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–La silla no era común y mucho menos corriente–. Desde hacía ya 14 agostos Leonardo había dejado su vida en el horrible accidente. Esa tarde, la bici corría como una fiera con voluntad propia y Leonardo sentía el viento entrando frío por la nariz y en las orejas un zumbido que motivaba para pedalear más a prisa. No era en vano, desde luego, pues sabía que su meta merecida después del recorrido, sería caer rendido en los brazos de Luciana. Total, nunca supo de dónde salió el coche amarillo que lo invalidara para siempre, pero si reconoció a la persona que lo manejaba; bastaron tres segundos para volar unos cuantos metros, saber que la del carro era Luciana, pensar en que la vida era a fin de cuantas: eso, sentir el pecho en la espalda y la espalda en el cuello... tres segundos para caer, rodar, sangrar, perder la conciencia...

La ambulancia llegó pronto, bajaron la camilla y recogieron el destrozado cuerpo mientras que Luciana torpemente alzaba los pedazos de bicicleta, y claro, nadie levantó la voz de leonardo, ni las miradas ni los miedos ni los movimientos, todo quedó tirado y él lo recordaba siempre sentado en la sillita de ruedas –que no era común ni mucho menos corriente–.

Catorce años de preguntas, de tormentas, de llantos sin lágrimas, hacían que el vegetal no se rindiera sin tener antes una explicación a la ausencia que le brindó Luciana tras el infortunio. Nunca una llamada, una postal. Y por otro lado se entretenía con los ejercicios mentales para librar la rasquiña en el testículo, la picazón en los tobillos, el dolor en la espalda, y demás detalles que la gente, claro, no podía entender.

La vista le volvíó tres años después de la tragedia, el oído lo recuperó más tarde y allí fueron apareciendo esas cositas que tanto extrañaba, menos la voz ni el movimiento. Catorce lustros y Luciano inmóvil tirado en su silla –para nada común ni mucho menos corriente–, siguió la rutina de siempre, cuando a las nueve de la mañana lo dejaban en el parque de los columpis sólos, para ver los amantes de siempre, las tocaditas de siempre, los mismos muchachos cantando los diferentes goles cada vez con la voz más gruesa. Había memorizado las distancias, jugaba a calcular los pasos, a inventar poderes... lo único diferente de esa mañana eran las piernas que se acercaban, y sintió tristeza porque se parecían a las de Luciana, tambien fue diferente ese vientre parecido al de Luciana, el par de senos igualito al de Luciana, la cara hermosa efectivamente de... Luciana?

Luciaaaaaaaanaaaaaaaa!!!!!

Ella se detuvo a treinta pasos del petrificado incrédulo y extendió los brazos para invitarlo. Ya sin preguntas y sin reclamos, Leonardo pudo llorar por fin con lágrimas y mover las manos. Su garganta fue un volcán que expulsó un grito escalofriante y sus piernas teblaron al mismo tiempo.
El vegetal se aproximó corriendo a los brazos que buscaba desde hace catorce años y se abrazó con fuerza.

Luego se sentaron por horas y horas mientras que el pueblo los veía de lejos, esta vez sentados en una banca, común y corriente.

Texto agregado el 05-06-2003, y leído por 3253 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-05-2012 Es apostarle a no perder la esperanza de un reencuentro .... un beso por siempre. 202
 
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