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Inicio / Cuenteros Locales / gui / El asesino de las mariposas. (Epílogo)

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De la colección Semana Negra


Pamela estaba al borde de la desesperación. Excéntrica millonaria, gustaba de hacer el amor con peligrosos asesinos, algunos incluso con una condena a muerte a cuestas. Pero su última relación con el asesino de las mariposas, sobrepasó todos los límites, puesto que ella se había quedado prendada del tipo y un repentino apagón de luces permitió que este escapase, salvándose con ello de la cámara de gases. Esta fortuita situación significó el fin de este mercado en las sombras que proveía de hombres a la millonaria, recibiendo, a cambio, gruesas sumas de dinero.

Lo cierto es que Pamela, después del particular encuentro con el asesino de las mariposas, había derribado muchas barreras en su comportamiento sexual, al parecer, se había roto la intrincada cadena que le impedía demostrar sus sensaciones, por lo que ahora se entregaba sin tapujos, de sus labios escapaban risas y obscenidades, exclamaciones y juramentos y entre cada una de aquellas expresiones, sus manos eran ágiles y curiosas palomas eróticas que se complacían con el roce de esas pieles poco prolijas; ya no era la muñeca de carne que se dejaba manosear para después complacerse en la soledad. Comenzó a alternar con tipos fieros y rudos, sucedáneos imperfectos de esos genuinos asesinos, les pagaba bien por una noche de placer y había contratado a Ugo, un detective privado de origen italiano, para que la resguardara. Este hombre esperaba pacientemente que ella tuviera sexo con aquellos camioneros, cantineros o borrachines de vida licenciosa y cuando todo terminaba, veía salir a esos tipos de ceño adusto que lanzaban escupitajos por doquier, mientras contaban regocijados el dinero de su paga.

Como decíamos al principio, Pamela se desesperaba y su sueño, cuando lograba conciliarlo, estaba plagado de pesadillas. La más recurrente era aquella en que veía emerger de entre los cortinajes al asesino de las mariposas, su ángel negro, aquel que le había despertado su instinto y que ahora reía a carcajadas, gritándole en su rostro que jamás había abandonado la habitación. Luego, extraía una especie de escalpelo y trazaba con habilidad de artesano una hermosa mariposa sobre su pecho velludo. La sangre, abierto el cauce, salía a borbotones hasta enrojecer la alfombra y manchar el tapiz de los muros. Finalmente hacían el amor flotando en ese líquido viscoso.

En el pequeño y lejano balneario tropical, Rod, el asesino en serie, engatusaba a otras millonarias, quienes, seducidas por su estampa varonil, le costeaban el alojamiento en lujosos hoteles, luego, cuando era evidente que el hombre llenaba del todo sus sofisticados gustos, lo convertían en su amante y le regalaban una existencia privilegiada. Curiosamente, parecía que la mente de Rod había alejado los fantasmas que lo obligaban a cometer homicidio tras homicidio. Ahora no lo perseguía esa compulsión, sólo deseaba gozar de los halagos de esta regalada vida.


Ornella, una bella y cuarentona millonaria, trotaba a paso firme por la cálida playa. A su lado, Rod le acompañaba de mala gana, puesto que habría dado diez años de su vida por una hamaca y un buen trago. La mujer le decía entre jadeos que esa noche estaban invitados a una gran fiesta en la mansión del millonario Paulsen. El prefería la intimidad y además temía que alguien le reconociera. Si bien, se había dejado crecer la barba y teñido sus cabellos de negro, ello era un muy rústico camuflaje para un ojo experto. Transcurridos dos años desde su eventual fuga, la policía internacional podía dar con su paradero en cualquier momento y frustrar para siempre su idílica existencia.

La mujer se estaba duchando y algo sucedió entonces en la cabeza de Rod. Pudo ser el repiqueteo del agua en las baldosas, acaso alguna melodía que sonaba suave en el estéreo, fuese lo que fuese, el hombre comenzó a transpirar profusamente, arrojó lejos el vaso de refresco y se abalanzó como una fiera sobre la despreocupada mujer. Esta, sorprendida y luego, pensando que Rod quería jugarle una broma, le lanzó un beso. El hombre estaba fuera de sí, pero de pronto pareció calmarse, tomó a la atractiva mujer entre sus brazos y antes que ella pudiese reaccionar, cubrió su boca con la mano y luego la amordazó con su propia ropa interior. Como la mujer comenzó a manotear desesperadamente, le propinó un feroz puñetazo que la hizo perder el sentido.

Atada de pies y manos a su cama, cuando Ornella despertó, vio a Rod, sentado junto a ella. El tipo la contemplaba con extraña fijeza. Era su hombre, su adorado y varonil efebo pero en sus ojos se leía un nuevo mandato, ahora obedecía a su deformado inconsciente, a un nuevo patrón que le dictaba misteriosas órdenes. Un aguzado estilete brilló en sus manos y la mujer quiso desprenderse de sus ataduras, presintiendo que algo macabro habría de acontecer. Con dedos ágiles, el asesino colocó el afilado aparato sobre el seno derecho de la mujer y luego comenzó a dibujar con mano segura sobre la delicada piel, la forma inconfundible de una mariposa. El rostro desfigurado de Ornella a causa del infinito espanto, mezclado con el intenso dolor, se contrapuso con la expresión sublime con que Rod trazaba esa mariposa de trazos sanguinolentos.

Fue el primero de tres macabros crímenes que realizó, obedeciendo ciegamente al mismo ritual. Luego, deseoso de cambiar de aires, Rod viajó, en una temeraria acción, a su país natal. Su identidad falsificada y su nueva fisonomía, le permitieron regresar sin despertar la más mínima sospecha. Se alojó en un lujoso hotel del centro de la ciudad. Allí permaneció un par de días, solitario y sin ánimos de salir a la calle. Entretanto pidió varias botellas de whisky y un letrero de “no molestar” en su puerta.

Pamela era una mujer muy triste. Su inmensa fortuna no la eximia de sentirse aterradoramente sola. Los cada vez más frecuentes lances amorosos parecían haber instalado en su espíritu una nota nostálgica que repicaba con monocorde persistencia. Comenzó a salir por las noches, acompañada de Ugo, a los barrios pobres de la ciudad. Se introducía en los más sucios bares buscando una respuesta que creía podría abrirle nuevos horizontes. Cada jornada era una curadera más que luego la impulsaba a tener sexo con los más repulsivos personajes, pretendía gozar cada momento pero terminaba completamente ebria ante los ojos compasivos del bueno de Ugo.

Esa noche se quedó en casa. Hojeó una revista de actualidad con la más absoluta indiferencia, luego, se regalaría un relajador baño, tras lo cual sólo deseaba dormir. Mientras la llave del agua comenzaba a llenar la tina, la chica escuchó un extraño ruido en la cocina. Envalentonada, tomó un cuchillo que encontró a su paso y se asomó a la ventana. Ugo estaba libre aquella noche y acostumbrada ya a su tranquilizadora presencia, no pudo evitar un escalofrío. La casa era segura, que duda cabía, pero los avezados ladrones no saben de resguardos, eso también lo tenía claro. Pensó que podría haber sido un gato y reconfortada con esa idea, dejó en su lugar el cuchillo y se dirigió a su habitación.

-Han transcurrido dos años y usted continúa siendo la misma chica hermosa de entonces. La voz ronca del hombre, casi le provocó un desmayo a Pamela, quien, en una reacción instintiva, trató de salir corriendo hacia la calle. Una mano, al parecer tallada en bronce, la sujetó del talle y la obligó a detenerse. Pamela lanzó un agudo grito, rápidamente sofocado por la otra mano, también construida del mismo metal.
-Al parecer, soy yo el que ha cambiado de fisonomía- dijo el hombre, ante la mirada atónita de la chica.
-¿Quién es usted?- preguntó Pamela, con voz temblorosa.
-¿Realmente quiere usted saberlo?
-La chica asintió con su cabeza, sin valor ya para pronunciar palabra alguna. El tipo la soltó y lentamente se comenzó a quitar su camisa. Pamela estaba aterrada. Cuando el torso del hombre quedó expuesto a la curiosa mirada de la millonaria, dos hermosas mariposas, insectos finamente trazados en esa piel bronceada, hicieron gritar de alegría a la mujer.
-¡Eras tú! ¡Mi amor! ¡No sabes como te he añorado! La mujer se arrojó a sus brazos.
El hombre esbozó una pálida sonrisa. Ninguna de sus anteriores mujeres podría decir lo mismo. Tomó a la chica en sus brazos y la besó con pasión. Ella respondió cada uno de sus besos con la misma efusión, dejando huellas con sus uñas de gata en la fornida espalda del hombre.

Hicieron el amor repetidas veces aquella noche. Rod, de espaldas sobre el cómodo lecho, miraba fijamente la lámpara que se mecía suavemente sobre su cabeza. Se sentía pleno, algo le decía que estaba cerrando un círculo que había quedado abierto en su mente. No podía decir que amaba a la chica, no era eso, pero ella representaba algo para él, no sabía que, acaso esa noche podría descubrirlo. Pamela, adormilada junto a él, sabía que ese era el amor que siempre estuvo esperando. Tenía claro que era una pasión sin destino, que aquel hombre pagaría en algún momento por sus atroces crímenes. Pero era ocioso pensar en ello esa noche, era aquella una velada especial.

Rod la besó tiernamente, le dijo que la amaba, pero esas palabras no parecían del todo sinceras. Sin embargo Pamela sonrió emocionada. Quería creer que estaba viviendo un hermoso sueño. El rostro del hombre se contrajo ligeramente, una duda pareció nublar su mente. Pero ella no se dio cuenta y se acurrucó contra su pecho. Parecía un pajarito dormido. Por vez primera, los ojos del asesino perdieron esa extraña fijeza y se dulcificaron ante la vista de aquella delicada mujer. La abrazó con fuerzas, como si quisiera estamparla en su propio cuerpo, transformándola en una tercera mariposa que estaría sobre su corazón.

Las puertas se abrieron violentamente. Ugo había decidido darse una vuelta por la casa de Pamela para estar seguro que ella no corría ningún peligro. Alertado por la presencia de aquel tipo, tuvo la precaución de llamar de inmediato a la policía. Ahora, varios efectivos rodeaban la mansión y los que ingresaron a la habitación, estaban armados hasta los dientes. Era indudable que el asesino de las mariposas había regresado a terminar su faena. Rod, con felina reacción, se escudó con el cuerpo de Pamela, quien, atontada, sólo miraba con sus grandes ojos, sin atinar a comprender nada de lo que allí estaba pasando.
-Antes que ustedes disparen, ella estará muerta- bramó el tipo, colocando su agudo estilete en un costado de la ahora aterrorizada chica.
-Suelta esa arma y ríndete, es inútil que opongas resistencia. La casa está rodeada y esta vez traemos enormes focos de emergencia por si se produce algún apagón.
Rod intentó escapar por una de las ventanas, siempre parapetado tras el cuerpo de la chica. Estaba seguro que no saldría vivo de allí pero vendería cara su derrota. Gritando como una fiera, impulsó a Pamela contra los policías y saltó hacia el jardín. De inmediato se produjo una estruendosa balacera. Rod alcanzó a dar un par de pasos antes de caer abatido para siempre.

Pamela lloraba desconsoladamente en los brazos de Ugo. Si bien Rod era un frío asesino, ella debía agradecerle su renacer. Y era bien posible que el propio criminal haya logrado encender en su mente enferma una efímera lucecita de esperanza, algo que acaso no llegó a comprender del todo.

Dos mariposas nocturnas se divisaron al trasluz, elevándose en el firmamento…

















Texto agregado el 08-01-2005, y leído por 577 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
16-01-2005 uffffffffffffffff, desde la primera frase a la ultima la atención está sobre el texto, se quiere terminar y se quiere continuar leyendo, que no acabe aun. muy bien narrado. curiche
09-01-2005 brrrrrrrrrrrrr!!! ta gueno anemona
09-01-2005 Estrellas... porque el final es con un sentido que va más allá de lo trágico y lo cruento. Bien narrado, como siempre. Un abrazo. neus_de_juan
08-01-2005 Admiro esa capacidad tuya de describir cada detalle, precisar cada momento. Una historia de intriga, vínculos, erotismo y muertes. Una obra más de tu colección semana negra. Mis estrellas y un abrazo Shou
 
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