasiado trillado. Siempre quedaba la réplica de lo fácil, que era recurrir a la violencia, desprestigiada por excesivo uso. Y no se trataba ya de que fuera necesaria o innecesaria, si no que denotaba falta de imaginación.
Como una moda, se había impuesto, por tanto, el resistir todo tipo de afrentas y el encaje de bolillos con deportividad en pro del buen humor y la coexistencia pacífica. Se trataba de desproveerse de las afrentas con elegancia, para lo que había que tener una buena coordinación de movimientos y poco más.

Texto agregado el 15-11-2017, y leído por 58 visitantes. (0 votos)


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