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Esta vez la vi dormir. Pasando la media noche apoyé mi cabeza sobre el triángulo de mi brazo y la miré en la suave luz de la noche profunda. Ella pasaba de la calma del sueño tranquilo a las agitadas aguas de las pesadillas. Siempre las había tenido desde pequeña yo las había descubierto en las escapadas de la universidad, y como siempre las calmaba con solo recostar su cabeza en mi pecho; pero aquella noche la dejé. Dejé que su cuerpo se perdiera en ese mundo en la que vivía las pesadillas, incluso la destapé para que las sábanas no forme una especie de jaula; entonces su cuerpo comenzó a moverse, a agitarse, yo trataba de interpretar lo que soñaba. Sus piernas se movían queriendo correr, sus manos apretaban el colchón semejando una pared que nos apoya, que nos respalda. Con convulsiones apenas perceptibles, su rostro se transformaba en terror, el sudor que brotaba de su frente eran lágrimas de sus propia piel aterrorizada; acudí en su ayuda dándoles susurros tranquilizadores al oído -¡aquí estoy mi amor, aquí contigo, es solo un sueño, cálmate!- Tomé su mano, su pulso como galopes desbocados se hacían notar, lo puse sobre mi corazón y cuando estuvimos unidos en un solo latido, caí dormido también.
Mis pies tocaron el piso con violencia, era como si hubiera saltado unos cinco metros sobre la dureza del suelo. Quise ver lo que pisaba pero la bruma cubría la vereda de un callejón de altas paredes. Cuando miré, Inés tenía un rostro de terror, sus facciones eran mucho más notorias que cuando dormía. Ella miraba por sobre mi espalda sin notarme; ¡Inés! ¡Inés! Le grite. Ella permanecía quieta, indecisa si correr o quedarse ahí a esperar lo peor. No me contestaba. Insistí, ¡Inés! Y sin cambiar de expresión señalo atrás de mí. Tuve miedo aún antes de mirar, quise moverme hacia ella, tomarla y salir de allí corriendo, pero mi curiosidad pudo más, entonces volteé con el temor inculcado por el rostro de Inés. Entonces lo vi.
Una nube gris venía desde las profundidades del pasaje, tragándose todo a su paso. Los desperdicios que ahí se encontraban se destrozaban incluso antes que la vorágine oscura se los devorara. Lo que era una distancia medianamente lejana, se hacía corta con la velocidad con que avanzaba, sin embargo aquel cuerpo amorfo de nube y despojos, se tomaba su tiempo para llegar hasta nosotros; se elevaba, se arrastraba, se movía de un lado para el otro simulando a un dragón chino en una macabra celebración. Retrocedí alejándome y escudando a Inés, cuando la toque la sentí helada. Miré otra vez aquel demonio que se acercaba como un gusano veloz con las fauces abiertas, corrí hacia él dejando sola a Inés que permanecía paralizada. En el hueco que era su boca salté volando en la oscuridad gris por donde se colaba ráfagas de luz que iluminaba por momentos aquel espacio que giraba a una incalculable velocidad; aquel sitio despedazaba todos los objetos en pequeñísimas trozos, por increíble que pareciera yo no era despedazado, solo sentía un pánico atroz, un terror que se me colaba por los huesos. Quise abrir los ojos y despertar, era imposible, mis ojos ya estaban abiertos mirando todo dando vueltas a mi alrededor, entonces hice lo contrario cerré mis ojos y desperté.
Salté sobre mi cama e Inés también lo hizo. Nos miramos un rato, agitados, luego ella dijo, lo que ya sabía. ¡Estuviste en mi sueño!
La jalé hacia mí, se durmió en la seguridad de mi pecho, yo permanecí despierto hasta que desapareciera la vorágine de mi mente.

Texto agregado el 06-07-2018, y leído por 37 visitantes. (0 votos)


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