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Inicio / Cuenteros Locales / larsencito / Pequeños suicidios sin receta

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El Doctor Masegosa me contó la historia. Nunca montes la consulta donde hayas sido estudiante, decía. Yo, como todo universitario que se precie, en aquellos años dedicaba casi si todos mis esfuerzos a cerrar uno por uno todos los antros de Sevilla. De aquella época conservo un puñado de amigos entre los que no faltan cantaores, extoreros, tahúres, borrachos y vividores nocturnos en general. Juan de Dios, cantaor amateur y borracho profesional, es al que más he seguido la pista después de abandonar aquellos sórdidos ambientes para convertirme en un respetable médico. Juan de Dios se presentaba en mi consulta sin previo aviso, a veces esperaba durante horas hasta que atendía al último paciente. No puedo negar que sus visitas me creaban cierto malestar, no me agradaba que Juan apareciera en mi higiénica consulta y que solo con su aspecto cochambroso me recordara todas las fechorías de mi época de crápula. Después nos tomábamos cuatro vinos y recordábamos los viejos tiempos. Yo me inventaba alguna excusa y él aprovechaba siempre ese preciso instante para sacarme algo de pasta. Nuestra relación era una especie de chantaje de baja intensidad que yo llevaba bastante bien.
Pero aquel jueves Juan de Dios se presentó más inquieto que de costumbre. Se coló en mi despacho saltándose a los que esperaban en la sala y sin siquiera un "buenas tardes" me dijo que necesitaba dinero. Mi negativa fue rotunda, no me gustó ni su grosería ni que se saltara a la torera su discreción habitual. Me contó que hasta el lunes 10 no cobraría el paro, que por delante quedaba un larguísimo puente y que estaba más tieso que la mojama. Nada nuevo. Pero esta vez yo no iba a ceder, no me hacía gracia su cambio de estilo. Juan entonces se sentó cabizbajo frente a mí, y después de unos segundos en silencio, me dijo muy tranquilo: “Bueno, ¿tú eres médico?, ¿no?, pues entonces recétame algo.” ¿Y qué quieres que te recete?, le contesté sorprendido. “Alguna pastilla que me deje dormido hasta el lunes, no quiero despertar hasta que cobre el paro.” Y lo decía de verdad, sabes. No era un truco, no lo decía por decir, lo decía de verdad, deseaba borrarse tres días.
¿Y qué iba hacer? Dime, ¿qué iba hacer? Pues eso, que saqué la cartera y le solté ochenta euros y tres días con una magnífica calidad de vida. Al fin y al cabo somos médicos, ¿no te parece?

Texto agregado el 17-04-2018, y leído por 77 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-04-2018 Muy buena historia ***** grilo
17-04-2018 Tragi/comedia muy bien llevada con un hilo condctor que hace que tu trabajo sea fácil de leer, muy bien logrado. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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