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Inicio / Cuenteros Locales / burbuja / Virgen desgracia (en colaboración con Migu)

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¡Carajo cómo es! No resistía la incertidumbre, jamás volvió a ser el mismo, estaba desesperado desde que lo descubrió. Treinta años de edad, años de ignorancia, de tristeza, de equívocos, sin lugar, años afuera. Y mientras tanto dónde está mi puerta, dónde la busco, quién soy, de qué sirvo. Ni puedo responderme una pregunta. Soy un inválido, el más inválido.
Conducía rápido por calles de barrio para evitar semáforos. Ya no sufriría ese dolor que tantas veces ascendió desde la base de sus testículos para asentarse largo rato en el abdomen. “Esta vez no”, pensaba mientras aceleraba más y más.

Sufro una tortura de la que no puedo liberarme. Mi carne desea ardientemente carne. ¿Pero por qué sufro de ese modo? ¿Por qué no puede concedérseme lo que se le concede a todo el mundo? ¿Qué mal poseo que nadie quiere ajuntar su carne con la mía? Y mi carne se hace tan pesada. ¿Por qué no soy tomado en cuenta a la hora de los apareamientos? ¿No puede una mujer, de la millonada que hay, entregárseme? No soy exigente, encuentro atractivo en todas las mujeres, en moribundas, mutiladas, viejas, gordas, feas, estúpidas, estoy absolutamente libre de prejuicios y siempre llevo encima un certificado que me acredita libre de VIH. ¿Por qué no puede ser? No soy un animal. Amaría a la primera que abra sus piernas y no miraría a ninguna otra.
¡Que una mujer tenga la bondad de abrirle las piernas!
¿Por qué me está vedado? Precisamente a mí, quien más lo necesita.
Tengo miedo a morir sin haber penetrado una vagina.
¿No soy un hombre?
¡Que una mujer me haga la obra de caridad de abrir las piernas!
Sería capaz de realizar grandes hazañas si una mujer me abre sus piernas.
¿Es algo tan grande que mi carne necesite carne?
¿Por qué ninguna mujer desea nada de mí? Soy un hombre.
¿Una puta? Ni pensarlo.
Enloquecería si permanecía fuera por más tiempo.
Corría sudor por todo su cuerpo, no porque hiciera calor, hacía frío, pero conducir a esa velocidad, con esa erección, después de años y años de lúgubre virginidad...
Dobló una esquina, chillaron los neumáticos, sonó un bocinazo, jugaban niños a la pelota, inocentes niños, niños inmaculados, ¡malditos que no les importa el sexo! Fue en casa de su tío colector de porno donde lo descubrió. Tenía doce cuando pasó allí las vacaciones. Había una extraña atmósfera, un gusto excesivo por parte de sus primos no se daba cuenta bien por qué. En una ocasión el mayor se tiró en la cama bocabajo efectuando rápidos movimientos de cintura. Acto seguido mi prima se encerró en el baño y los otros dos se pusieron manos a la obra intentando brecharla por debajo de la puerta, desde la ventanilla de la bañera con ayuda de una escalera, desde los distintos pisos del edificio en construcción que había al lado, todo para nada porque nada vimos. Yo los seguía a todas partes, sin entender. Después mi prima salió cubierta con una toalla y se encerró en el closet con el mayor. El menor sacó su órgano y en tanto se lo restregó con ambas manos me invitaba a hacer lo mismo. Yo me limité a mirar, sin entender.
En otra ocasión en que me dispuse a darme un baño, al echar el calzoncillo en el canasto de la ropa sucia divisé al fondo unas revistas ilustradas. Abrí una. Quedó fija en mi cabeza para siempre, desnuda, piernas muy abiertas, y al centro, grande, aquello; aquello que, abierto, muy abierto, no habría dejado de mirar si no es porque mis primos, al ver lo mucho que tardaba, se dieron cuenta de que algo importante había pasado y empezaron a golpear la puerta. Celebraron con burlas mi bautismo en el deseo.
Nunca volví a ser el mismo, conociendo ya la puerta por dónde entraban todos y que mientras más traspasan más se pavonean, mientras yo quedaba afuera, distanciado de aquellos placeres, de aquellas charlas que los hermanaban. Después, cuando mis primos contaban sus andanzas me hacía el discreto o inventaba historias. Cualquier cosa menos reconocerse ante ellos, expertos en materia de conquistas, como el inexperto que era. No quería ser hazmerreír, pero es lo que era y todos lo sabían. ¡A sus años, no podían creerlo, y las historias que inventaba! Las risas concluían con la expulsión inmediata de sus conversaciones. Quería correr, gritar, en el mejor de los casos descubrir ya aquel placer que acabaría con esas vergonzantes poluciones nocturnas que lo acompañaban noche tras noche. Jamás volvió donde sus primos.

No veía, no frenaba, sólo aceleraba, aumentando cada vez más la velocidad excitado por la inminente incursión en aquel centro húmedo y caliente. Jamás se percató de la presión que ejercía su pie sobre el acelerador. Era el reflejo de la que ejercía su miembro en el pantalón. Encendió el radio; un viejo bolero. Cambió de emisora; una balada. Lo apagó. Ahora silba Satisfaction, hacía años que no recordaba la canción. Introdujo un casete.
No era posible explicar el deseo que sentía por ella. En los años del colegio me sentaba al fondo, metía la cabeza en la mochila, me ponía los audífonos y oía a los Stones. Sacaba la cabeza algunas veces sólo para mirarla, sentada adelante, cerca del profesor para no perder nada de clases, delgada, rubia, educada, finos labios, pelo largo, muy lindo (se aplicaba algo que siempre lo hacía parecer húmedo), tenía un aire de inocencia, una voz dulce, seductora, sobresalía un diente algo manchado. A pesar de vestir el uniforme parecía andar al último grito de la moda. Y la veía en una mansión, y a sí mismo entrar, jugar con los poodles, sentado a la mesa bromeando con la madre, las hermanas, ella; en la terraza tomando un digestivo con el padre, recostado en su cama echando la siesta, y por último, la interrupción de ella: el sexo.
En cinco años nunca nos dijimos nada. Mucho después la vi otra vez. Me dijo “¡Cuánto tiempo, mucho gusto, hasta luego!” Yo, turbado, nada dije. Pero duré meses haciéndome pajas por ella.
Ayer volví a encontrarla. Tenía el pelo negro, retorcido, arrugas en la comisura de los labios, bolsas grises bajo los ojos, los pómulos caídos, el diente notablemente ennegrecido y un tufo a alcohol podrido. Todavía me gustaba. Tuve entonces una idea. Muerto de miedo pero sin preliminares dije: “¿Te puedo meter mano?” Daba igual, nada arriesgaba. Ella estalló en carcajadas. Había dado la espalda para irme cuando oí: “Jamás, pero métemela de todos modos”, y sin dejar de reír añadió: “Te haré un macho”. Una bruja presagió que lo haría macho.

9:09 p.m. En moteles, callejones, reservados, cines, carros, baños públicos, a esta hora no menos de veinte mil mujeres aguardan por esperma, esperan que se las haga chillar de gusto, y lo trágico es que un buen puñado me elegiría, con tantas locas que existen. El problema conmigo es que no cumplo los tramites sociales que pueden conducir al coito, cuando voy por las calles nadie gira a verme. Correspondo a esa clase maldita que nadie quiere tener cerca.
¿Una puta? Ni pensarlo.

“I can't get no satisfaction,
I can't get no satisfaction.
'Cause I try and I try and I try and I try...
I can't get no, I can't get no...”
Prosiguió su marcha a toda velocidad vociferando el disco, como si el lugar de encuentro fuera a desaparecer si no ahorraba unos segundos. Habían quedado a las 10:00, vivía a sólo 5 kilómetros de donde se citaron, hubiera podido conducir tranquilamente y todavía tendría que esperar tres cuartos de hora.
En una esquina un perro ensamblado en una perra subía y bajaba a toda velocidad. Un público canino asistía al hecho con la lengua babeante. La perra y él se miraron a los ojos. Una cuadra más tarde se bajó el zíper y sacó su órgano. Acelerando todavía más, se masturbó. No veía nada, sólo a la perra, a la bruja desnuda. Ya tenía una cara para el cuerpo. Todo fue cruzar una autopista, acelerar, semáforo en rojo, de nada se dio cuenta. El trailer avanzaba velozmente. “¡Hijo de puta!”, un grito, fue lo último que oyó. La adrenalina que escupían sus poros, mezcla de excitación y velocidad, se convirtió en una espesa neblina que enturbió los cristales de su coche, el tiempo justo para no ver aquel trailer donde se incrustó su última erección. El sudor desapareció. Habían quedado a las 10:00 p.m.. Hubiera podido conducir tranquilamente. Satisfaction a todo volumen. Hacía tiempo que no la escuchaba. Cubierto de vidrios, entre pedazos de metal, pene erecto en la palma de la mano, y unas gotazas de semen. Muerto virgen e ilusionado. Vidrios rotos, pene erecto, un gotón de semen, y Satisfaction a todo volumen.

Texto agregado el 07-01-2005, y leído por 511 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-10-2005 Me gusta. El tema es muy bueno y la descripción de las emociones muy buena. Antes de terminar estaba deseando que no tuviera ese final, es predecible y ya son demasiados cuentos que terminan igual. Gatoazul
28-10-2005 Me gusta. El tema es muy bueno y la descripción de las emociones muy buena. Antes de terminar estaba deseando que no tuviera ese final, es predecible y ya son demasiados cuentos que terminan igual. Gatoazul
28-10-2005 Me gusta. El tema es muy bueno y la descripción de las emociones muy buena. Antes de terminar estaba deseando que no tuviera ese final, es predecible y ya son demasiados cuentos que terminan igual. Gatoazul
19-01-2005 Jeje, es de lo más desequilibrado que he visto ultimamente... pero bien, muy bueno. Saludos. Nomecreona
19-01-2005 jajajajjajajajaja y yo pense que estaba loco te llevas el primer premio! esta bueno asu modo pero bueno incesto_macabro
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