“Oh Dios, tu mar es tan inmenso y mi barca tan pequeña...”


Carta de amor, a lo que la muerte me quitó.


Mojado; seco; mortal;
celeste; atrapado; oculto;
callado; dormido;
taciturno, y en Paz.


- Él: Me hice aire pasa soplar tu dolor, para empaparte con el jugo de mí amor, mojé tus labios y en mi deshielo me hice luna, para eclipsarte los días, para bañarte con mi arrullo marino y desahogar este mar de silencios; me hice lluvia, para acompañar tu llanto cristalino y al navegar tu marea solitaria, me hice Dios:
Soy luz, soy agua, soy vino, sol mi último suspiro que se entrega a ti; soy sol, soy Marte iluminado o Neptuno perdido. Soy hoja, soy árbol, soy la llamarada abrupta que yace en tu infierno; soy bruma, soy rayo, soy el viento que sopla, el que no sopla, el que te espía escondido, el que te cuida dormida. Soy líquido, soy oro, soy un hierro plasmado en tu imagen, soy tu todo. Soy las fuentes de agua fresca y los ríos tormentosos. Soy dos brazos extendidos que te detienen la prisa, un rasgo de tu piel acariciando heridas, o un film en blanco y negro que detuvo su final.

- Yo: Soy el mirar de tus pupilas dilatadas, un murmullo blanco de brisa suspendida, o una sombra dormida que camina tus pasos. Soy una marioneta que de ti se alimenta, una llovizna movediza que no puede verte, o el desborde furioso de un amanecer en llanto. Soy un cruce de gaviotas que en su vuelo te delatan, un remolino que ni siquiera te ilumina, o un firmamento extendido por la cascada de tu piel. Soy un espejismo tambaleante de besos prohibidos, una sonrisa herida que por las noches se desangra, o una ráfaga desesperada de tu aliento que se diluye en nada. Soy rama, soy fuego, soy la lluvia diminuta y tibia, soy tu cielo. Soy una primavera desgarrada en soles, que sólo anhela verte regresar...

Ana.