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Los de abajo y los de arriba
El cacique de mi pueblo era un hombre corpulento, de mirada fría, constantemente cruel, en su juventud había sido boxeador de mediano éxito. Ricardo Perea era su nombre, muy seguido se alisaba el bigote estilo Emiliano Zapata, héroe revolucionario. Él dictaba la ley. La gente, especialmente los hombres, en la única cantina del pueblo “Los de abajo” hablaban de él en voz baja, -las paredes oían y delataban-, solían decir.
Los borrachines de la cantina reían a carcajadas cuando contaban también que en sus años mozos le había dado por ser boxeador, uno de ellos, Remigio antes de emborracharse y perder la conciencia platicaba la siguiente anécdota.
-- había ganado sus primeras cuatro peleas, y a la siguiente, muy confiado se le ocurrió invitar a la novia, confiado en que iba a volver a ganar, sin embargo, esta vez fue todo lo contrario, su rival resultó ser un astuto y más fogueado mastodonte que lo vino noqueando en el cuarto asalto, con la pena evidente ante la novia. Jamás la volvió a invitar--, dijo el arrebatado ebrio desde su apaciguado y cómodo lugar.
Don Ricardo tenía como ayudante a Juan “el silencioso”, era un viejo amigo mío de la escuela, serio y de costumbres cuidadosas, alguna vez me contó que por no haber hecho las cosas como le había ordenado, lo encerró por espacio de varias horas en su granero. Otras veces lo castigaba contra la cara en la pared y lo intimidaba dando azotes a la pared cerca de su cuerpo pero sin tocarlo, el zumbido del látigo lo atormentaba.
Cuenta Juan que una tarde lo acompañó al cementerio a llevarle flores a su difunta esposa.
- de esta visita ninguna palabra, ni se te ocurra”.
- Si, don Ricardo. Ya sé.
Pasaron un gran rato frente a la tumba de la esposa, él hundido en sus pensamientos. Entonces se presentó furiosamente una intensa lluvia, la cual no lo inmuto, sabiendo que Juan permanecía a sus espaldas, sin voltear a verlo y con la vista perdida en el horizonte, con voz entre cortada y con el rostro humedecido por el agua, le dijo.
- ya pasará este aguacero Juan, no te muevas…sabes que muchacho, a pesar de ser muy distraído, menso y desatento conmigo, te quiero como si fueras mi hijo.
Por supuesto que estas palabras desconcertaron a Juan, acostumbrado a escuchar de él sólo ofensas y maldiciones, pues nunca le había expresado un mínimo gesto de afecto. Avanzó los dos pasos que les separaban y le pasó un brazo sobre los hombros. Ese fue su gesto de agradecimiento, sin decir palabra alguna.
Desde entonces le empezó a tener un respeto especial a su jefe.
De la noche a la mañana don Ricardo fue perdiendo la fuerza y el peso, perdió el deleite que le provocaba platicar con Juan las actividades de la semana, dejó de montar a “Barrabas”, su caballo preferido, por el temor a una caída. Dejó de viajar a la “Ciudad de los Palacios” como solía decirle a la capital de la República. Jamás le dijo que enfermedad padecía, se guardó su secreto hasta la tumba.
–Es una enfermedad de hombres, no preguntes más --le habría dicho a Juan. Antes de morir don Ricardo lo nombro su administrador, Juan pasó el resto de sus días sólo, su única preocupación era conocer los libros contables de todos los negocios, cobrar deudas y pagar préstamos contraídos.
Con el devenir de los años, Juan sacó adelante todas las actividades comerciales: terrenos, ladrillera, locales en renta, casas, renta de maquinaria, loncherías y dueño del único mesón del pueblo.
En honor a su jefe, abrió la segunda cantina y le puso el nombre “Los de arriba”, por cierto, Juan alguna vez me aseguró que el nombre de la primer cantina lo había tomado don Ricardo de la bella novela de Mariano Azuela que trata de un héroe revolucionario. Juan uso tecnología de punta en la ladrillera, dos loncherías las hizo restaurantes en forma y en cada aniversario de la muerte de don Ricardo, la gente del pueblo no pagaba su consumo. Juan se había ganado con acciones sencillas el cariño de la gente del pueblo.
Nadie pudo ser mejor hijo que ese Juan, --contaban ahora el anciano borrachín de Remigio a los comensales que frecuentaban “Los de abajo”, al recordar con suma nostalgia los orígenes de su larga hermandad con don Ricardo.

Texto agregado el 25-04-2018, y leído por 67 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
26-04-2018 Esto da para más estimado Rogelio, me has dejado picado y con curiosidad de conocer más de ese particular ambiente. -ZEPOL
 
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