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Adriana y Sofía eran amigas desde chicas. Eran polos opuestos. Adriana solía encerrarse en sí misa y era poco comunicativa. Cuando hablaba, tartamudeaba; la gente la atemorizaba. Hasta los tres años fue un cascabel pero desde la muerte de su madre, había perdido la alegría y la confianza en sí misma. Sofía, en cambio era de genio alegre y muy extrovertida. Desde siempre Sofía había ayudado a su amiga con sus dificultades.
Un día, Sofía le propuso a Adriana pasar una noche en el cementerio. Su padre era espiritista. Creía firmemente en la comunicación con el espíritu de los muertos. La joven compartía esta creencia. Adriana quedó estupefacta, no entendía cómo su amiga podía proponerle algo tan lúgubre, casi necrófilo. Ir al cementerio de día era una cosa, no le gustaba pero le parecía aceptable pero ir de noche… El solo pensarlo la llenaba de horror. Sofía se ríe y le dice que ese miedo es supersticioso ya que los muertos no pueden dañar. Para no quedar como una miedosa, Adriana acepta el desafío. Sofía redobló la apuesta:
-Seré la medium, a través de mí podrás contactarte con tus muertos.
Adriana pensó en su madre y, por primera vez en mucho tiempo, aceptó segura mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Al día siguiente se preparan para la aventura. Sofía prepara su mochila. Mete un libro voluminoso con tapas de cuero oscuro, una talla en madera del número 7, una vela azul y una linterna para iluminar el oscuro camino de acceso. Adriana se encarga de la comida, prepara sandwiches y agua en su cantimplora rosa.
Cuando llega la noche, esperan a que el sereno se distraiga y se escabullen por un hueco en los ligustros que rodean el lugar.
Sofía enciende la linterna y se encamina derecho hacia las parcelas de tierra, en el corazón del cementerio.
-¿Con quién quieres comunicarte? -preguntó a su amiga, sabiendo de antemano la respuesta.
-Con mi madre -fue la respuesta y acto seguido se encaminó hacia la tumba que había visitado solo una vez.
Frente a la cruz, Sofía enciende la vela azul y coloca el 7 de madera bajo la luz titilante. A continuación, saca el libro y lee unos oscuros pasajes:
¡Veni Caín, Messor, Mortifer et Occisor!
¡Veni, veni Letifer, Dominor Tumulus et Falxifer!
¡Veni, veni Caín Coronatus! ¡Veni, veni Caín Rex Mortis!
¡Veni Baaltzelmoth et Niantiel!
¡Veni Caín Ben Samael!
Recitó Sofía siete veces. Mientras leía, rodeaba a grandes pasos la tumba siempre manteniéndose de frente a la vela. Adriana expectante, esperaba que su amiga pudiera convocar a su madre.
De repente, escucharon un ruido. Adriana, que tenia la linterna, iluminó el lugar del que provenían los ruidos y vieron que la tierra se removía.
Completamente aterrorizadas, paralizadas por el horror, las muchachas observan cómo de la tierra comienzan a surgir miembros descarnados, descompuestos.
Despavoridas, huyeron hacia la salida. Pero era noche cerrada y habían dejado la linterna frente a la tumba del ritual. El cementerio era un laberinto. Corrieron con todas sus fuerzas. Sofía pide perdón a los gritos a las almas de los muertos por perturbarlas. Adriana corre despavorida, en silencio. En la carrera, Sofía choca con un cuerpo. Grita pidiendo auxilio creyendo que se trataba de un muerto. Era el sereno. Le cuentan lo ocurrido y el hombre, confundido, las conduce a la salida.
Al día siguiente, Sofía volvió en busca del libro de su padre. Al llegar a la tumba de la madre de Adriana, no encontró nada, solo quedaban unos restos de cera azul. Desesperada miró a su alrededor. El terror la dominó. De una de las tumbas lindantes, surgía la punta de una de las tiras naranjas de su mochila. En ese momento, vinieron a su cabeza las palabras que su abuela tanto repitiera sobre todo cuando veía a su padre haciendo sus rituales:
“Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.
nocturno con los zombies

Adriana y Sofía eran amigas desde chicas. Eran polos opuestos. Adriana solía encerrarse en sí misa y era poco comunicativa. Cuando hablaba, tartamudeaba; la gente la atemorizaba. Hasta los tres años fue un cascabel pero desde la muerte de su madre, había perdido la alegría y la confianza en sí misma. Sofía, en cambio era de genio alegre y muy extrovertida. Desde siempre Sofía había ayudado a su amiga con sus dificultades.
Un día, Sofía le propuso a Adriana pasar una noche en el cementerio. Su padre era espiritista. Creía firmemente en la comunicación con el espíritu de los muertos. La joven compartía esta creencia. Adriana quedó estupefacta, no entendía cómo su amiga podía proponerle algo tan lúgubre, casi necrófilo. Ir al cementerio de día era una cosa, no le gustaba pero le parecía aceptable pero ir de noche… El solo pensarlo la llenaba de horror. Sofía se ríe y le dice que ese miedo es supersticioso ya que los muertos no pueden dañar. Para no quedar como una miedosa, Adriana acepta el desafío. Sofía redobló la apuesta:
-Seré la medium, a través de mí podrás contactarte con tus muertos.
Adriana pensó en su madre y, por primera vez en mucho tiempo, aceptó segura mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Al día siguiente se preparan para la aventura. Sofía prepara su mochila. Mete un libro voluminoso con tapas de cuero oscuro, una talla en madera del número 7, una vela azul y una linterna para iluminar el oscuro camino de acceso. Adriana se encarga de la comida, prepara sandwiches y agua en su cantimplora rosa.
Cuando llega la noche, esperan a que el sereno se distraiga y se escabullen por un hueco en los ligustros que rodean el lugar.
Sofía enciende la linterna y se encamina derecho hacia las parcelas de tierra, en el corazón del cementerio.
-¿Con quién quieres comunicarte? -preguntó a su amiga, sabiendo de antemano la respuesta.
-Con mi madre -fue la respuesta y acto seguido se encaminó hacia la tumba que había visitado solo una vez.
Frente a la cruz, Sofía enciende la vela azul y coloca el 7 de madera bajo la luz titilante. A continuación, saca el libro y lee unos oscuros pasajes:
¡Veni Caín, Messor, Mortifer et Occisor!
¡Veni, veni Letifer, Dominor Tumulus et Falxifer!
¡Veni, veni Caín Coronatus! ¡Veni, veni Caín Rex Mortis!
¡Veni Baaltzelmoth et Niantiel!
¡Veni Caín Ben Samael!
Recitó Sofía siete veces. Mientras leía, rodeaba a grandes pasos la tumba siempre manteniéndose de frente a la vela. Adriana expectante, esperaba que su amiga pudiera convocar a su madre.
De repente, escucharon un ruido. Adriana, que tenia la linterna, iluminó el lugar del que provenían los ruidos y vieron que la tierra se removía.
Completamente aterrorizadas, paralizadas por el horror, las muchachas observan cómo de la tierra comienzan a surgir miembros descarnados, descompuestos.
Despavoridas, huyeron hacia la salida. Pero era noche cerrada y habían dejado la linterna frente a la tumba del ritual. El cementerio era un laberinto. Corrieron con todas sus fuerzas. Sofía pide perdón a los gritos a las almas de los muertos por perturbarlas. Adriana corre despavorida, en silencio. En la carrera, Sofía choca con un cuerpo. Grita pidiendo auxilio creyendo que se trataba de un muerto. Era el sereno. Le cuentan lo ocurrido y el hombre, confundido, las conduce a la salida.
Al día siguiente, Sofía volvió en busca del libro de su padre. Al llegar a la tumba de la madre de Adriana, no encontró nada, solo quedaban unos restos de cera azul. Desesperada miró a su alrededor. El terror la dominó. De una de las tumbas lindantes, surgía la punta de una de las tiras naranjas de su mochila. En ese momento, vinieron a su cabeza las palabras que su abuela tanto repitiera sobre todo cuando veía a su padre haciendo sus rituales:
“Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.

Texto agregado el 17-01-2018, y leído por 67 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-01-2018 No soy yo muy de cuentos. Si no me atrapan desde el principio, no continúo leyendo. Con el tuyo llegué hasta el final. Me atrapó ;-) MariaVg
18-01-2018 Terrorífico y bien escrito. ¿Hay alguna razón para publicarlo repetido? -ZEPOL
 
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