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Mario recorrió la distancia desde la puerta al sofá del living con la apatía típica del propietario; seguro de sí. Tanteó bajo el mueble mullido el maletín de cuero y lo apoyó en sus piernas, una vez sentado. Zulema acusó recibo de la inquisidora mirada de su marido e hizo lo mismo que él, con su novela.
--Tengo que decirte algo, Zulema-- pronunció el esposo...
--He decidido que lo nuestro ha llegado a su fin, has visto que nuestra situación financiera es caótica, nuestra vida sentimental es un desastre, nuestro sexo es escaso, y nuestra convivencia se está volviendo insufriblemente rutinaria...
Hizo una pausa mientras intentaba, con dificultad, quitar los seguros del maletín. La mujer cataba mientras esas frases, cada “nuestra” o “nuestro” le sonaba a una tercera persona, a una amistad en común. Encubrió un bostezo.
...--Considero, no obstante, que te amo, que mi persona no aceptaría que tú rehagas tu vida, que te juntes con otro... No hemos tenido hijos, somos jóvenes aún y, si no fuera por lo que te digo... si nuestras vidas fueran más prósperas, y nuestra relación más amena, no nos vendría nada mal un heredero, o un auto nuevo, o una casa en la costa.-- Mario hizo un silencio, esperaba que ella lo interrumpa; amagó abrir por completo el maletín, se detuvo. Zulema tomó el señalador y lo colocó en la página correcta. Cerró el libro y lo apartó de sí, soltó su cabello y colocó la hebilla sobre la tapa brillante. Quedó atenta.
--No puedo, mi amor, ni pensar en dejarte... en dejar de estar a tu lado, de verte despertar. No... es algo que no resistiría, el sólo pensarlo me hace un nudo en la garganta, me da un portazo en el pecho...-- El semblante del hombre cambiaba de gravoso a triste, sus manos inquietas gesticulaban al ritmo de su discurso, del maletín al aire y a la cabeza y de ahí al respaldo del sillón.
-- ¿No te diste cuenta del estado de nuestra relación, Zulema?
--Hemos pasado ya por esto, Mario, y tampoco puedo pensar en abandonarte ni en irme con alguien. Además, si no podemos pensar en dejarnos, sería bueno que nos tomemos nuestra relación más en positivo... Ella esbozó una acotada sonrisa, un gesto complaciente.
--Me tomas a la ligera, Zulema, como es tu costumbre, ¡estoy deshecho! Te diré como termino esto: voy a matarte y luego me volaré los sesos, así de simple.
Abrió bruscamente el maletín para tomar el arma, pero ésta no estaba, alcanzó a pronunciar un «pero» antes de alzar el rostro y ver a su esposa apuntándolo con ese mismo revólver que él buscaba.
-- ¿Qué se supone que estás haciendo...?
--Lo que ibas a hacer tú, ¿qué otra cosa...?
El hombre no disimuló su fastidio, se quitó los lentes y se restregó el rostro con una mano, para luego estirar los brazos sobre el respaldo amplio...
-- ¿Hasta cuándo vas a dejar de meterte en mis asuntos, mujer?... ¿Qué no te das cuenta?... ¡En esta casa no puedo tomar una puta iniciativa para hacer nada!
--No, mi amor, es sólo que teniendo en cuenta nuestro futuro, y a sabiendas de que estoy todo el día en casa, pensé que por una vez podría reemplazarte en tus quehaceres... ¿Terminamos ahora con esto?
--Espera... espera Zulema, no es que te subestime ni mucho menos... ¿Sabes cómo se usa eso?
-- ¡Lo mismo me dijiste con la cuestión del auto!... ¡Me tratas como a una inútil!
-- ¡Chocaste un árbol, mujer!... ¿qué no te acuerdas?... Digamos que fallas el disparo y quedo paralítico o algo...
Mario miraba fijamente las manos trémulas que empuñaban el arma. Se incorporó con la convicción suficiente como para servirse una bebida, a tres pasos de distancia.
-- ¿Quieres un trago, querida?
--No.
Bien... ¿vas a devolverme mi puto revólver?
--No.
--No es que no me fíe de ti, Zulema, pero he practicado tiro al blanco... Tú no lo hiciste y...
Bebió un trago de licor, volvió a restregarse la cara, a sentarse.
Zulema descansó los brazos sobre el regazo, sin soltar el arma. Quedó mirando a su esposo que, copa en mano izquierda, hurgaba dentro de su oído con el meñique de la diestra.
--Eres un cerdo.
-- ¿Qué se supone que haré contigo?... ¡Soy un hombre sincero!...
-- ¡Eres un cagueta y asqueroso psicópata!... Borracho y... ¡maricón!
Ella volvió a apuntarle, visiblemente contrariada. Él acabó el licor de un sorbo, Alzó la copa para verla a trasluz.
--Que no soy ningún maricón, y tú lo sabes... En este mundo de mierda, rodeado de autómatas donde el mejor premio es deslomarse en un trabajo para atender en televisión pseudos bienestares que comprar, ser un ciudadano más como una hormiga, tener hijos que cuidar que con el tiempo vendrán a decirte que eres un idiota y luego se darán cuenta que los idiotas son ellos... Ver las noticias, jugar bolos, ir de compras, tener mujer casa y perro... Tener salud para ahorrar dinero y vacacionar en playas rodeados de cerdos que nos recuerden la clase de miserables que somos... ¡Vivo presionado por mi trabajo...! El mierda de Pérez que me estresa...
-- ¿Y por que no le pateas el culo al mierda de Pérez?
El hombre hizo un gesto de asombro, como si su mujer le hubiera realmente disparado y se encontrase herido. Imaginó de buen agrado el hecho de patearle el culo a Pérez. Sin embargo vio esa imagen como un imposible. Su mujer percibió el trance y se dispuso a asestarle un duro golpe...
-- ¡Ah claro!... ¡Flor de cagueta resultó el señor! ¿Y por qué antes de matarnos a ambos no le pateas el puto trasero a ese asqueroso de Pérez?
--Eh... Bueno... creo que me despedirían y...
-- ¿Y qué, Mario? ¿A qué clase de suicida podría importarle semejante mierda?... ¡Un voleo en el culo al muy mierda de Pérez! ¡Se acabó el cuento!...
Mario yacía en el sofá, con los codos en las rodillas y la copa vacía sujetada por ambas manos, cabizbajo. Ella, asida a su victoria, dejó el revólver en su sillón junto a su libro. Simplemente cruzó el living y prensó con sus rodillas las caderas del hombre que reposaba su fracaso y su cuerpo en el sofá.
En esa posición se quitó la blusa y luego el corpiño.
Mario intentó hablar pero fue sofocado por un beso, mientras una mano le frotaba la espalda bajo la camisa holgada y otra desabrochaba sus botones.

***
...Zulema batía la crema con entusiasmo, había preparado la entrada fría, el plato principal y sólo restaba el postre. Lo esperaba, era una sorpresa.
De pronto escuchó el automóvil que se detenía en la puerta, no cabían dudas: era Mario.
Con el cacharro en la mano, y sin dejar su labor se acercó a la ventana con un semblante lúcido, alegre. Observó como su marido sacaba del baúl una caja de madera. Estaba segura que él no se acordaba del aniversario de casados, que ese hombre seguiría siendo el de su vida, y que ella sería siempre su mujer... Reconoció el gesto típico de quien ha perdido por un instante las llaves del auto, estaba segura de ello al ver a su hombre apoyar la caja en el suelo. Sus ojos brillaron un momento mientras sus labios dibujaban una sonrisa.
Confiada de sí misma; convencida además que dentro de aquella caja habría un arma, una motosierra, un serrucho o unas tijeras filosas: --Otra vez-- se dijo con la certeza de que ese amor sería para siempre.
Rió con ganas, sola. La crema estaba lista, soltó el delantal, metió el trasto en la heladera y corrió escaleras arriba para cambiarse la ropa y sacar el revólver del cajón.







Texto agregado el 10-10-2004, y leído por 845 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
03-10-2020 No sé, a mí el final me sacó una sonrisa. Excelente. MCavalieri
16-02-2006 No me quedó muy claro el final... josedecadiz
03-01-2006 opss...¿como era eso de q...cada casa es un mundo?...y hay algunos mundos q don Guy...jajjaja pero de su mano, por cierto q placer conocerlos. y la crema, la usaría antes o después de..opss.. piq piq con estrellitas melancólicas gaviotapatagonica
18-10-2005 Es un original relato Guy, un tanto suave considerando tu estilo habitual. Pero el tema es muy interesante: ¿Se justifica matar en frío por amor o desamor? negroviejo
07-11-2004 Buen cuento. Te atrapa. La derota cotidiana en un mundo vacío y un amor desarmado con el que juegan a romper la rutina. Las pasiones matan... justine justine
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