Definirme sería pedirle a tus ojos y a tus manos que me cuenten lo que sienten de mí durante los días que ven y tocan en mi cuerpo y que yo no sé explicar en un reflejo. Definirte a ti sería ponerle un megáfono a mi mente para que gritara las infinitas veces que te he visto partir, vivir, caminar y reír. Definirnos en conjunto sería imposible a pesar de tener las definiciones anteriores:

La suma de ambas sería una historia con balas. Las balas estarían hechas de nuestras caras, nuestros deseos y se dispararían al centro del diccionario donde quedarían plasmadas en dos agujeros certeros. Levantaríamos las páginas destruidas para mirarnos entre medio y reírnos de nuevo. Una muralla de papel con agujeros por donde la luz del día nos despierta a veces moviéndonos en una de nuestras camas. Una cortina de madera procesada que opaca el brillo de las copas que suenan al eco de nuestros sueños y las ganas que tenemos de eso mismo que corre bajo nuestros cuerpos. Llenaríamos barriles de vino y sangre con solo dos balas. El sonido de los cañonazos dejaría sordo a cualquiera que quisiera derrotarnos. Las aves volarían dispersas, equívocas, desorientadas en dirección al abismo sin fondo que hemos creado. Abismo tan grande como esas mismas ganas. Y aún así te quiero al fondo para salvar un par de alas. Te quiero volando y tapando el sol, porque hasta tu sombra me llama y en ese momento el megáfono se apaga porque me susurras al oído, al frente mío con los ojos y las manos aferradas de piel y cigarros que me amas.

El imaginario diccionario se hace añicos, se hace nada.
No hay agujeros en este libro.
No hay pájaros ni un abismo.
No hay armas ni balas.
Definirnos es la mejor forma de encontrarnos juntos en estas palabras.