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Uno.


De todas las clases del malgasto, no se me ocurre otro
peor que la del malgasto neuronal. El dispendio neuronal es el más grave de los dispendios, sobre todo si se tiene en cuenta que por muy abultada que sea nuestra cartera, por muy importante que sea nuestro cargo, o por muy guapa que sea nuestra mujer, una vez hecho el gasto, no hay manera científica de añadírselo por otra parte. La contabilidad en neuronas no es a doble partida. A lo sumo que se puede aspirar en la materia es a conservar lo que se tiene. Existe la creencia errónea de que la diversión nos renueva, nos rejuvenece. Que la catarsis es necesaria y positiva. Cuando la esperanza de vida era de treinta años, posiblemente. Pero cifrada en el consumo de psicotrópicos y en los tiempos corrientes, no es más que un suicidio lento y colectivo. El segundo adjetivo enmascara el primero, pero no le quita eficacia destructiva.

Dos.


Está demostrado que el grado de incidencia, en el hemisferio norte, del sol sobre la tierra durante el verano, tiene una repercusión directa y proporcional en relación a las tonterías que se efectúan. Ciencia, amigos, ciencia. A campo abierto, claro. Hasta se podría afirmar, en la misma línea de pensamiento, que, fuera los recintos cerrados y sombreados en los que hay menos repercusión, los individuos adquieren caracteres marionetescos, hasta el punto de que se debiera haber estudiado la posibilidad de establecer una atenuante de responsabilidad penal sobre la materia. Y no es broma, aunque no se haya hecho. El sol, incidiendo sobre las testas, forma unos hilos invisibles, pero no por ello menos consistentes, con los viandantes en general sobre todo. Por ello tanto estereotipo sobre la cuestión, que en los casos extremos se reduce a cuatro o cinco comportamientos típicos. No es el menos absurdo, el de pensar- el solitario- que dejará de serlo si frecuenta los sitios de moda, concurridos. Craso error del que la experiencia da cuenta. Hay que dejar el terreno libre, pues si está de dios que uno deje de estar solo- y lo pongo con minúscula-, no existe lugar en el que uno pueda esconderse que evite poder dejar de estarlo. Otra cosa no es más que perder tiempo y dinero.
Y ello viene al cuento de que el moderno señor de los anillos, lo sabe, y cimienta en ello su negocio. Alcohol, música a todo volumen. Soledad a espuertas, depresión, vacío vital. Estos modernos alcahuetes no venden más que humo.

Tres.

El dispendio intelectual o metafóricamente, el predicar en el desierto, es el tercer dispendio que uno viene a traer a colación. Es decir, nunca se ha bien ponderado, cuándo conviene estar callado, por muy ingenioso que sea lo que tengamos en la recámara. Ya lo dijo Guerra, el hombre es dueño sólo de lo que calla. Que quiere uno perfilar en base a lo que podríamos llamar inteligencia contextual. Pero no se refiere uno a la idoneidad de lo expresado frente a los potenciales oyentes, sino a hecho tan obvio, que tampoco conviene soslayar, de que cuando uno abre la boca, sin precauciones, hace más sabios a los otros en detrimento propio. Quizá se señale que por tal argumento el silencio habrá de presidir a partir de ahora las relaciones entre los hombres. No; tampoco. Quiere uno decir, que a veces no es oportuno ser brillante, pero no solamente porque no lo vayan a entender, sino porque el auditorio muchas veces no está más que pendiente de hacer hablar a algún ingenuo generoso parlante.

Texto agregado el 23-08-2018, y leído por 67 visitantes. (0 votos)


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