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1
Se levantó de súbito con el corazón latiéndole a una velocidad desorbitante. Había tenido la sensación de que la perseguían en sus sueños, de que la aprisionaban después, siendo tal su desesperación, que no podía saber cuál era el acontecimiento sucesivo, porque ya estaba despierta sudando frío en la oscuridad de la noche. Su respiración agitada indicaba el grado de adrenalina en su sangre. Sentía miedo. De pronto, se sintió observada: era una mirada pesada; se daba cuenta de ello, pero no sabía de dónde provenía. Buscó en la oscuridad alguien o algo que justificara el peso de aquella mirada perpetua y se topó con el reloj: 4:45 a.m. Desde el jardín podía escuchar la monótona melodía de un grillo solitario que llegó a hastiarla. Siguió buscando en la oscuridad a lo que la estaba observando, recorriendo con la mirada su cuarto, girando su cabeza en 180°. Miró hacia la ventana y percibió una luz muy débil del farol de afuera. Hacía un calor insoportable, causa de que se le pegaran las sábanas a las piernas y el camisón quisiera salir corriendo a colgarse en el tendedero para quitarse lo mojado de encima. Siguió recorriendo el cuarto con la vista, que ya se estaba acostumbrando a la oscuridad. Reconoció frente a ella la pequeña mesa que fungía como escritorio y tocador al mismo tiempo; sobre ésta se distinguía la silueta de la lámpara apagada. Siguió girando hasta los 145° y pudo ver la cómoda junto a la puerta cerrada. Al mirar hacia los 180°, sus pupilas ya se habían dilatado lo suficiente para distinguir el armario. Ahora podía observar todo más claramente. Su respiración empezaba a estabilizarse y ya estaba pensando en que esa mirada no existía, que era producto de su imaginación. Se destapó las piernas despegándose la sábana del cuerpo. Acomodó la almohada para volverse a acostar.

2
Sin darse cuenta, la puerta del armario se cerró (aunque no estaba abierta cuando la vio al buscar la mirada pesada que no había encontrado). Ella se sobresaltó y se quedó perpleja, mirando hacia el armario. El ritmo de su corazón se empezó a acelerar de nuevo. La sangre le comenzó a subir al cerebro. Pensó que estaba dejándose llevar por su imaginación (intentaba justificar vagamente sus temores ocultos con efímeros delirios de razón). Pronto se dio cuenta de que la puerta del armario no estaba cerrada por fuera a pesar de que ella siempre lo hacía. No perdió tiempo y saltó de la cama, dando un brinco con el que atravesó el espacio entre ésta y el armario y aseguró la puerta del mismo por fuera. Se calmó y, con ella, su respiración también. Regresó caminando de espaldas, muy lentamente, hacia su cama, pensando que, probablemente, había sido producto de su mente que recordaba experiencias anteriores. Se pasó la mano por la frente sudorosa mientras se sentaba en la orilla de la cama; lentamente, se acostó y depositó la cabeza sobre la almohada, mirando hacia el lado opuesto, dando la espalda al armario, tratando de convencerse de que no debía perder el tiempo imaginando cosas cuando necesitaba dormir. A pesar de que ya había descartado la idea de la mirada, no quería seguir viendo el armario.

Pensó en la puerta del cuarto: cerrada. Viró lentamente su cabeza y fijó su vista en ésta. Cerrada. Nada ni nadie podía haber entrado en el abrir y cerrar de ojos en que había recorrido la habitación en 180°...¿o sí?...¿qué tal si pasaba como la vez en que...? Se volteó para dejar de ver la puerta. No quería recordar el suceso, no quería. Pensó en otra cosa para olvidar la mala experiencia. Flores cielo azul y pasto verde. El campo. Animales. Ella corriendo por entre las flores, portando un vestido que se abría como paracaídas a cada nuevo paso que daba y la hacía caer lentamente. Sus zapatos blancos reflejaban el Sol cuando estiraba las piernas para dar un nuevo paso. Era un lugar hermoso, lleno de color y vida de plantas sumisas...Oyó un ruido que, apenas retumbó, captó su atención, se le erizaron los vellos del cuerpo y se quedó paralizada; de inmediato regresó ese recuerdo nefasto a su mente, sin que pudiera hacer nada para sacarlo de ésta; el ruido provenía del armario viejo de madera roída. Sintió la curiosidad de voltear, pero tenía miedo. El grillo no paraba de cantar; se tapó los oídos para no escucharlo: la ponía nerviosa. Volvió a escucharse el ruido que surgió de dentro del inmenso mueble que parecía estremecerse: algo se movía ahí dentro. Quiso ver hacia éste pero...¿qué tal si se salía lo que estaba ahí?...¿y si era él?...No quería que fuera él, no quería saber qué era. El grillo no cesaba en su cantar. Quería salir, quería escapar. Tenía miedo, un miedo que le carcomía las entrañas y le hacía temblar el tuétano de los huesos. Sudaba más. El calor nunca pudo haberla hecho sudar tanto como lo hacía el miedo en esos momentos, incluso en aquélla ciudad de la cuenca del río Papaloapan donde no llegaba la brisa del mar y los días estaba cargados de calor y mosquitos. Su situación pudo haber resultado inverosímil para cualquiera a quien se le preguntara por ella; pero no lo era, lo que había ocurrido era cierto y la sola idea de que ocurriese otra vez la aterrorizaba. Y otra vez el ruido. Esta ocasión no pudo soportar la presión; su silencioso llanto se perdía y se mezclaba con el sudor incesante de su rostro. Volteó hacia el armario lentamente hecha un mar de lágrimas; vio la puerta de éste. Empezaba a moverse hacia fuera, como si alguien quisiese abrirla desde dentro. La puerta estaba cerrada por fuera, pero ésta seguía siendo empujada, cada vez con más intensidad. Miró ahora la puerta del cuarto: cerrada. Su madre siempre la aseguraba bajo llave y, para cuando llegaban sus hermanos, ella ya estaba encerrada en su habitación para no molestarlos. Sus hermanas mayores se encargaban de atenderlos porque no tenían marido a quién darle de comer y hacerle la cama en la mañana. Ella estaba reservada para Tomás, el hijo de Doña Anita, vecina de junto. La puerta fue empujada con mayor intensidad. La puerta del cuarto, cerrada. El hombre saliendo del armario era su pesadilla todos los días, aquél que la había desflorado al introducirla al secreto de la discordia, aquél que haría que Doña Anita se fuera de espaldas cuando lo supiera. Ella tendría que callar, callar o nunca dejaría de escuchar a sus hermanas atender a sus hermanos, hasta que se casaran ellos y dejaran al macho de su padre rodeado de hembras abandonadas que fungirían por siempre como servidumbre, porque nadie habíalas querido con su podredumbre de cuerpo virginal. Todas a excepción de ella. Ella que ya no estaba podrida, sino muerta en vida. Ella, que
había perdido la única oportunidad de escapar de aquella casa patriarcal, de aquella habitación de sombras lúgubres y sonidos chirriantes de maderas viejas que crujen. Ella, que se encontraba ahora ahí, tendida en una cama empapada en el llanto del miedo, sin nada más que hacer que esperar a que llegara la mañana y salir a matar al grillo. El armario retumbaba por dentro y ella miraba aún hacia la puerta de la habitación: cerrada. Podía escuchar cómo todas las pequeñas cajas en las que tenía figurillas de cristal caían al suelo y mil pedazos explotaban dentro de ellas. La puerta seguía cerrada. El armario no dejaba de empujarse hacia afuera, como si quisiera vomitar lo que tenía dentro. El grillo no dejaba de cantar. La puerta, cerrada. Ella se deshacía en llanto. Se encogió en la cama apretando los dientes y cruzando las piernas, por temor a que un aire la atravesara y le robara la poca inocencia que le quedaba. Desgarraba la tela de la almohada con las uñas...

3
...el armario por fin cedió: el hombre gigantesco salió expedido, cayendo de bruces al suelo. Ella permaneció paralizada, aterrada, mirando la escena. El hombre levantó el rostro, pero ella no pudo identificarlo por la oscuridad que aún reinaba en la madrugada. El gran hombre se levantó y se acercó a la cama. Ella gemía de miedo. Él se subió a ésta e intentó separarle las piernas. Ella forcejeaba con él, pero era muy grande y fuerte para convertirlo en un posible oponente. No pudo controlarse. Él le dio una bofetada. Ella chilló. Él le levantó el camisón hasta la cintura y se desabotonó el pantalón. Nadie oía sus gritos a pesar de la calma de las horas nocturnas dedicadas al silencio. Pero ninguno de los dos se había dado cuenta de que ya era cerca de las cinco y media de la madrugada. El Sol empezaba a asomar lo que habían sido vestigios de día la tarde anterior. Los primeros rayos empezaban a iluminar la pequeña habitación. La puerta seguía cerrada. El hombre trató de apresurar las cosas pues se dio cuenta de que ya se estaba haciendo de día. El hecho es que el cerrojo por fuera del armario había retrasado sus planes. La luz iba avanzando más; el Sol hacía esfuerzos por seguir subiendo y alzarse sobre el horizonte. Los gallos empezaban a cantar y la gente a despertar. Entonces un rayo iluminó la cara del gran hombre justo cuando comenzaba a cometer el pecado de su condena. Ella pudo distinguir su rostro y casi se desmaya de la impresión al darse cuenta de quién era.

4
Dos horas después, su madre y hermanos argumentaban en la calle, diciendo Dios sabe qué tanto. Las personas, algunas aún con ropa de dormir, asomaban sus cabezas por las ventanas y veían a través de las telas mosquiteras el alboroto que sucedía afuera. Nada como una noticia recién sabida para comenzar la mañana de domingo. Ella, sumida en una profunda depresión, salió y se quedó en el pórtico de la pequeña casa con jardineras repletas de flores coloridas. La puerta de su habitación ya se había abierto, nunca había estado cerrada, porque el hombre, antes de entrar, habría tenido que abrir el cerrojo;su padre jaloneaba a media calle con el jefe de manzana, mientras éste, en su papel de justiciero obligado, casi arrastraba a aquél inmenso hombre por todo el trayecto de su casa a la cárcel, después de que su esposa lo había denunciado al encontrarle sobre su pobre hija desesperada; pero el grillo aún cantaba. Ella lo vio en el escalón, inmóvil; seguía cantando. Entendió por qué sus hermanas aún vivían en la casa materna; volteó hacia la ventana mientras las veía llorar silenciosamente tras el cristal, una abrazada a la otra. Pensó que ahora nada podría intervenir entre su felicidad y la de ellas; mas el grillo aún cantaba. Ya estaba harta del sonido que había estado escuchando desde que despertó. Con rabia se adelantó un paso y pisó el grillo, callándolo para siempre.

Texto agregado el 15-01-2005, y leído por 285 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-01-2005 pobre grillo!!!!... Arcano20
 
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