Procedían de lejanos puntos de España pero las unió el colegiode Plasencia.
Eran entonces niñas y compartieron varios años de juegos en el patio del internado,con naranjos y limoneros .
Se afanaban jugando al brilé,al escondite...
Se dejaban la piel en las paralelas , las asimétricas y las anillas.
Sudaron tinta en el gimnasio.
Asistieron a Misa los domingos, tal como tenían establecido las monjas.
Prepararon juntas variados exámenes de biología, historia...
Pasearon muchas tardes de domingo por las calles de la ciudad, rematando siempre en la pastelería San Pedro, donde saciaban su golosinería con sendos donuts borrachos.
La vida las separó al rematar su estancia en el colegio.
Hoy se cruzaron en la Puerta del Sol de Madrid y no se reconocieron, tras 40 años de separación.
Y lo peor de todo: que se cruzaron este par de desconocidas solo lo sabe el narrador omnisciente, el único que goza de un punto de vista privilegiado en esta común historia que nos habla de lo que el tiempo nos aleja...