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¿Tenes problemas con los horarios del hospital?
-No, atine, a decir cuando me fijo la hora para Resonancia Magnética Nuclear a las 23 hs.
Mi dolor de espalda databa de hacia siete meses más o menos, pero como toda madre estoica y abnegada, seguía trabajando, en la pinturería, y atendiendo el hogar, a mis hijos, cocinando, lavando, y realizándome como mujer.
Cuando nació mi segundo hijo, el ginecólogo le espetó a mi madre,- su hija escupe los hijos-comentario no demasiado halagüeño para una parturienta- no se preocupe. Ella trataba de buscar inútilmente el ECC, para corroborar mi buen estado cardíaco ante una posible cesárea, cuando el niño ya había sido escupido por su madre.
Aquella noche llovía a cántaros, salí con mi Renault 9 modelo 1994, mientras mi marido chateaba en el compa. - ¡Llévate el celular, cualquier cosa me llamas!
- Si dije, yo puedo sola, y salí presurosa, a la noche, desamparada y frágil, pero con un dejo de autosuficiencia rumbo al hospital.
El técnico del resonador, me hizo desnudar de la cintura para arriba. Hacía frío y de mis senos emergían duros mis pezones. Me puse la campera finita, pero había que sacársela.
- Los pantalones también, inquirí-
- No hace falta-
Me acosté en la camilla. El me acomodó la mantita hasta los hombros porque el resonador necesita aire acondicionado. Se asomó por abajo, y le dije
- Que, ¿vos te vas?
-S i, allá y señaló una sala con una ventana de la cual levantó una mano para calmarme las ansiedades.
Cante, "Afuera es noche y llueve tanto...”. Me reí. Así estuve cuarenta y cinco minutos sometiéndome a la RMN para investigar el interior de mis vertebras lumbares, y la alineación de la columna vertebral.
La ropa me la saque rápidamente. No así la vestida posterior. Al terminar el examen me dijo el diagnóstico: Dos hernias de disco a la altura de la quinta y sexta lumbar. ¡AJA!, y eso es grave ¿pregunté? y media lágrima pujaba por salirse del saco lagrimal. Bueno, al traumatólogo lo cambias por el neurocirujano y listo.
Me senté apesadumbrada. Al escuchar la sentencia ya no me pude ni calzar las sandalias doradas de peltre, que me había puesto para dicha ocasión. El, solícito y tierno técnico me ayudó a abrocharme la hebilla y se había postrado a mis pies servilmente (cosa que odio, pero agradecí gloriosamente en ese momento
-Tu marido vino a buscarte.
Yo ya había escuchado su melodiosa voz.
Salimos. Diluviaba. Noé se haría un festín, eligiendo a los sobrevivientes en parejas.
Yo te sigo, me dijo Juan (como quiere llamarse ahora) y no Juanca como le digo yo hace 25 años.
La salida del hospital esta en un espeso monte de árboles que con la lluvia y la tormenta eran verdaderamente amenazantes. Tomé la ruta y el caudal de agua aumentaba, digno de crédito. Fue tarde advertirlo.
Ya estaba con el agua adentro del coche hasta las rodillas. Navegaban las botellitas de agua mineral que había comprado el día anterior. Después de diez minutos de espera interminable, vino Juan. Yo no me bajé del auto y si él no se bajaba yo tampoco.
-Apaga las luces sino va a haber un cortocircuito.
¡Que perspicaz!
Los colectivos pasaban a nuestro lado y mecían los autos convertidos en virtuales canoas anfibias. La risa y el llanto se me mezclaban en sentimientos contradictorios.
-Tomate un remix y anda a casa y trae el carnet del Automóvil Club Argentino, me dijo.
Yo hice todo lo contrario, por supuesto.
El del remis me vio llegar con el agua hasta las rodillas y escuetamente le conté la situación: dos advenedizos, varados en el agua anegados, están en la ruta, con dos autos, ¿que se hace?
-¡Se espera que el agua baje y listo, y luego se reza para que el auto arranque!

Fuimos a casa a buscar los documentos del Automóvil Club Argentino y veo a Juan con mi Renault 9 empujado por el colectivo 57 que viene de lujan. Una película cómica, sino fuera tan trágico. Me quedé de nuevo en el boulevard, con mis sandalias doradas de peltre.
Los amigos de mis hijos, los adolescentes que caminan en la nocturnidad , me saludaban y se condolían de la situación, sonriendo con un dejo socarrón en la comisura de la boca. Después tome otro remis. Del anterior salía humo de las instalaciones eléctricas. Llegue a casa. Desolada con el diagnóstico, con el alma bajo el agua y decidí gratificarme como siempre complaciendo a mi afortunado, herido, gordito marido Juan.

Texto agregado el 22-03-2018, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-03-2018 15 * -zepol
22-03-2018 Menuda situación ***** grilo
 
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