En fin, como ya se dijo, fui adquiriendo, paulatina pero inexorablemente, cierta piel de galápago. Cualidades que impone la subsistencia. No por propia naturaleza, quiero decir. Era un cínico pero no redomado; que bien hubiera podido pasar como alguien con simple y llana buena educación. Mi objetivo en la vida era progresar, no conformándome con poco. Otros dirían que aquel servilismo no podía conjugarse con su dignidad y planes. Y es que en esto de la existencia hay opiniones varias y para todos los gustos. A mí, supeditarme a las instrucciones que me daban no me parecía en absoluto actitud servil. Sea como quiera, de mozo de cuadra- que es básicamente el oficio de palafrenero- fui ascendiendo puestos en el organigrama del harem. Mitad prostíbulo, mitad ciudad- Estado, un harem, por así decir, es la estructura- como diría Marx- de la infraestructura económica de aquella zona y lugar. Y se preguntará el lector qué hacía un castellano- por el nombre de Agapito del que ya se dejó constancia- en las "arabias" que narro. De lo que habrá ocasión de hablar en las siguientes entregas de esta historia no por fantástica menos verdadera con su correspondiente explicación.