Estaba contactada en el chat, con esa clase de persona, que nos agiganta la vida en unos pocos segundos. Era de madrugada, y a pesar que el sueño avanzaba, la conversación, no me dejaba claudicar. Afuera, el cielo partía su cuerpo en un sinfín de crujidos extraños. La tormenta, comenzaba a murmurar, el prólogo de su visita. Mientras, nuestra conversación, no decaía en sensualidad, ni magnetismo. Sentí mis brazos perderse en el infinito de Gustavo, como una madreselva entretejida dentro de su cuerpo. Y, aunque disipé mis instintos, la sensación me hacía brillar, sentada frente a la pantalla. Él, supongo, también flotaba junto a mis palabras, las que se apresuraban, por los ruidos foráneos. Hacía muy poco que nos conocíamos, casi nada; sin embargo nuestra empatía, había ganado la batalla contra el tiempo. Un rayo, estremeció la ciudad de norte a sur, soltándose en otros más, que no dejaban de reiterarse. Tuve miedo, cerré mis ojos para apagar tanto estruendo, mientras le pedía a él, que me tomara de la mano. Gustavo, no tardó en responder: -“ Pone tu palma arriba, sobre la pantalla, ( me dijo), allí estará mi boca esperando, para besarla”. Solté una risa nerviosa, mientras realizaba su pedido. Y, justo cuando mi piel acariciaba el vidrio, la electricidad estalló, detrás de un trueno irreparable. Me quedé extendida en el infinito de su boca, como una adolescente que ha perdido su amor. La oscuridad se desató en la ciudad, como una caverna deglutiendo los instantes. Su sombra tomó cuerpo de hombre, abrazándome en todas direcciones. Recorrió mi cuello, que prendía y apagaba, como un relámpago estallando en la negrura, mientras descendía por mis pechos, electrizando sus caras. Me desabroché la blusa, para extenderme en su semblante de carbón, y terminar temblando, a la par de sus deseos. Después, nos quedamos dormidos profundamente, mientras la tempestad azotaba al mundo circundante. Me desperté sobresaltada, sin darme cuenta, que la luz, ya había retornado. Y, casi sin pensarlo, regresé lentamente a mi computadora. Allí, Gustavo, seguía esperando mi mano, desprovista de sexo, para solo besarla y protegerla, infinitamente.
Ana.
|