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Supo de la presencia extraña aún antes de entrar a la casa. Un hálito especial. Cierto rumoreo no explicable en la masa informe de las parras. Esa sombra fugaz que tajeó por un instante el parejo halo amarillento de la lámpara del patio. Vaciló frente a la puerta. Tal vez con la llave ya lista para penetrar la precisa cavidad mecánica.

Presa, posiblemente, de un raro temblor húmedo y helado, habrá reunido fuerzas e improperios para darse ánimo. Permaneciendo inmóvil en esas dos baldosas que señalaban la exacta dimensión de sus terrores. Se habrá enrostrado los años cumplidos, sus luengas andanzas nocturnas, lo absurdo de la situación que lo mantenía allí, en los umbrales mismos de su propia casa.

El otro lo esperaba. Mejor: lo otro. Como si el neutro anónimo aportara atenuantes al miedo cerval que lo embotaba. Que había comenzado a agarrotar sus carnes desde los talones hasta la nuca. Ahí. Detrás del hierro y los cristales, agazapado en la ominosa negrura de la sala o de los cuartos; ladinamente protegido por los cielorrasos remotos, los antiguos muebles, la negrura de los rincones.

Amagó un retroceso. Día de semana, mucho después de la medianoche pero demasiado antes del alba. En el centro no quedarían bares abiertos. Ni policías de ronda que garantizaran, aunque fuera un poco, su seguridad de hombre solitario. De caminante con aspecto distinguido que animara al despojo, al arrebato, a esa oscura violencia para obtener casi nada.

Recuperó la inmovilidad. Y el temblor de la indecisa mano a mitad de camino entre el bolsillo y la cerradura. Con un brusco –irreflexivo, incontenible-, gesto, accionó el picaporte. Adquiriendo en un único, horrible segundo, la certeza de la puerta abierta.

Y de lo ineludible de un desenlace. Hubo de acusar el impacto de la sorpresa. De tentarse con la emisión de un alarido. Y hasta, tal vez, de imaginar una fuga salvadora hacia cualquier rumbo...

Antes de caer sobre su propia sombra. Con el pecho hendido por el filo ineluctable. De la Muerte. Que vistió para él las invisibles galas del miedo.


Mario G. Linares.-

Texto agregado el 06-02-2005, y leído por 363 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-07-2005 A medio camino entre el click a "Enviar" y otros clicks más vacíos aun. Mejor el primero: ¿Es mucho pedir un vaso de whisky? Entre fantasmas nos entendemos. psychotron
24-06-2005 ¡Mal rayo te parta! Cuando te leo, me dan ganas de quemar lo mío por vergüenza. ergo ergoZsoft
07-06-2005 Considero magnífica e impecable su manera de colocar cada palabra. ¡Qué lindo es el castellano! y ¡qué bien lo usa usted! Maicol
19-02-2005 Frases precisas, tajantes, límpidas que van tejiendo las raíces del miedo, desde el susurro de la sangre a la explosión final del último grado del pánico, en el protagonista que enfrenta un algo. Por ahí fue mi lectura. Una apretada síntesis donde un episodio aislado lo es todo, porque la historia de ese hombre, su antes y su después de esa puerta lo ignoramos todo, a no ser que esa puerta sea la metáfora del umbral final, y el antes ya no tiene valor ni importancia. Chao! mandrugo
13-02-2005 Excelente. Muy bien narrado. Final esperado. Felicitaciones y van mis 5* jorval
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