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Esa mañana, el campo de fusilamiento se encontraba barroso por la lluvia de la noche anterior y un manto de neblina paseaba por su hedionda superficie.

El patio estaba protegido por las altas murallas y sus cuatro torres bien vigiladas por soldados armados. Se dibujaba toda la guerra en ese campo cubierto por cuerpos aún tibios. Era temprano y comenzaba el fusilamiento de los muchos desertores y yo estuve entre ellos.

Una bala nerviosa posaba en la escopeta, la mira de la misma observaba al condenado. De pronto, la orden esperada.

—¡Fuego!

Lo que siguió fue un sonido seco y la pesada caída de uno más entre los ejecutados. Uno de los soldados se acercó al abatido por el plomo. El experimentado soldado Brian Salinas, sacó una pistola y —como acostumbraba— daría el ultimo disparo, el tiro de gracia.

Sumido en su agonía, el caído observó al soldado que se acercaba y exclamó con voz trémula:

—Cumpla con su deber y lárguese.

—¡Cállese! —dijo a gran voz el armado y después de observar un poco al moribundo añadió:

—No estaría en esta situación si fuera fiel a nuestro rey.

El tiro de la pistola era señal de que el ejecutado —finalmente— se había convertido en un cadáver más en el campo de ejecución de los insurrectos.

Alejándose del cuerpo, Salinas volvió la cabeza hacia atrás y observó un reloj de bolsillo que había caído al costado del finado. Pensó en tomarlo como ciertamente lo hizo pero, notó que la máquina estaba sujeta con una fina cadena dorada a la chaqueta del muerto. Agarro fuerte el reloj y de un tirón lo arrancó de su sitio. En ese momento, como si hubiese estirado el hilo de un juguete a cuerdas, la cabeza del ejecutado dio una violenta vuelta y abrió los ojos, tanto que, los globos oculares parecían salirse de su lugar. Aunque perdidos —esos grandes ojos— parecían observar con frialdad a su verdugo.

Alarmado, Salinas pasó la palma de su mano derecha delante del rostro del cadáver, como tratando de probar una teoría que contradecía a la bala incrustada en el cráneo del difunto.

Salinas no consiguió ningún resultado positivo con su experimento. Dio un escupitajo y se alejo victorioso con su botín en mano. Sin embargo, el cuerpo quedo en esa desagradable posición.

Han pasado varios años pero, no puedo evitar carcajear cuando recuerdo el rostro de Salinas, aquella noche que fui a buscar mi reloj.

Texto agregado el 31-05-2018, y leído por 53 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2018 Felicitaciones. Texto dramático muy bien escrito. -ZEPOL
01-06-2018 Me gustó. MarceloArrizabalaga
01-06-2018 Muy buen relato. Inevitable, volver por lo que te pertenece. Saludos, Carlos. carlitoscap
 
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