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Su amor por la arqueología era desproporcionada, inculta y obsesiva. Dejó de lado sus quehaceres en la chacra (yo estaba para eso) para profanar terrenos compulsivamente alrededor de nuestro campo. Él era así, cuando algo se le metía a Lucas en la cabeza nadie podía sacárselo. Contrato peones a tiempo completo con el único propósito de buscar restos preincaicos sin utilizar métodos científicos; él ya había buscado en ciertos lugares pero era más fácil –pensaba- que con ayuda podía abarcar mayor extensión. Era cierto que con el simple arrastre del pie uno podía encontrar una vasija, un pedazo de textil, una herramienta rudimentaria perteneciente quizá a las cultura nasca o paracas; así de productiva y gratificante era esta tierra; así como crecían los frutos por doquier, así de igual salían las reliquias que se vendían como pan caliente.
A mí me molestaba que estos tipos, deambularan sin control por mi campo estropeándolo todo, no solamente usaban mal la camioneta que confundían con un caballo desbocado, haciéndola saltar por los bordes de la chacra arruinando los amortiguadores que luego yo arreglaba, si no, que creían ver en medio del cultivo un “tapado” al cual me oponía a que revisaran por saber que ahí no había nada, además tenían la autorización del “jefe” de comerse todo lo que encontraran a su paso.
La obsesión de Lucas era desproporcional a su responsabilidad, lo que en el primer día pareció una jornada de trabajo temprano, se volvió desprolija luego, conforme se le pasaba el entusiasmo, ya no llegaba a las seis de la mañana como al principio, ahora dormía hasta tarde y era yo el que tenía que encargarse del control, no solo de mi gente del campo, sino también de estos facinerosos sin respeto a los ancestros. Le hice ver a Lucas mi incomodidad, no me hizo caso, siguió con su ambición de encontrar al guerrero. Todo este movimiento de gente traía gastos adicionales, había que pagarles sus jornales encontraran o no las reliquias, y las pocas que encontraban carecían de valor comercial que compensaran el sobre costo de pagos. Lucas además, en unas de sus locuras había también perdido mucha plata en una mina, de la que solo extrajo problemas.
La única forma de recuperarse era encontrar al guerrero, a este mítico dios soldado que podía venderse hasta por setenta mil dólares en el mercado negro sin muchas preguntas por la procedencia. Trate de persuadir a Lucas, le expliqué que la plata está en el campo, en la agricultura (no me escucho), en la tierra, ahí me miró – sí en la tierra- me hablaba con tanta propiedad de ese pedazo de tela que tenía dibujado al guerrero, que me acordé de su esposa norteamericana Samy, ella si era arqueóloga de profesión. Samy huyo un día de todo, de la falta de apoyo del gobierno por su trabajo, de la desidia de los descendientes de los topará que traficaban con la cotidianidad de los antepasados y sobre todo de la infidelidad de Lucas. Ahora era él que quería convérseme (señalando con el dedo el suelo) que ahí estaba el dinero, yo no quería profanar tumbas.
No había forma de frenar esta loca aventura, que sus marabuntas convertían en pesadillas; incluso la segunda esposa de Lucas afirmo que la única persona que podía hacerlo cambiar de opinión era yo, y la verdad yo también estaba harto de esto.
Segundo, uno de mis peones, me comentó por coincidencia, que su cuñada tenía en su cocina a manera de mantel, al guerrero tan buscado - ¿estás seguro? - le pregunte, me confirmo que sí, he incluso se ofreció a llevarme. Dudé, si contárselo a Lucas o no, pero me dije: así se acaba esto y vuelve todo a la calma.
De solo oír lo que le contaba Lucas abría sus enormes ojos verdes y se emocionaba –vamos- dijo de inmediato. Fuimos.
Esther se sorprendió con la visita de Lucas, era raro ver al dueño de casi todos los campos de alrededor ir a la casa de sus trabajadores. Esther fue muy cautelosa, debía ser sobre dinero (ella era prestamista) pero Lucas más ansioso fue directo.
-Sabemos que tienes un guerrero y queremos comprártelo.
- ¿Un guerrero? pregunto desconcertada.
- Un telar paracas con dibujos de guerreros en el centro- intervine.
- Ha, ese. Señalo hacia la cocina.
Sobre puesto en la mesa de diario estaba el famoso dios guerrero Kon.
-¿Puedo? Dijo Lucas.
Agarró el manto pequeño que brillo a pesar de los siglos. Lo miró y yo también lo hice. Era rectangular de por lo menos veinte centímetros de ancho por sesenta de centímetros de largo. Estaba dividido en tres pastillas con los guerreros flotando en medio. El dios tenía un cuchillo ceremonial en una mano y tomando del pelo a otro guerrero capturado y decapitado; en su cuerpo, colgaban varias cabezas de soldados, no entendía si muertos o sacrificados. La boca de Kon tenía colmillos de felinos desmesurados y sus ojos desorbitados al igual que los ojos de Lucas que vio un tesoro cercano.
- Te doy mil quinientos dólares- dijo impaciente Lucas
- No lo vendo, Don Lucas- contesto Esther, me quede sorprendido ante su impavidez.
- ¿Cómo? ¿Por qué?
- No, no lo vendo, no quiero tener problemas después, repitió Esther, tomando el telar en forma delicada, como dándose cuenta de la fortuna que tenía entre las manos y del arrepentimiento de no haberlo cuidado mejor.
- Dos mil te doy, y yo me encargo si es que hay problemas, qué dices- volvió Lucas.
- No sé quién le dijo que yo estaba vendiendo esto, pero no es así señor Don Lucas.
Lucas quedo consternado, yo lo conozco de toda la vida, puso la misma cara de cuando Irma la novia de su juventud, le dijo que no quería estar con él.
- ¿Por qué esta chola no quiere vender al guerrero? Pregunto más a él mismo que a mí.
- A mí me parece que no es real, más parece una imitación.
- Si es real, pero no lo quiere vender, son ¡son setenta mil dólares!, le hubiera ofrecido más.
- Pero es falso, sino porque está en la cocina
- Es verdadero, He estado casado con una arqueóloga muchos años, ¿cómo no voy a saber?
Era yo el que no comprendía nada.
Esto era peor que antes, por lo menos cuando Lucas no sabía nada del guerrero de Esther, él tenía el entusiasmo de encontrarlo por los terrales, pampas o basamentos antiguos, pero ahora se comportaba como un abatido, triste como si tuviera un amor no correspondido. Andaba sin rumbo, por aquí por allá, dando vueltas como mosca. Me preguntaba de cuando en cuando ¿Cómo hago Pedro? Otra vez debía de hacer algo, no podía trabajar tranquilo con la desazón de mi amigo. Después de dos días se me ocurrió algo, de repente Esther no se lo quiere vender a Lucas, ¿pero a otro? Le conté la idea a Lucas, que incluso (en su obsesión) quería mandar a algún malandrín a robárselo, pero mi plan le pareció más adecuado.
Planificamos todo. Yo hablaría con Henry, un colorado que vendía dólares en el centro. Él se haría pasar por un coleccionista, le ofrecería hasta cinco mil dólares (lo máximo que podía dar Lucas, no por avaro sino porque casi estaba en la ruina), se lo compraríamos, se lo daríamos a mi amigo, y así dejara de joder tanto.
Hablé con Esther, le dije que tenía otro comprador que le pagaría más que Don Lucas, ella insistía que no quería tener problemas después de la venta, por lo menos noté que cedía por venderlo. Llegamos con el colorado, él se creyó el papel de que era un apasionado anticuario, así que agarró el manto con mucho cuidado, examinándolo a la luz dando credibilidad a su perspicacia de erudito. Yo me quería reír y miraba a otro lado, mientras Esther comentaba que sería mejor que se lo llevaran al extranjero, ya que no quería tener problemas con el antiguo propietario que lo dejó por un préstamo que nunca devolvió. Quise darle cuatro mil quinientos, pero dijo: cinco mil o nada. No corrí riesgos, se lo di.
Lucas saltaba de felicidad, apenas lo tubo en la mano llamó a Cafferata, su contacto en Lima y le describió su hallazgo. Le pidió a su hijo que lo acompañara, yo los llevaría a la estación a las cinco de la mañana. Lucas compró un asiento para su tesoro ahora protegido por una cartulina dura y una tela roja, viajarían en el bus más cómodo de la compañía, a su hijo lo mando atrás.
En la sala de esa enorme casa que más parecía museo, se podía ver reliquias por todos lados. Lucas no se sentó, permaneció parado admirando todo, su hijo cogió una revista y la hojeó despreocupado.
Lucas no me llamo y, con las ocupaciones del campo, ahora solo y tranquilo, tampoco me acordé de llamarlo. Llegaron como a las diez de la noche del mismo día, yo los esperaba quizá para el día siguiente como mínimo. Me mandó llamar. Cuando entré a la casa, el guerrero estaba tirado en el mueble y ahora parecía un cojín para el gato. Qué paso me pregunte mirando a Félix, el hijo de Lucas, este pasaba su dedo índice por su cuello sarcásticamente.
- Y eso? – señalé el manto.
- Eso es una mierda – grito Lucas que regresaba.
- Pero, ¿qué paso?
- Cuando Cafferata lo vio dijo que era falso, que era una imitación bien hecha, yo insistí, pero él dijo que no, que ese guerrero era un tejido reciente.
Riéndose Félix, contó como su papá se ponía blanco como un muerto, cuando el comprador le hablo del engaño, incluso (seguía riéndose) le compro un asiento de primera clase para él solo, y cuando regresamos lo mandó a la bodega. Yo me quise reírme también pero me aguante.
- Ay Lucas, yo te dije que era falso y tu dijiste que casi eras un experto arqueólogo, y ¿ahora?
- Ve y dile a la señora Esther que me devuelva mi plata.
Diciembre 2016

Texto agregado el 07-08-2018, y leído por 43 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-08-2018 Una historia interesante y amena. Pato-Guacalas
08-08-2018 uy.. resulto una pilluela la doña!! Es un relato basado en un hecho verídico? Un abrazo, sheisan
 
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