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Parafraseando a "Tapón de corcho" en un diálogo costumbrista, ahora poniendo énfasis en él, jajaja.


El restaurante estaba sediento de respiro; la gente parecía haber entrado al edificio, para estrujarle sus últimos vestigios de comida. Raúl entraba del brazo de Mari, su mujer, después de varios minutos de espera. – Hay bebé- murmura Raúl- te dije que este lugar no era de mi agrado, no hay una mesa libre. Mari, con los ojos perdidos en el gentío, atinó a decir: - Mi amor, allá, al lado del baño. La vida de Raúl comenzaba a derrumbarse velozmente; - ¿Del baño?- exclamó, golpeando una mano sobre su cabeza. El tumulto los llevó a sentarse, mientras mozos de blanco, caminaban a su alrededor, de un lado al otro. – La próxima elijo yo donde comer-vociferó Raúl- esto de estar apretujado entre la pared y el tolete, me da nausea. Mientras, Mari observaba los adornos florales, la vajilla, el decorado. – ¿Te había dicho, verdad?
- ¿Qué cosa bichi?
- Que los lugares cerrados me traen malos recuerdos; te acordás en lo de Julio, casi me sacan en camilla, por la baja presión.
- Sí, amor, pero eso fue hace mucho
- Por lo mismo, ahora que estoy más viejo, todo se me ha agudizado, vos no entendés cuando te lo digo.
- ¿Cómo no voy a entender?, solo que creo que es algo de la mente, nada más.
- ¿De mi mente, querés decir?; o sea que ahora estoy loco también; ha, lo que faltaba; un viejo loco.
- Yo no dije eso, viejo, eh perdón quiero decir, viejito lindo, sólo que esas cosas pasan, en la mente de uno, pero bueno, comamos, ¿que vas a pedir?.
- Hummmm, tenía ganas de comer pescado frito, pero con el olor que sale del baño, no sé, pediré, un bife, así sólo y rápido.
- Bueno, yo también pido lo mismo, así te acompaño, pero con papas fritas, sabés que son mi debilidad.
- Sí, si, lo sé. El mozo se acercó, -¿Alguna entrada?- No, gracias, solo dos bifes bien cocidos, uno con papas fritas, y dos gaseosas- esbozó Mari con una sonrisa misteriosa, la que Raúl advirtió-¿Y porqué esa sonrisita generosa?
- ¿Quién yo?
- Si vos, a quien más le preguntaría en esta mesa.
- No sé a que te referís, no le voy a ordenar la comida con cara de culo, como la tuya.
- No, claro que no, la cara de culo es solo para mí, como siempre. Mari trató de no escuchar sus palabras repetidas, los celos habían llevado a su esposo, a una clase de convivencia, que rozaba lo insoportable.- Ni siquiera me pediste un vinito para mí- protestó Raúl- como si lo tuviera prohibido.
- Y si querías porque no lo pediste vos,¿ no tenes lengüita para hablar?.
- Y cómo voy a hablar, si la que siempre encabeza todo sos vos; la comida, la bebida, la ropa, los viajes, el sueldo; ¡todo!.
- Bueno si estás tan cansado de mí,¿ para que seguís a mi lado?.
- ¿Yo a tu lado?, ¿o vos al lado mío?... Mari hizo una mueca de hastío, mientras miraba a la barra para localizar al mozo. –Y mirálo nomás, seguí actuando como una buscona, que el mozo ya te va a llenar la canastita.
- ¿Qué decís?, ¡ te volviste loco!- la conversación había magnificado sus voces, por todos los rincones del salón. El silencio era general, hasta los cubiertos flotaban dentro de ese aire denso. Raúl tomó la servilleta, haciéndole infinitos dobleces; Mari, siguió en busca de su mozo. El tiempo pasaba, y la comida no venía. – Hasta la atención es lenta en este lugar, exclamó Raúl, justo que el mozo se acercaba a la mesa:- Todo listo, dos bifes jugosos a caballo. Mari soltó una carcajada nerviosa, mientras decía;- No, eran dos bifes bien cocidos, y uno solo con papas fritas. El mozo la miró con una sonrisa cómplice, a la vez que retiraba uno de los platos -No se preocupe, enseguida se lo cambio. Raúl había quedado mirando la secuencia, casi atónito,- Dos horas para traer las cosas, y encima se equivoca,¡ lindo macho te levantaste!. Mari lo miró sin ver, mientras comenzaba su comida. Después de unos quince minutos, el plato de Raúl llegaba: -Listo el pollo, aquí tiene su bifecito, bien cocido.
- Más que cocido parece quemado- exclamó Raúl, a la vez que Mari, volvía a sonreír sugestivamente -No le haga caso, mi marido es tan chistoso. El mozo se retiró alegre, sin dejar de observar el escote pronunciado de ella. Y después de la “exitosa” cena, decidieron el postre. – Yo quiero helado, dijo Mari.
- Yo nada.
- ¿Cómo nada?, si siempre comes algo dulce.
- Pero hoy no quiero nada, ¿no entendés?.
- Si claro que entiendo, nada de nada, con sus ojos brillando de bronca. Nuevamente el mozo tomó sus pedidos; - Yo voy a comer un helado grandote; mi marido, nada.
- Como no señora, ¿ De que gustos?
- Hum, chocolate, frutilla; ¿se puede pedir tres?
- Claro, pida todos los que quiera.
- Bueno, chocolate, frutilla y algo con alcohol, higos al coñac.
- Enseguida se lo traigo. Raúl estaba inquieto, nervioso, con sus labios levantados en un tono soberbio; Mari, se dejaba llevar por los rostros de los otros. –Aquí tiene señora, su heladito, con dos obleas, atención de la casa.
- Hay, muchas gracias, señor...,¿ su nombre era?
- Rodolfo, a sus órdenes. Raúl había terminado de caer dentro de su propio precipicio; ahora además de viejo y dominado, sería cornudo. Mari comió lentamente, sin dejar de mirar los pasos de Rodolfo. Después, pidieron la cuenta. – Cincuenta pesos justos, con un descuentito - dijo el mozo, mientras dejaba caer una tarjeta con su nombre, debajo de la mesa. Mari lo advirtió de inmediato, tapándola con su pié. Y entre los gruñidos de Raúl, levantaron sus cuerpos, y partieron.

La semana siguiente el teléfono de Rodolfo no dejó de sonar; la lista de mujeres embaucadas por el mozo seductor, había ido demasiado lejos. Aunque en la casa de Mari, la respuesta a sus insistentes llamados, nunca llegó.

Ana.


Texto agregado el 11-11-2002, y leído por 1069 visitantes. (3 votos)


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