TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Elsa / La abuela Gabriela

[C:670]

- ¡Din, don!
La abuela Gabriela levanta sorprendida sus pizpiretos ojillos de la sección de defunciones del periódico, tan concentrada como se hallaba ella. Arquea pronunciadamente las ahora ralas cejas, de una manera casi cómica, y pregunta:
- ¿Oíste que llamaron a la puerta, Perico?
- Sí, abuela.
- ¡Din, don!
- ¡Pues que volvieron a llamar! ¿Oíste? ¿Pero quién podrá ser?... ¿No es Martes hoy? Las diez de la mañana... No espero a nadie a estas horas...
Lo cierto es que Gabriela hace ya mucho tiempo que no espera a casi nadie. Cuando viene de visita la familia siempre avisan con antelación. Viven lejos y suelen llevar prisa. Aprovechan los días que bajan a Madrid de compras para comer con la abuela y preguntarle si necesita algo. Sin embargo, ella les llama a menudo por teléfono- últimamente casi a diario- y les visita regularmente una vez al mes. Es que se aburre en casa, se siente sola. Además, está convencida de que su asistencia a casa de su hija y su yerno es de gran ayuda para ellos. Siempre les deja preparada comida en abundancia que envasa primorosamente en grandes tarros de cristal, les zurce los sietes de la ropa como buena aficionada a la costura, y casi nunca se queda a dormir, no quiere molestar.
- ¿Será Aurorita? Lo digo porque el otro día se olvidó aquí la niña la máquina calculadora y a lo mejor la necesita para el colegio... Remedios no puede ser, nunca está levantada a estas horas la pobre mujer, por las jaquecas...
- ¡Din, don!
- ¡Ya va, ya va!- grita apresurada la señora Gabriela. Las prisas la desorientan, siempre lo dice: “Yo con prisas no puedo pensar, todo me sale al revés”. Deja temblorosamente la lupa y las gafas de cerca sobre la mesita de lectura. De un modo aparatoso y sobreactuado se pone las gafas de lejos, que guarda en el bolsillo de la bata, y se lanza velozmente hacia el pasillo. Está emocionada, le palpita azarosamente el corazón. ¡Una visita, una visita inesperada!
Gabriela descorre los cuatro cerrojos que custodian la puerta de su cuarto piso, “nunca se está protegido de más”, y abre con intriga. Al otro lado se encuentra una esbelta mujer no mucho más joven que ella. Luce un vistoso sombrero y viste con colores muy vivos que a Gabriela se le antojan un tanto atrevidos para su edad. Pero elegante, se dice la abuela, sin duda, sí que está.
- Buenos días señora Gabriela, ¿me recuerda? He venido a hacerle una visita después de tantos años que no nos vemos...
A Gabriela, está segura, aquella mujer le resulta conocida. Por la voz sobre todo, ese timbre dulce y distinguido a la vez. Acento extranjero quizás... o más bien pronunciación cuidadosa, esmerada. Vocalización, en una palabra... Pero ahora mismo no le viene a la memoria ni su nombre ni de qué la conoce, cosa que no le extraña demasiado, tan frecuentes como son últimamente sus olvidos.
- ... Pero le aseguro- continúa la extraña visitante- que yo no he dejado de interesarme por usted y de preguntar a nuestros conocidos comunes cómo le iba.
Gabriela, concentrada como se halla en la voz y ademanes de la señora, queda un momento en silencio antes de reaccionar y agradecerle su interés a la vez que la invita amablemente a pasar. Según cruza el umbral de la puerta -bien iluminado por la ventana del rellano de la escalera-, no le hace falta más que un vistazo para reparar en el fino diseño de su bolso, en la antigüedad y delicadeza del collar y los pendientes que lleva, en esos curiosos guantes de gasa negra... Viéndola caminar de espaldas por el largo pasillo hacia la salita de estar cae en la cuenta de que la señora debe de ser alguna pariente lejana, pues la reconoce como una de las asistentes asiduas a los actos familiares más sonados. Estuvo, ahora lo recuerda perfectamente, en el bautizo de su primera nieta, Rosalía, hace ya quince años, y también en el de su hermanito Jonás, cuatro años después...
Gabriela la invita a sentarse en torno a la mesita de lectura, que es la zona más iluminada y agradable de la casa. Tiene la terraza justo de frente, llena de geranios y de jazmines de invierno. Queda encandilada viendo cómo la señora se quita el abrigo y el sombrero que le entrega elegantemente. Aparece así un ceñido jersey violeta de lentejuelas doradas y una falda fucsia con bordados a juego. Mientras la visitante se quita con deleite los guantes de gasa, la abuela repara en que ella está en bata y todavía lleva puesta la redecilla del pelo.
- Perdone mi descuidada presencia, pero no pensé recibir hoy tan distinguida y bienvenida visita. Si me disculpa, voy a ponerme algo más...- por un momento no sabe cómo definirlo, trata de encontrar las palabras exactas, ésas que antaño acudían a su cabeza sin esfuerzo y que ahora recuerda normalmente horas después, cuando sola ya, en su habitación, repasa las últimas conversaciones mantenidas- ...más a tono con la ocasión- queda satisfecha- Además, traeré té y unas pastitas muy ricas que guardo para las grandes ocasiones...
No espera la contestación de la señora y se pierde ya por el pasillo. Al cabo de un rato que haría desesperar a cualquiera, vuelve trajeada y dispuesta para uno de sus acontecimientos sociales más deseados: las charlas sin reloj en torno al té con amigas o conocidas. La ahora convidada no se ha aburrido en su ausencia. Como acostumbra Gabriela, se entretuvo leyendo el listín de fallecidos del día que había interrumpido su dueña. Cuando la ve aparecer sonríe complacida.
- Muchas gracias Gabriela, usted siempre tan atenta... ¡Cuidado con el faldón!- Gabriela está nerviosa y la bandeja llena de porcelanas tintinea peligrosamente.- Pero siéntese ya, mujer, que yo sirvo las tacitas... ¡Ahí, muy bien! Perfecto... Con leche y una cucharadita de azúcar, ¿verdad?... Pues efectivamente, querida- continúa la señora- hace siete años que no nos vemos, como usted sabrá.- Gabriela no sabe en este momento, pero la conversación continúa y se le olvida preguntar.- Me enteré de que se hallaba usted un tanto delicada de salud últimamente y me dije que no dejaría pasar la ocasión para venir a visitarla y desearle...

La conversación se extiende durante cuatro horas. No queda un detalle que no se comenten como viejas amigas de toda la vida. Hablan de los achaques, de la familia, de cómo pasa el tiempo... De lo que pudo ser y no fue, de los deseos que nunca confesaron, de los proyectos que aún imaginan realizar... De lo divino y de lo humano en definitiva. Y del pasado, sobre todo del pasado, que se cuela una y otra vez en los recodos de la charla...
- Pero quédese a comer, mujer, que no me cuesta nada preparar cuatro tonterías...
- ¡Ay, más quisiera yo, señora Gabriela! Pero le aseguro que no puedo. Aunque no lo crea usted, las obligaciones me requieren. No suelo pasarme tanto tiempo de palique, de veras, pero su conversación ha sido tan interesante...
- ¿Pues en qué asuntos anda usted metida? Pero si ya no tenemos edad para trabajar... Ahora debemos dedicar todo el tiempo que nos quede a reflexionar y a charlar con las amigas.
- ¿Ve lo que le digo? Sus comentarios son tan acertados... “Reflexionar y charlar”, esas palabras contienen tanta sabiduría...
Gabriela se siente halagada. Su ahora íntima amiga parece valorarla y alabar cada uno de sus pensamientos, de sus opiniones. Ya en la escalera, mientras espera al ascensor, la alegre y apresurada señora se dirige por última vez a Gabriela y con dulzura le dice:
- Bueno, ¿promete usted entonces dejarlo todo preparado y tener las maletas listas para el Martes que viene?- Gabriela asiente encantada y el ascensor llega.- ¡Una semana, recuerde señora Gabriela, la recojo en una semana!
Cierra la puerta y se queda unos segundos grabando en su memoria la imagen de esa extraña mujer. ¡Qué energía posee, está llena de vida!- piensa. ¡Y es mayor que yo! Cuando le pregunté su edad, ella me respondió: “¿Y la suya? ¿Acaso dice usted alegremente cuántos años tiene?”. “Por supuesto que sí, sin ningún problema, setenta recién cumplidos este mes”- le respondí. Entonces la invitada se echó a reír. “Más, más tengo yo”. Le cayeron lágrimas de la risa que le entró y casi se ahoga con las pastitas que en esos momentos llenaban su boca. El caso es que al final no le llegó a decir una cifra concreta. Se va de nuevo al saloncito y se sienta en el sillón en torno a la mesita. Todavía se puede oler perfectamente la fragancia dulce y reconfortante de su amiga. Luego recogeré la bandeja y las migas que han caído al suelo, piensa. Retorna al periódico, una de sus mayores aficiones. La tele le aburre, cuando la enciende lo hace sólo por el sonido, para que parezca que hay gente en la casa, pero si se la queda mirando se duerme en el acto. Es por esa radiación cancerígena que desprende, bien lo sabe ella. La lista de defunciones del periódico trae hoy a treinta y seis personas en Madrid. Treinta y seis, nada más y nada menos... Un nombre está subrayado en rojo.
- ¡Pero un momento!- exclama- ... ¡Por todos los santos, Merceditas!... ¡Ella debía de conocerla también y por eso marcó su nombre con el bolígrafo! ¿Has oído Perico? Ha muerto Merceditas...
- Sí, abuela.
- ¡Merceditas, la de la mercería de La Coruña, que vino a Madrid en la misma época que yo! Con sólo sesenta y ocho años... ¿Pero te das cuenta que era más joven que yo, Perico?
- Sí, abuela.
Gabriela se sumerge de nuevo en su lectura. Por la puerta de cristal de la terraza entra una luz dorada. Fuera hace frío, no así en su casa, donde se mantiene un agradable calor.

- ¡Din, don!
Gabriela se sobresalta, el sonido del timbre la ha despertado. Parece que se había quedado adormilada...
- ¡Din, don!
Vuelve a elevar exageradamente las cejas mientras recupera la noción de la realidad. Su amiga ha debido de dejarse algo, piensa de inmediato, y vuelve a recogerlo. Seguro que olvidó alguna de sus múltiples gasas en su marcha repentina. Mira rápidamente a su alrededor mientras repite el ritual de la lupa y las gafas, y no advierte ningún objeto extraño. Corre hacia la entrada jadeando y abre sin preguntar.
- ¡Pero Aurorita, hija mía, no te esperaba yo hoy por aquí!
- Hola mamá, ¿qué tal se encuentra?... Pues sí, no la he avisado antes porque vengo sólo un momento. Rosalía se dejó aquí el otro día la calculadora y la necesita para el colegio...
- ¡Ay, sí, hija, que ya pensé yo que os tocaría a alguno volver a buscarla! ¡Pero pasa un momento, Aurorita, que enseguida te la busco!
- ¡No grite mamá, que me pone usted los nervios de punta! Y no me llame Aurorita, se lo he dicho ya mil veces, que parece que aún soy una niña... Hale, no se apresure no se vaya a caer... Me quedo sólo un momento le digo, ¿eh? Que tengo todavía muchas cosas que hacer esta mañana.
- Aquí está, al lado de la vitrina... ¿Pero qué vas a hacer ya a estas horas? ¡Quédate a comer, mujer, que en un momento preparo cuatro tonterías!
- ¿Pero qué dice, mamá? ¡Si son la diez de la mañana!
Gabriela mira perpleja el reloj de pared. Efectivamente, las diez y cinco de la mañana. Queda muda durante unos instantes, como ida. Palidece, si esto es aún posible, y sus finos labios desaparecen del todo de su rostro enjuto en una expresión de angustia.
- Pero Aurorita... - musita con un hilo de voz- ¿Es que estamos a Miércoles ya?
- ¡Ay madre, no me asuste! Hoy es Martes como usted sabe...
- Ay hija... - tose para recomponer las fuerzas-... Pero si he pasado toda la mañana charlando con una amiga...
Casi no se la oye. El miedo se le ha prendido a la garganta.
- Mamá, escuche... Usted probablemente ha dormido mal esta noche o ha comido algo que no le ha sentado bien a la tensión. Ya sabe que el médico le pidió que se tomara muy en serio la dieta y los medicamentos...
- Pero si así lo hago... Anoto en la libreta cada pastilla, cada infusión, cada cucharada que me llevo a la boca... Te prometo... ¡Te juro que hoy he recibido una visita! Era esa mujer... ¿Cómo se llamaba?- Gabriela se da cuenta de que la risueña señora no le llegó a decir en ningún momento su nombre.- ¡Ésa que vino al bautizo de los niños, que es pariente nuestro,... que conoce a todos nuestros amigos!
- ¿Pero cuándo dice que ha estado aquí esa señora? A lo mejor sucedió ayer y se está usted confundiendo...
- ¡Que no, Aurora, que no, que ha sido hace un momento! ¡Y me ha invitado a un viaje! ¡¿Verdad Perico?! ¡¿Verdad?!
- ¡Sí, abuela!
- ¡Condenado loro, que susto me ha metido! ¡Madre, me está usted poniendo nerviosa! ¡Le digo que no grite!
Poco a poco Gabriela consigue calmarse. Al cabo de un rato abandona la idea de tratar de convencer a su hija y más tarde le da la razón, le dice que su conocida la visitó ayer y que ha tenido otro fallo de memoria. No quiere alarmar a Aurorita, sabe que ya tiene bastante con lo suyo. Los niños, tan exigentes como todos los demás, el marido, que apenas si la echa una mano... Y ahora ella, con las subidas de tensión de la última época. Y la pobre Aurorita, con lo poco que le gusta conducir, con el coche de arriba para abajo atendiendo a todo el mundo. Si es que claro, viviendo lejos de Madrid, en uno de esos pueblos del Norte, y con las carreteras atascadas a todas horas por las obras... Se despiden poco después. Aurorita le dice que la llamará pronto y Gabriela le contesta que no ande preocupada.
Ya en soledad, “soledad acompañada”, como ella la llama- pues siempre tiene presente a Perico- Gabriela se prepara una manzanilla en la cocina. No coge nada para comer, no tiene hambre, por las pastitas del té. Lleva la infusión a la salita para beberla al lado del loro y se sienta en su sillón. Le acomete otra punzada en el estómago, acaba de caer en la cuenta de que antes no recogió las tazas y las migas que dejaron ella y... su amiga, pero no hay ni rastro de todo ello. Vuelve a respirar profundamente y a esperar con calma que regrese el sosiego. Retira el periódico para colocar el vaso. Mientras lo hace repara en el nombre de Mercedes Maneiro Ruiz, subrayado en rojo. No le sorprende. Suspira. Gabriela empieza a comprender muchas cosas y una de ellas es que la extraña visitante sí ha pasado con ella la inexistente mañana, aunque los hechos y el sentido común dictaminen lo contrario. A determinada edad, ciertos axiomas de la lógica dejan de tener que cumplirse de forma obligatoria, piensa Gabriela. A los viejecitos, se dice, se nos permite de vez en cuando burlar alguna de esas rígidas leyes de la naturaleza. Supongo que se nos da permiso como premio por la cantidad de años que llevamos acatándolas sin oponer resistencia.
Gabriela se quita las gafas y se frota los ojos. Bebe a sorbitos la infusión y lleva su mirada más allá del balcón, hacia los altos edificios que recortan el cielo gris de Madrid. Y más allá de los altos edificios, hacia el infinito.
- ¿Sabes, Perico? Ahora recuerdo la ultima vez que había visto a esta señora. Fue en el entierro del abuelo, hace siete años. Estuvo en el velatorio, en la misa y en el funeral. La recuerdo porque fue la única, junto con los niños, claro, que no vistió de negro. Tampoco vistió de negro en el entierro de mi madre...
Gabriela se sumerge de nuevo en sus pensamientos.
- ¡Ja, ja!- se ríe- con razón dijo que tenía más años que yo... ¡Muchos más, qué quieres que te diga!
Otro sorbo de manzanilla.
- También sabía que conocía a Merceditas, por eso me señaló su muerte. Y por supuesto conoce a toda mi familia... Y a la del vecino, y a la tuya, Perico, si me apuras...
La infusión se acaba y Gabriela chupa la cucharilla que sabe a miel mientras medita, analiza y reconstruye la intensa conversación de la mañana.
Una semana... Queda una semana para el gran viaje. Dilo, se exhorta Gabriela. Llámalo por su nombre... O es que tanto miedo te da. Sonríe. No le da miedo, es más, hace tiempo que lleva contemplando la posibilidad en secreto, sin ni siquiera confesárselo a sí misma. Dilo entonces.
- ¿Sabes Perico? Voy a morir la semana que viene.
No le tiembla la voz. Está tranquila, como sedada. No es tan difícil marcharse cuando uno siente que ya ha cumplido su tarea. Bien es cierto que nunca consideró Gabriela la suya una existencia ejemplar. Siempre se definió como prescindible en la totalidad de los acontecimientos. “No descubrí ninguna vacuna que aliviara el dolor de los hombres, no construí un puente que uniera naciones y ni siquiera he creído verdaderamente en Dios...”, ha sentenciado muchas veces a modo de epitafio. Queda un poco triste de momento, ensimismada en sus pensamientos, abrumada por ellos más bien. Melancólica de nuevo. Se acuerda del abuelo otra vez, de su pronta disposición hacia los demás, de su inquebrantable amabilidad, de su complacencia. Se ríe.
- ¡Hay que ver qué individuo tan admirable era el abuelo! No he conocido persona que supiese tratar al prójimo más generosa y acertadamente que él. Supo conocer qué deseaba cada uno... y dárselo.
Suspira y trata de no emocionarse.
- ¿Sabes Perico por qué tú siempre me contestas “Sí, abuela” cuando te pregunto?
- Sí, abuela.
Gabriela asiente divertida haciendo un gesto con la mano al verse afirmada.
- ...Porque el abuelo un día, hace muchos años, descubrió que la vida era más fácil y había menos complicaciones cotidianas si me daba la razón en todo lo que yo le proponía. Cada vez que yo le preguntaba: “¿Te parece bien que hoy haga albóndigas para cenar?”, él respondía: “Sí, abuela”. Cuando yo decidía que era conveniente visitar a unos conocidos para felicitarles por alguna razón, otra vez con la cuestión retórica: “Abuelo, ¿vamos a casa de los Benítez el Sábado por la tarde?” Y de nuevo él me decía que sí. Y supongo que de tantas veces que el pobre hombre asintió, tú, Perico, conseguiste aprender un par de palabras... ¡Porque no hubo manera de enseñarte más!
Atardece, pero hoy Gabriela no se aburre ni se siente sola en absoluto. Tiene muchas cosas en las que pensar. Comprende por ejemplo la insistencia de su invitada en hablar de sus sentimientos más profundos, en repasar y sacar conclusiones de su vida. Las conclusiones finales, ¿no? ¡Qué ironía, y ella que se sintió renacer al pensar que se iba de viaje! El viaje final, ¿no? Ahora se percata de que su amiga apenas si hacía otra cosa que preguntar, y que a ella, lejos de molestarle, la sumió en un necesitado monólogo sobre las entretelas de su corazón.
Hoy las preguntas parecen no tener fin. ¿Qué he hecho yo, qué significó mi vida? ¿Para qué sirvió? Gabriela no encuentra respuestas evidentes, tajantes, irreprochables... Entonces, ¿por qué ella, la Muerte en persona, alabó tanto cada una de mis palabras, cada una de mis decisiones y de mis actos del pasado? ¿Por qué me hizo sentir tan importante? Se desespera, cambia de postura una y otra vez sobre el gastado sillón. ... ¿Acaso es imposible que yo entienda y juzgue el valor que ha tenido mi existencia? Se lleva la mano al pecho, parece que le costase respirar... Su mirada regresa por un instante del infinito que se extiende al otro lado del balcón y se posa en el vaso de cristal vacío. ...¿Acaso tiene sentido alguna de estas preguntas?
Más tarde Gabriela asiente con la cabeza como si acabase de comprender algo. El aire vuelve a llenar sus pulmones a buen ritmo. Entonces recuerda el dicho popular que sentencia que hay tres cosas que uno debe hacer antes de abandonar esta vida. Las simplificaciones de este tipo siempre le han hecho gracia, como si las cosas fueran tan fáciles. No obstante, tal vez por desdramatizar, se hace el test así misma: Puedo decir que he escrito un libro si cuento el tremendo recetario de cocina que le regalé a la niña. He plantado no uno, sino muchos árboles allá en Galicia, cuando era buena moza... Y sobre todo, he traído al mundo a una maravillosa hija, mi Aurorita del alma.
- ¿Sabes Perico? Parece que he hecho todo lo que es necesario en esta vida.
Se arrellana satisfecha en el sillón. Sí, puedo afirmar que he realizado algo realmente importante en mi vida, lo más importante que se puede hacer quizás: he cuidado y educado a mi hija desde el primer instante de su vida. La he querido con todo mi corazón, incluso en los momentos en los que fui demasiado exigente con ella. He criado una buena mujer que ahora lleva las riendas de su casa y de su familia.
Anochece cuando suena de pronto el desafinado teléfono. Es una reliquia de los años sesenta. Negro, aparatoso, con dial para marcar los números y con problemas de sonido hasta que lleva un rato descolgado. Pero precioso, eso sí, con ese aire señorial de las películas en blanco y negro. Telefónica ha intentado cambiárselo por un modelo nuevo muchas veces, al fin y al cabo le pertenece a la Compañía y Gabriela sólo lo posee en alquiler, como todos los demás. Pero parece que legalmente no pueden obligarla a devolverlo y menos ahora que se ha enterado de que los venden a treinta mil pesetas a los coleccionistas. “¡Este teléfono no se mueve de aquí mientras yo viva!”- fue lo que le dijo a la señorita la última vez que la molestaron con el tema.
- ¡Riiiiiiing!- continúa el sonido estridente.
Gabriela se yergue. Vaya día movidito que llevamos hoy, piensa. Se levanta y coge el auricular con un ademán coqueto, articulado, tratando de imitar los que observó en su refinada amiga.
- ¿Sí, quién llama?
- Soy yo mamá, Aurora.
- ¡Ay hija, habla más alto, que casi no te oigo!
- Muy bien mamá, pero usted no grite, que yo sí que la escucho perfectamente... La llamo con el móvil, así que no me voy a entretener mucho porque ya sabe usted cuánto cuestan estas cosas...
- Sí hija, como tú veas. ¿Dónde estás? ¿No has llegado a casa todavía?
- No, estoy en Cuatro Caminos. He pasado todo el día de compras aprovechando que había bajado a Madrid. Y mire... Que he pensado que se podía usted venir a pasar unos días con nosotros al pueblo. A los niños les encantará... Y así yo me quedo más tranquila, ya me entiende... Quiero ver qué tal se encuentra usted de salud...
- ¿De verdad hija que no os molesto si me quedo a dormir?
- Pero qué dice mamá, usted nunca molesta. ¡Todo lo contrario, si no hace más que ayudarme cada vez que la tengo cerca!
Gabriela se ríe orgullosa.
- Ya sabes, Aurorita, que a mí me gusta ser de utilidad...
- Sí mamá, usted siempre es y será bienvenida. Y que conste que se puede venir a vivir con nosotros cuando quiera, se lo he dicho ya muchas veces...
- Sí hija mía, y te lo agradezco. Pero yo tengo aquí a mis amigas, a mis plantas... y a todos los médicos.
Y lo que es más, Gabriela siempre ha pensado que mientras pudiera desenvolverse por sí misma dejaría a su hija y a su familia sin la carga de la abuela. Es bueno, ella lo sabe muy bien, que los hijos tengan su privacidad, su vida propia y su libertad.
- Es cierto, mamá... Bueno, pues paso a buscarla dentro de un cuarto de hora. Prepare una maletita con unas cuantas mudas y no se ande preocupando de más, que usted tiene en mi casa todo lo que necesita, ¿vale?
- ¡¿Un cuarto de hora?!... Vale, vale, sin ningún problema... ¡Ah! Pero el Lunes que viene por la noche me gustaría regresar... Es que el Martes tengo que hacer unas cosas...
- No se preocupe, yo la traigo cuando usted me diga.
- ¡Ah, y me llevo a Perico, ¿eh?!
- Por supuesto que sí, traiga usted al loro. Bueno, voy para allá. ¡Hasta ahora mamá!
- ¡Hasta ahora, hija!
Cuando cuelga el teléfono le viene un alegre pensamiento a la cabeza: Cuando yo me muera, mi hija y su familia podrán venir a vivir a esta casa y así Aurorita no tendrá que conducir tanto.
Gabriela corre ya por el pasillo para preparar las cosas. Desde su cuarto grita:
- ¡Nos vamos a visitar a la familia! ¿Estás preparado, Perico?
- ¡Sí, abuela!

Texto agregado el 15-10-2002, y leído por 5275 visitantes. (35 votos)


Lectores Opinan
27-07-2013 De gran belleza tu forma de contar una historia. remos
01-12-2009 Tiene mucha hermosura la vida de la abuelita y la historia, presentada, con un desplazamiento recreatuvo fácil de imaginar. Lograr ésto no es fácil .Graciaspor el cuento. Un saludo negrate
05-08-2009 Sentido relato, claro, emotivo......me ha dejado un dolor en el pecho, pero pasará......como todo en la vida o no? Felicitaciones Elsa. Te he leído por recomendación de Manndrugo y evidentemente acertó. Liurayen. liurayen
18-01-2009 Lo volví a leer y disfruté, más aún, de este extraodinario cuento, sobretodo porque me hace revivir el cotidiano vivir de la vejez. Un gran mérito para su joven autora. pelopincho
14-01-2009 Un cuento exquisito. pelopincho
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]